lunes, 27 de agosto de 2012

¡Qué mal habla de un país tanto preso político!



Por Nechi Dorado*

Los y las prisioneros políticos en el mundo dejan al descubierto situaciones de extrema infamia, de atropellos al pensamiento y de una falta absoluta de voluntad y cintura política que permita que personas que piensan diferente, puedan sentarse a dialogar sobre determinadas situaciones que ofenden a unos y son perpetradas por otros.
Si uno recorre esta América Latina que gime, pero que no calla su voz porque sabe que es la única herramienta a su alcance que permitirá que alguna vez la tortilla se vuelva, encontraremos a miles de personas padeciendo la injusticia de la cárcel y en las condiciones más infrahumanas, hasta imposibles de detallar para no agredir la susceptibilidad de los lectores.
Por otro lado y haciendo la misma recorrida, encontrará a verdaderos criminales, ladrones, corruptos, gozando de los beneficios del poder. Muchas veces los veremos tras sus bandas presidenciales, otras como lacayos de las mismas pero siempre con una ausencia absoluta de moral y de justicia.
Un paradigma de esta última situación la encontraremos en Colombia, país enroscado bajo las tenazas de un brutal Terrorismo de Estado, triste ejemplo que amenaza extenderse hacia otros países, como por ejemplo, Honduras luego del golpe de 2008, donde comenzaron a aparecer muertos y son perseguidos tantos opositores al régimen que desplazó la voluntad popular que eligió su destino como su derecho indicaba.

Está en Colombia, digo, el paradigma de la aberración, cuando sabemos que se hacinan en sus cárceles más de 8500 prisioneros y prisioneras que se manifestaron, muchos años, en contra de la violencia estatal, traducida en fosas comunes, desplazados, expulsados, asesinados, torturados, masacrados y montones de “atropello a la razón”, parafraseando el célebre tango Cambalache. Poema que algunos interpretan como el prototipo de la desesperanza, pero convengamos que tiene vigencia a través de las hojas del calendario caídas sobre la tierra y las circunstancias tal como se van desarrollando.
En las cárceles colombianas hay detenidos hasta poetas, músicos, pintores, esto dicho sin ningún sentido descalificador hacia los y las otros prisioneros. Al decir, artistas, estoy visualizando el espanto que produce que el estado sienta tanto terror por las artes, una de las vocaciones más bellas que un individuo puede esbozar.
¡Que mal habla de un país tanto preso político, compañeros! Y que absurdo eso de encadenar el canto cuando grita su desesperación desde las letras y las pinceladas del alma y del abecedario.
Y cuánto dolor produce saber que muchos de esos prisioneros fueron encarcelados y son falsos positivos, es decir, están acusados de ser lo que nunca fueron: guerrilleros, terroristas, a veces, ni siquiera, luchadores populares.
Entre tanto prisionero hacinado en las peores condiciones, encontramos a Joaquín Pérez Becerra, nacido colombiano y expulsado de su patria hace más de 20 años.
Sobreviviente de la masacre perpetrada contra la Unión Patriótica,  debió dejar su tierra para preservar la vida, encontrando asilo en Suecia, país que le otorgó ciudadanía y jamás le negó la posibilidad de desarrollarse entre tantas personas en su misma condición de refugiados.
Joaquín se declaró bolivariano siempre, mucho más desde que se comenzara a hablar de la Patria Grande Latinoamericana, orientada en esa posición heroica a partir de la llegada al poder del presidente Hugo Chávez Frías, proceso que Pérez acompañó  solidariamente denunciando  los distintos vaivenes y agresiones que se ejecutaban contra el gobierno venezolano.
Joaquín fue encarcelado en circunstancias que todavía no logramos entender, porque su detención se produjo, justamente, en la República Bolivariana de Venezuela y a pedido de Juan Manuel Santos, presidente de Colombia que antes de calzarse la banda que lo impulsaría hacia el sillón presidencial, se hizo famoso ante el mundo por la violación de territorio hermano (entre otros espantos).
Fue el 1° de marzo de 2008 cuando con el apoyo de la aviación, tropas especiales altamente entrenadas y logística estadounidense, irrumpió en Sucumbíos, territorio ecuatoriano, a sangre y fuego, descargando toneladas de bombas que impactaron en el centro del campamento donde estaba el comandante Raúl Reyes, del Secretariado de la organización FARC-EP.
Y por supuesto, causando graves daños en la zona hermana, en la que nadie había autorizado la irrupción.
Santos, ministro de defensa en ese momento, dio sus primeros pasos hacia el poder que luego alcanzaría gracias a semejante acto repudiado por el mundo.
Aunque muchas veces vemos que los repudios suelen levantarse, con el transcurso del tiempo… ¿Será cierto que Cronos, en su devenir, suele arrastrar hasta los pasos de la  memoria?

