jueves, 22 de noviembre de 2012

Poema: Nombres




Poema: Nombres
22.Nov.12

Nuestros hijos, acá, allá, en todo el mundo, principalmente en Palestina. Hoy. Ahora mismo.



Nombres
Mi hijo se llama Miguel.
Desde que nació, la vida sin Miguel resulta impensable, imposible.
Mi hijo se llama Miguel,
y su llegada es una apuesta cotidiana a la vida,
a otro mundo posible,
a una humanidad humana.
Pero si Miguel no fuera Miguel
y se llamara en cambio Ahmed, Anan, Ali o Abdullah,
si además hubiera nacido (ayer, hace diez años, o cincuenta)
en un territorio llamado Palestina
serían altísimas las probabilidades de que,
yo no pudiera estar hoy escribiendo estas líneas
yo no pudiera estar hoy jugando, alimentando, abrazandolo.
Serían altísimas las posibilidades de que Miguel
si se llamara Ahmed, Anan, Ali o Abdullah
hoy no simbolizara la vida,
ni otro mundo posible,
ni una humanidad humana.
Si Miguel se llamara Ahmed, Anan, Ali o Abdullah,
y si hubiera nacido en Palestina,
hoy, hace diez años o cincuenta,
serían altísimas las posibilidades
de que fuera vilmente asesinado
por las bombas del ejército israelí.
Y a pesar de los miles de kilómetros
si hoy estoy escribiendo estas líneas
es porque me empuja el dolor inconmensurable de saber
que Ahmed, Anan, Ali o Abdullah
se llaman también Miguel.
No hay cámaras de multimedios,
ni fotos de las familias con los poderosos,
ni relatos que reconstruyan las cortas vidas de tantos niños
porque el poder del invasor,
el poder del genocida,
el poder del Estado Terrorista de Israel,
es el poder de la impunidad,
de la mentira,
de la propaganda a gran escala,
de la complicidad de Occidente.
Mi hijo se llama Miguel
y su existencia es hoy
(como hace diez años o cincuenta)
un grito de rabia, de odio, de denuncia.
Porque la apuesta cotidiana a la vida,
a otro mundo posible,
a una humanidad humana,
hacen que hoy,
para mí,
mi hijo se llame Ahmed, Anan, Ali o Abdullah.
Ana Marchesi
21 de noviembre de 2012

 

martes, 20 de noviembre de 2012

Cojones (A Buenaventura Durruti, muerto el 20 de noviembre de 1936 en Madrid, durante la guerra civil



Cojones


Jorge Luis Ubertalli
20/11/2012


A Buenaventura Durruti, muerto el 20 de noviembre de 1936 en Madrid, durante la guerra civil

te habrá sido leve la tierra que lloró contuvo tu osamenta aunque no tu bravura
hermano?
habrán crecido /buenaventura/
flores desde abajo
como tu entre yunques y martillos
libertario no sectario nunca
organizador de tempestades
aquí allá sin hacer bulla sin un atisbo de arrogancia de insolencia?
nosotros solidarios naranjeros escuadra proletaria catalana
sembrando flores en nuestro vergel como cantábamos de niños
primavera combatiente terror de arzobispos zaragozanos
generales patrones alcahuetes traidores a la clase y otras yerbas de la inhumanidad
estais ahí todavía dándonos fuerzas?
quien te parió liberto en que momento de tu vida
pactaste con el diablo para terminar definitivamente con el dios de los ricos?
henchidos de que odio por lo injusto del mundo
tus cojones se pasearon por esta buenos aires expropiando a los expropiadores
andaron los caminos de españa rojinegros y limpios
volando plomo a los fascistas flores a los niños abrazos a las viudas
comunismo en perspectiva y a la mierda con todo
sin propiedad alguna pero con la edad propia de todo laburante
que en cualquier lugar echara bofes para engordar a otros?
que signo durru sembró en ti esa verdura plena
que exultaba
cuando termine la guerra y venzamos al fascismo
volveremos a las fábricas y campos de donde salimos
querido hermano?
solo buenaventuras he asumido de tus enseñanzas
de tu rostro acerado niño pobre de la pobrería
he tomado tu molde para forjar mis nos
salud hermano
estarás ordenando seguramente y desde algún lugar
que el orden del poder se vaya al carajo
hasta que naides
como decía el viejo artigas
sea mas que naides



Asesino sin memoria




Alejandro Jusim es  poeta, cantautor, trovador argentino.
Nos habla de la guerra infame que el estado de Israel está perpetrando contra el pueblo palestino. Se conmueve e indigna ante una pregunta que no tiene respuesta:

“¿Acaso de tus muertos no recuerdas
la tortura, el holocausto, el gas y el hambre?”