Joaquín Pérez, periodista, luchador infatigable,  un hombre que pasó su vida en lucha contra el feroz terrorismo de estado que enluta a su tierra, salió de uno de los aeropuertos más seguros del mundo, en Alemania sin que pesara contra él ninguna orden de captura de ningún INTERPOL.
Orden que, extrañamente, parece que tomó fuerza en la República Bolivariana.
Pérez fue fundador de la Agencia de Noticias Nueva Colombia –ANNCOL- cuya redacción está compuesta por periodistas que actúan de cara al mundo porque nada tienen que ocultar.
Desde hace muchos años comenzaron a tejerse, contra la página y sus componentes, las más absurdas teorías conspiradoras. Así fue que Pérez obtuvo el “título” de “terrorista” que actúa bajo la dirección de las Farc.
Bajo ese esquema, el considerado por Santos en mensaje a Chávez, “pez gordo al que había que atrapar”, es otro entre las más de 8500 víctimas que el Estado colombiano ostenta en su lucha “contra el terrorismo”.
Allí purga su condena por rebelde, confeso y declarado,  humanitario, comprometido.
No es un tema para tomar por arriba, sabemos que es gravísimo que a una persona la tilden de pertenecer a una fuerza armada cuando no es cierto y mucho más preocupantes son los rótulos. Porque si hablamos de terrorismo uno no puede dejar de preguntarse quiénes son los terroristas.
Y muchísimo más indignante cuando no existe modo de probar dicha acusación, como estamos viendo al seguir las instancias de este juicio amañado, pergeñado desde el centro de un poder mafioso que busca fantasmas donde sólo hay hombres y mujeres de cara al sol que pretenden contarle al mundo que en Colombia  no existen derechos humanos y lo hacen  con las únicas armas con que cuentan: la palabra oral y escrita, el chequeo de la información y la conciencia.
Denunciamos que en Colombia no existe la justicia y no somos terroristas.
Que los prisioneros y prisioneras se hacinan en las cárceles en las peores condiciones y seguimos sin ser terroristas
Que el mundo, algunas organizaciones de izquierda, algunos luchadores históricos parece no querer hablar de la situación que padecen esos hombres y mujeres que están librados a su suerte y estamos preocupados.
Sabemos que hablar de un país donde hay guerrillas, suele estigmatizar, pero deberíamos detenernos a pensar que hay pocas cosas más peligrosas que el silencio, que suele convertirse en el cómplice más importante para los verdaderos terroristas.
Deberíamos pensar, con carácter de urgencia y ante el dolor que produce todo preso por luchar, que cuando el sistema carcelario colapsa, hay algo muy extraño dando vueltas y contra eso deberíamos ir quienes repudiamos el atropello.
Estoy segura que esa es la tarea más urgente que nos debemos como militantes de la vida, porque al paso que vamos en este mundo con un Nuevo Orden Mundial al acecho, cualquiera de nosotros podría terminar sus días en la misma situación en la que hoy se encuentran tantas y tantos compañeros.

sábado, 25 de agosto de 2012

Cicatrices de la historia



Nechi Dorado*
Un día de tormenta, uno de esos cuando la tarde parece debilucha pues no se atreve a cruzar las fronteras de la noche, la joven esperaba el colectivo que la llevaría a su hogar luego de un día de trabajo desgastante.
A veces el viento suele convertirse en sepulturero de mañanas, cuando descarga sus ataques de ira y comienza a arrojar escombros que parecen guardados para un momento especial. Y fue ese, justamente, cuando la joven cerró sus ojos de prepo y para siempre, enceguecida por la polvareda desprendida de un paredón enclenque, que no tuvo la fuerza para resistir el embate de un Eolo enardecido.
Sucedió a pocas cuadras de donde un riacho pastoso, abandonado a su suerte, yace anquilosado entre kilos de excrementos, residuos químicos, calaveras de chatarra y perros muertos que nadie llora, porque nadie fue su dueño. Junto a vagones de algún tren también asesinado cuando el ferrocidio tuvo fuerza de ciclón agregando una palabra más al diccionario.
En el centro geográfico del barrio Buenashebras, donde no hace muchos años miles de trabajadores y trabajadoras tejían los hilos multicolores que darían forma al pan en el centro de las mesas familiares, sobrevive estoica la osamenta de la fábrica abandonada en el centro de las seis hectáreas, donde ya no hay telares que acunen la siesta de los niños mientras las madres trabajan.
El tiempo corre veloz, tanto, que uno casi piensa que fue ayer nomás, cuando el país crecía y el trabajo era parte de la cultura proletaria.
Ayer que pasó a ser historia cercenada.
Ayer de ayeres sin visos de mañana.
 Frente a la enorme mole enflaquecida a disgusto, por el tic tac del reloj y por un vaciamiento, tres cuadras de casas despintadas dejan al descubierto su edad. Llenas de arrugas, óxido y moho, unas de chapa y otras de mampostería, son un retazo vivo de lo que fue el entorno donde se erguía Grantelar, la enorme fábrica textil, orgullo del barrio que crecía.
La furia de Eolo, abusador de cosas carcomidas por la desidia, fue causante del estampido del nuevo derrumbe, entre tantos otros previos. El rugido de su furia sacudió a los habitantes del lugar, que conmovidos, cruzaron la gris avenida mientras los bomberos extendían cintas de plástico impidiendo el paso.
Acudió también doña Teresa cuando escuchó el desmoronamiento y las frenadas de los vehículos de paso.
Doña Teresa que fue parte de las hilanderas de pan, en ese sitio.
Doña Teresa, “la Loca”, la llaman. Y así lo hacen los mismos que tiempo atrás creyeron volverse tan locos como ella.
-¡Son ellos! gritaba desesperada la mujer caminando entre la calle y la vereda, tomándose los cabellos como queriendo arrancarlos.
-¡Son sus gritos los que empujaron el paredón! seguía gritando.
-¡Ellos avisan que ahí están y nadie escucha! Sentenciaba, mientras los vecinos trataban de hacerla callar y no podían.
-¡Ahí viene el helicóptero! Decía dirigiendo sus ojos hacia un cielo que comenzaba a llorar gotas pequeñas.
-¡Los camiones y las sombras, vendrán de nuevo y gritarán todos, como antes! seguía diciendo la mujer en esa tarde sacudida, en Buenashebras.
Tiempo atrás, espectros como salidos de un infierno de repente, sombras dantescas que danzaban en las noches sus ritos de locura tallando el sepulcro del trabajo y de los sueños, irrumpieron por el barrio amparándose en la espesura de las noches sin custodias. Noches en que jóvenes y adultos empachados de vida, sacaban punta al lápiz con el que habrían de esbozar la obra inconmensurable de las nuevas mañanas.