Asesino sin memoria

Sombra funesta de los siglos acres
renegando opulento de tu ayer aciago
dejaste tu camino de grandeza perseguida
para hundirte en la miseria del imbécil carcelero.

Tu historia se retuerce entre el estiércol
manchada por tus bombas repugnantes
tus lágrimas son llantos criminales
tu queja es de rapiña y de masacre

Mercader de la codicia insoslayable
vendes sangre a los jerarcas de la muerte
creyéndote gigante entre las bestias
solo eres un asno abominable

¿Acaso de tus muertos no recuerdas
la tortura, el holocausto, el gas y el hambre?
y hoy te vistes con las ropas de quien antes
brindo por tu extermino denigrante.

Tu boca escupe solo llamaradas
no creo en tu palabra traficante
ni creeré jamás en tu bandera
asesina de futuro y despreciable.

Te condeno Israel desde mi pluma
a ser polvo que se pierde en las letrinas
y si acaso mis palabras no te llegan
mi voz será fusil
intifada
combatiente
y palestina.

Alejandro Jusim
20/11/2012

Cuando ya está todo dicho: Nosotros enseñamos vida




Cuando ya está todo dicho

A veces las palabras se declaran en huelga, prefieren enredarse en los versos que brotan desde lo más profundo del alma.

Una joven palestina, Rafeef Ziadah, describe y sintetiza en una frase el drama de la guerra que padece su pueblo.
“Nosotros enseñamos vida”, dice, mientras hordas genocidas se encargan de arrebatarlas.

ANNCOL-Cultura comparte su sentimiento:

lunes, 19 de noviembre de 2012

Colombia / La novela verídica: El regreso





Por Alberto Pinzón Sánchez

El mensajero de la oficina de correos y telégrafos de Provincia, apurado golpeó con dureza varias veces el portón de la casa de los Pinzón Villafradez. El telegrama había sido anunciado como prioritario y antes de pegarlo, lo había leído y por eso su premura en entregarlo. La puerta de la casa-quinta, ubicada en la parte alta del poblado, cerca del arroyo que servía de fuente al acueducto, se abrió lentamente a pesar de los fuertes golpes del mensajero.
Una señora entrada en años de mirada azulada con cara y cuerpo aún esbeltos; saludó al mensajero y tomó el papel que le entregaba. Rasgó el pegante y lentamente pasó los ojos por el breve escrito que venía a su nombre: Sra. Matilde Villafradez de Pinzón Murillo; el ministro de guerra de Colombia, Carlos Uribe Gaviria, lamenta profundamente tener que informarle  que su hijo el teniente Carlos Pinzón Villafradez, en el curso de la actual ofensiva militar para recuperar las tierras invadidas por el ejercito peruano en el río Amazonas, ha perecido al accidentarse el avión que lo trasportaba sobre el río Putumayo en la frontera con el Brasil; habiendo perecido junto con él todos sus ocupantes, cuyos restos ha sido imposible recuperar. Inmediatamente la señora se llevó la mano a la boca tratando de tapar un quejido profundo y volteando la cara se entró en la casa, llamando a su hija Alicia en medio de lágrimas y sollozos.
Un poco después dando todo el crédito al telegrama, madre e hija tiraron al patio exterior toda la ropa de Carlos que aún quedaba en la casa: uniformes, quepis, botines y otra ropa de dotación militar insustituible, que el teniente había dejado como reserva en la casa paterna. Hicieron un montón y con una pequeña antorcha le prendieron fuego. Una llamarada vistosa y luego una columna de humo denso salida de la casa-quinta, anunció a todos los pobladores de Provincia el suceso, mientras el mensajero ya en el pueblo, complementaba con largueza de su propia imaginación, la información del accidente aéreo y la muerte de teniente junto con sus compañeros de viaje. Las ventanas y la puerta de la casa-quinta se cerraron o clausuraron y un luto demasiado estricto como un silencio casi sepulcral cubrió el hogar; apenas roto, de vez en cuando y por las noches, por los desgarradores gritos que salían de su interior. Esa negrura no podía durar mucho y así, a los pocos meses tanto la madre como la hija se fueron secando o consumiendo en una melancolía mórbida que terminó en la muerte casi simultánea de las dos. La casa quedó en manos de unos vecinos que venían a limpiar barrerla y airearla, para que no cayera en ruinas.
El avión que trasportaba a Carlos, un Osprey C14, era piloteado por un teniente compañero suyo, entrenando rápidamente por la misión de pilotos alemanes que asesoraban la conformación de la primera aviación de guerra colombiana y, el viaje tenía como objetivo llevar a Carlos al puesto militar fronterizo de Tarapacá sobre el río Putumayo, para que ayudara en la fortificación y defensa de ese recién recobrado lugar. El monótono tapete selvático, surcado por innumerables caños, ríos, brazos y meandros de agua terrosa casi todos semejantes desde el aire, despistaron al piloto, quien perdiendo el rumbo y la calma gastó todo el escaso combustible que le quedaba y se precipitó a tierra, en medio de la enmarañada selva amazónica.
El impacto de la caída arrojó a Carlos en medio de las llamas hacia un lado quedando casi cubierto por un tronco grueso semi podrido. Luego el avión explotó saltando en mil esquirlas. Cuando un ardor profundo e intenso en la cara y el medio cuerpo izquierdo despertó a Carlos, miró hacia el avión y no vio sino un manchón negro de donde salían algunas llamas. Nada más. Trató de pararse pero el dolor corporal y las magulladuras, lo volvieron a sumir en un sopor profundo. No sabe por cuanto tiempo.
Cuando nuevamente despertó, estaba tendido sobre en un cañizo de palma machucada o aplastada, sostenido en cuatro horquetas. Una india vieja delgadita y arrugada, con los senos flácidos y colgantes como dos pellejos, totalmente desnuda, estaba a su lado con una totuma donde había una maza de hojas macerada. Ella masticaba unos emplastos de hierbas o los embebía en saliva y luego se los colocaba con cuidado en el lado izquierdo de su cara y cuerpo. De vez en cuando, de otra totuma con agua verdosa le daba a beber pequeños sorbos. Y así pasaron varios días de semiinconsciencia, hasta cuando la india empezó a darle un cocimiento aguachento de pescado desleído si sal pero con sabor a ceniza. El dolor iba cediendo y los emplastos ahora eran de una manteca maloliente embadurnada en unas hojas grandes y lisas que amarraba con tiras de una fibra vegetal. Ya pudo reparar un poco más a su alrededor.