Las sombras tantas veces maldecidas, se abalanzaron sobre ellos, con el encarnizamiento de la fiera que espera agazapada el paso de la sangre roja que fluye por las venas.
Los vecinos se encerraban en sus casas muy temprano, por entonces y, el silencio fue el personaje central en ese teatro de operaciones que hasta el momento, nadie pudo confirmar. O nadie quiere, para ser justos y precisos. ¡Nadie quire!
No quieren ni siquiera saber si acaso allí podrían haber estado sus propios hijos y los hijos de sus hijos antes de ser devorados por el Zeus emergente de los agujeros donde antaño se atornillaron los telares.
Tronaban en las noches calmas de Buenashebras, helicópteros salidos quien sabe de qué pozo de espanto.
Camiones y sirenas rompían en pedazos la negrura y el silencio mientras bocas inmundas escupían ráfagas de fuego que entonaban los acordes del preludio de sinfonías de pánico que erizaba la piel. Era el canto fúnebre del odio entre los hierros y la mampostería abandonada en ese ayer sin visos de mañana.
Teresa enloqueció en aquel entonces, otros, más fuertes, hicieron del silencio un culto persuadido por el miedo.
Allí, entre la mampostería que fue tumba de la joven y del porvenir de tantos, un poco más allá en el tiempo.
Allí, entre recuerdos de ayes que los años amuraron entre nuevos ladrillos ajenos al esqueleto central que nadie sabe que cosa tapan.
Hoy hablan de esperanza futura en Buenashebras, entre las casas descascaradas y la promesa de nuevas viviendas que harán del lugar un sitio promisorio.
Y lo será, sin dudas, para bolsillos devoradores de moral y sentimientos.
Dicen que la memoria de una historia convulsa y despiadada, quedará clavada entre los maderos del pozo que parirá nuevos cimientos. ¡A quién importa la memoria cuando ya está fallecida!
¡A quién importa si hay que asesinarla de nuevo las veces que haga falta para erigir otros proyectos!
Todo es desconcierto en Buenashebras, sólo Teresa “la Loca” se atreve a recordar lo inolvidable, en medio de la locura que se vuelve cuerda exonerando al terror, pretenden hacerla callar, pero no pueden.
Sigue diciendo, “la Loca”. Su voz trae a remolque los ayes que no nacieron en su pobre mente disociada.
Y sigue hablando por entre el nuevo paredón que reemplazó al caído sobre el cuerpito frágil de la muchacha que regresaba al hogar, aquella tarde debilucha, que no se atrevía a cruzar las fronteras de la noche.
Paredón donde con parejas letras azules hoy puede leerse “Buenashebras crece”.
Sólo el esqueleto de Grantelar, que muestra su osamenta abandonada a un costado de las seis hectáreas, podría ser el testigo fundamental si alguien quisiera saber de qué color era la ropa de aquella historia, que están a punto de asesinar de nuevo.
Atrapados por la ilusión del complejo que vendrá, arrastrada por cheques millonarios y acuerdos bajo la mesa, los amantes de la esperanza en un sistema donde el dinero es rey y la corrupción princesa, celebran la nueva muerte por asesinato de la memoria colectiva.
Buenashebras crece, reza el cartel y ya sabemos. Podrán pintar con brillos y promesas las márgenes del parque transitable y el ensanchamiento de la avenida gris, como el recuerdo.
Sobre la memoria colectiva se agolpan otras sombras, llegan echando sal sobre las cicatrices de la historia que seguirá sangrando, como siempre.

lunes, 6 de agosto de 2012

Plata en vez de plomo o las vidas cruzadas de Óscar, Rigoberto y Catherine

Rigoberto, Catherine y Oscar, medallistas en Londrés pero también unas ilustraciones de realidad viva de Colombia.



Plata en vez de plomo o las vidas cruzadas de Óscar, Rigoberto y Catherine

Por Roberto Romero Ospina

BOGOTA / 2012-08-06 / Quizá nunca se han visto. Aunque son antioqueños, Óscar Figueroa, Rigoberto Urán y Catherine Ibarguën, de 29, 25 años, y 26 años, vivieron su infancia en pueblos perdidos de los Andes paisas, los dos primeros y la niña de sonrisa eterna, en el Urabá antioqueño. Oscar en Zaragoza, bien al nordeste, Rigoberto en Urrao, al oeste y Catherine en Apartadó.

Ahora, tras haber obtenidos sendas medallas de plata en las olimpiadas de Londres, en pesas, ciclismo y salto triple, las primeras en la historia del atletismo nacional, se devela la historia de violencia que sufrieron los tres deportistas.
Óscar tuvo que marcharse con su familia campesina tras sufrir los embates del conflicto armado en aquel pueblo de socavones de oro. Paramilitares y guerrilla siempre han hecho presencia en Zaragoza, y su confrontación solo ha dejado miseria y desplazamiento.
Las estadísticas no hablan muy bien del terruño. El 98% de los 28.356 habitantes de Zaragoza, viven aún entre la pobreza y la miseria como si los 17 años de la partida de los Figueroa de su comarca, petrificaran el progreso allí. Doña Ermelinda, la mamá de Óscar, decidió hacer un par de maletas e irse con sus cuatro hijos lejos de ese infierno de oro, relata un periodista español que entrevistó al héroe de Zaragoza.
Oscar Figueroa.

Cruzando la cordillera
Los recibieron familiares en Cartago (Valle del Cauca) por un par de días hasta que consiguieron un rancho en arriendo en un barrio de invasión. En ese momento la mamá comenzó a ser la cabeza del hogar. Se empleó como ayudante doméstica en una casa de ricos y así comenzó a sacar a sus hijos adelante.
Por aquellos años 80 de violencia, que desplazaron a los Figueroa como a cientos de miles de colombianos, la estrategia utilizada por el paramilitarismo en esta región liberal para disolver el poder creciente de la Unión Patriótica, consistió en realizar las conocidas masacres de Segovia, el Bagre, Cáceres y Valdivia, vecinas de Zaragoza.
El Estado no reaccionó con el vigor suficiente para impedir ni mucho menos aclarar y judicializar estos hechos, incluso ante evidencias de que se habían producido con la anuencia o abierta complicidad de miembros de la Fuerza Pública. Lejos quedaban las estrofas del himno del poblado que hablan de una “tierra de paz y bien”.
Óscar, a sus 12 años, comenzó en Cartago una nueva vida disputándole a la miseria, esta violencia sórdida, un espacio para salir adelante, haciendo de todo, desde “chino” de los mandados hasta vendedor de golosinas en la calle. En la entrevista reseñada, Óscar pasó por un gimnasio pobre del municipio, y o que unos jóvenes levantaban pesas y le gustó la idea de hacerse grande. A sus primos que jugaban fútbol no les gustó tanto, pues veían en él posibilidades de ser un buen centrocampista, pero el joven, obstinado, se decidió por los “fierros”. Los otros, los de la competencia sana.
Cuenta Damaris Delgado, su primera entrenadora, que el muchacho la impresionó porque en la segunda semana de entreno, el desnutrido moreno de 34 kilos de peso corporal fue capaz de levantar 65 kilos en un solo viaje.
Dos años más tarde, el entrenador de la selección vallecaucana de halterofilia, Jaiber Manjarrez, lo vio ganar un campeonato y le propuso irse a vivir a Cali para prepararse con los mayores. Óscar llegó a vivir en un inquilinato humilde; con cama de colchón de paja y tablas heridas por la polilla. Desayunaba, almorzaba y comía en la tienda frente al gimnasio, cuentas que cada mes pagaba el entrenador.
El resto ya lo saben hoy todos los colombianos. Óscar, como miles de compatriotas, ve en las filas militares, una forma de sobrevivencia para huirle al desempleo. Óscar se hizo soldado y allí descolló en el deporte de las pesas, que de nuevo le han traído la gloria al país. Primero con Isabel Urritia, hoy destacada política de la izquierda, y hasta ahora la única presea de oro para Colombia en unas olimpiadas.

Rigoberto Urán, muerde en la medalla de plata.

El chance de la vida
La historia de Rigoberto no deja de ser menos dramática con el agravante del asesinato de su padre en una calle de Urrao por paramilitares cuando ofrecía billetes de lotería. El joven ciclista apenas tenía 14 años. “Don Rigo”, viendo las cualidades de su hijo, había alcanzado a comprarle una bicicleta al hijo en la que empezó a destacarse en cuanta prueba participaba.
Pero con la desaparición del padre el niño deportista no tuvo otro remedio que contribuir con los gastos del pobre hogar, empleándose como vendedor de chance y lotería. Aracelly, la viuda, y Martha, la hermana, que era muy pequeña, salieron adelante con la ayuda del hijo mayor.
Sin embargo, su tenacidad y amor por el ciclismo logaron nuevos horizontes para Rigoberto, especialmente en Europa. Allí ganó la rigurosa Vuelta del Porvenir, en Francia, en 2004 y 2006.
Todos vimos la felicidad en los rostros de Aracelly y Martha cuando los noticieros reprodujeron las instantáneas del triunfo de Rigoberto seguidas por su familia en la transmisión en directo de la competencia de ruta y que terminó aquel inolvidable domingo frente al Palacio de Buckingham, la casa imperial inglesa.
 Catherine Ibarguën.
Los lances de Catherine
La vida de Catherine pasó por los mismos lances que vivieron Óscar y Rigoberto bajo el sol antioqueño.
Como ellos, es otra desplazada por la violencia cuando sus padres presenciaron el horror paramilitar que anegó todo el Urabá. El domingo de dicha plateada, un noticiero trajo las imágenes del padre de Catherine, feliz por la hazaña de su hija aunque en el exilio en Maracay, Venezuela.
“Acá lo encontramos, asilado tras huir de la violencia en Colombia”, anotó el reportero. Como decenas de miles de compatriotas que han buscado refugio en otros lares para salvar su vida, a costa, inclusive de abandonar a sus hijos.
Las crónicas de ahora hablan que Catherine tuvo que ser criada por una tía que en servicios varios trabaja hace 31 años y devenga aun un salario de 250 mil pesos, y por aquella abuela que todos vimos en la tele llena de orgullo de su nieta afrodescendiente.
Semejante fortuna solo alcanzaba para el alquiler una pequeña pieza en Turbo. La alimentación consistía en arroz, plátano y agua de panela.
Hoy se anuncia que el Instituto Colombiano de la Juventud y el Deporte Coldeportes, que es justo reconocer le brindó apoyo, como a Óscar y Rigoberto, le entregará de una casa. Con este respaldo también será instructora para futuras generaciones que practiquen el atletismo.
Por desgracia, el talento de decenas de miles de colombianos, en todas las expresiones de la vida, se pierden ante las carencias como las que han vivido estas tres figuras, en un país que ocupa el triste lugar de ser el tercero más desigual del planeta.
Las de Óscar, Rigoberto y Catherine, tres vidas cruzadas por la violencia que aflige a todos los colombianos, pero que hoy se regocijan con estos triunfos que por fin traen plata y no plomo al podio de la nación luego de asaltar el cielo en Londres.

miércoles, 1 de agosto de 2012

El bumerang


Por Nechi Dorado (redactora de ANNCOL-CULTURA)




El bumerang

Una noche y en una de sus poco habituales salidas juveniles, Anna conoció a Franz.

Ella era una mujer bellísima, dotada de una serie de virtudes que hacían que para cualquier persona, estar cerca suyo, fuera sentirse alcanzada por una estela de amor.

Cuando conoció al que sería su esposo, pensaba que sus manos delicadas podían tocar la textura del cielo, estaba enamorada del hombre, desde el alma. Quien estuviera cerca suyo habría de verla feliz, volviéndose su sonrisa mucho más tierna de lo que se notaba antes del hallazgo.

Por esas cosas de la vida, con el tiempo, el hombre dejó al desnudo su faceta más negativa: era golpeador, borracho y pendenciero. Había heredado de su padre esas características tan lamentables, Anna y sus hijos conocieron el destemple de ese personaje agresivo.

Cuando Franz murió, la gente del pueblito que habitaban, comentaba en voz baja casi con solemnidad -Por fin Anna va a descansar, Dios se acordó de ella llevándoselo de una vez por todas. Y sí, la vida es un bumerang, hizo tanto daño a esa familia que al final le llegó el castigo de la muerte. Pagó por todas sus maldades como es lógico.

Anna murió dos años después víctima de tuberculosis en épocas en que la enfermedad no tenía cura.

-Dios la llevó con El, decían los vecinos, era demasiado buena para esta tierra y con lo que sufrió con ese degenerado tiene merecido el descanso final. Ah, sí, el pagó sus culpas con la muerte, agregaban otros. La vida es un bumerang, todo va y viene.

-¿Ella tuvo algo que pagar? Preguntó un jovencito que escuchaba los comentarios sotto voce. Recibió como respuesta a su blasfemia, la daga de las miradas.

De esa historia quedaron dos hijos, Lenna y Petar.

La muchacha se mudó a otro pueblo y con el tiempo todos la olvidaron. Petar quedó en el hogar donde pasara su infancia y adolescencia.

Años después, Petar, conoció a Sophie, se casaron y tuvieron tres hijos varones.

Petar, como buen hijo –y nieto- de golpeador, también lo fue. Sophie no era tan amigable como su suegra pero tampoco podía decirse que fuera una mala mujer, lo que sí, se recuerda, es el padecimiento por la violencia que recibiera de su esposo.

El murió a los cincuenta años, mientras lo despedían, las voces del pueblito rumorearon nuevamente:

-Este hombre fue muy mala persona pero ya vimos como terminan los malos, muriendo como perros y Sophie podrá vivir, de ahora en más, mucho más tranquila. Dios hace que en esta vida todo se pague, todo va y viene, la vida es un bumerang.

Ella murió al año siguiente, a nadie se le ocurrió pensar que más allá de bumerang que regresan los castigos inflingidos, la vida tiene un final y es inexorable.

Petar fue padre de Alois quien con el correr de los rumores y los años, tuvo un hijo no reconocido con Klara, de 24 años. El tenía 52 y como es lógico, heredó las pésimas costumbres de su padre y abuelo. Conoció a varias mujeres con las que se casó cuando iban muriendo las anteriores.

Con la última tuvo un hijo que llamaron Adolph, como era de esperar fue el heredero de historias de odio-amor, perversiones y agresividad.

El cachorro de bestia, víctima de padecimientos y de los efectos del bumerang que todo lo que arroja a la larga y a la corta, vuelve, puso en jaque a su pueblito y a los pueblos vecinos.

Su paso por esta vida dejó un tendal que la historia recogió, a medias, en sus páginas gastadas por el paso de los años.

Sembró semillas de odio y destrucción, fue alimentado desde la aberración para matar a la esperanza que avanzaba arrasando la crueldad.

Sus frustraciones quedaron al descubierto en cada paso que daba, idolatrado y odiado, amó al terror y lo vistió con ropaje festivo, lo meció en la cuna de su cerebro pútrido. Murió porque el famoso bumerang “devuelve” todo el mal que uno hace cuando su paso transitorio por la vida va dejando estelas.

Tal vez como heredero de una historia macabra arrastró las cadenas dejando surcos de muerte y dolor.

Pena que antes de irse llevó a muchos en marcha apresurada y nadie puede asegurar que hayan sido legatarios de historias de violencia, ni cultores del odio, sino simplemente hombres, mujeres y niños alcanzados por el fuego feroz de la xenofobia.

¿Será que las propiedades justicieras del bumerang no son tales, sino un elemento más en la extraña compulsión aterradora de ritos oscurantistas que pretenden instalar el terror a través de las culpas?

-Adolph, al menos tuvo la suerte de no ser torturado, a diferencia de tantos a los que el bumerang les pega en la cabeza, el vuelto por sus transgresiones… murmuraba Iván mientras leía el periódico en el que anunciaban la muerte del genocida.