Su refugio era una gran choza redonda de madera, hojas de palmiche olorosas a humedad y piso amarillento de tierra, de una arquitectura totalmente desconocida. Había tres niños embarrados, desnudos y barrigones que lo miraban siempre en silencio con los ojos totalmente abiertos y, dos parejas de hombres y mujeres también totalmente desnudos. Cada pareja en una hamaca de fibra vegetal colgada en cada esquina de la casa; lo miraban fijamente con un gesto mezclado de asombro y curiosidad que se reflejaba en sus caras. Carlos les habló en castellano y como respuesta obtuvo una estruendosa carcajada de todos. Era obvio que no hablaban otro idioma fuera del suyo.
Con la ayuda de la india vieja logró pararse y lentamente dar algunos pasos cortos. Pasó su mano derecha por sobre el lado izquierdo de la cara y palpó desde la frente hasta el cuello una piel rugosa sin cabello y más gruesa de lo normal. Miró su hombro y la parte izquierda de su cuerpo comprobando que era una piel sonrosada, veteada y brillante de una piel quemada en cicatrización. Su antebrazo Izquierdo también tenía una deformación como si sus huesos se hubieran fracturado, pero comprobó que la movilidad y sensibilidad eran normales. La vieja sonrió mostrándole los pocos dientes que le quedaban. Afuera de la choza, la evaporación de la mitad de la mañana, daba una sensación nubosa de irrealidad  
Paulatinamente Carlos se fue adaptando al horario de la gran choza que ellos llamaban “maloka” y pudo elaborar una rutina diaria. En el piso terroso de la habitación con dibujos y señas, y mientras las otras dos mujeres preparaban la harina de yuca venenosa, la india vieja con gran paciencia y dedicación le enseñaba las primeras palabras de su idioma indígena, que después vino a saber era una variedad del llamado Tucano oriental. La preocupación de Carlos, era saber donde se encontraba, pero lo único que logró precisar en un dibujo muy grande, fue que estaba cerca de un caño de mediano tamaño que desembocaba en un gran río bastante lejano.
El tiempo fue pasando inexorable y Carlos ya habituado a vivir casi desnudo, con los otros dos hombres de la maloka fue reconociendo los alrededores de la selva, trochas y brazos del caño; a reconocer huellas de animales y pájaros con sus sonidos y ruidos propios; frutos comestibles y venenosos, a orientarse en medio del claro oscuro selvático. Después fue iniciado en el mundo acuático: a nadar en medio de bejucos y raíces, a pescar con chuzo y, a manejar con el cuerpo la pequeña y frágil canoa de dos puestos con las que se hacían todas las actividades diarias; a reconocer por el olor pútrido a la anaconda para evitar la sorpresa y reconocer en los playones del caño azuloso, entre la arena, las pepitas amarillas brillantes de un metal que parecía ser oro, para guardarlos en una bolsita hecha de cuero de mono.  
 Por las noches aprendió a fumar un tabaco silvestre mezclado con hojas de “yopo”, un alucinógeno suave y de efecto no muy duradero. A tomar la “manicuera” o líquido lechoso extraído de la yuca y fermentado de un día para otro. Y cuando había “piracemo”, o subida de peces por el caño, a celebrarlo bebiendo chicha fermentada de yuca masticada por las mujeres, mientras bailaba cogido de la cintura con ellas, zapateando el piso. Una noche de esas, una de las indias jóvenes de pelo largo y grasoso y enormes senos y caderas, lo tomó de la mano sonriendo y sin muchas palabras lo llevó al borde de la maloka con la selva. Allí entre pujos y sudores, pudo palpar la verdadera tristeza del aislamiento selvático. Pero bueno, también comprobó que aún estaba vivo.
Así trascurriendo los días, que se convirtieron en años contados por los “piracemos” de peces. Habían pasado ya cinco de ellos, cuando en una pequeña canoa llegaron hasta la maloka cuatro hombres que no eran indígenas. Parecían “cabuclos” o mestizos que tampoco hablaban indígena, sino un idioma parecido al castellano. Carlos rápidamente vistió sus calzoncillos de tela y rodeado de toda la familia india pudo recibirlos en el embarcadero, a un lado de la maloka. Tenían en la cintura revólveres y venían a cambiar machetes y hachas de filo por información. Dijeron ser “garimpeiros” y estar buscando yacimientos de oro. También le preguntaron porqué se encontraba allí y Carlos con gran precaución, les dijo que era de nacionalidad colombiana y estaba esperando sus compañeros de una comisión de exploradores que estaban reconociendo estos territorios. No había duda en el recelo con que ambos grupos se miraban.
Carlos trató de interpretar para la familia india lo dicho por los garimpeiros, pero ellos negaron rotundamente en medio de grandes gritos conocer o saber nada acerca del oro por el que les preguntaban. Esa noche Carlos pudo saber hablando con los garimpeiros, que se encontraba en territorio brasileño, bajando en canoa aproximadamente a cuarto jornadas del río Putumayo, luego ocho jornadas más hasta Santo Antonio de Izá ubicado en la desembocadura del río Putumayo en el Amazonas y de ahí, corriente arriba por el gran río, dos días en algún vapor hasta Leticia. Entonces comenzó su viaje de regreso.

Al otro día, cuando sin realizar ningún truque los garimpeiros se hubieron marchado; Carlos le explicó a la familia india reunida que, se sentía muy triste porque no sabía nada de su maloka y quería visitar a su madre y celebrar la visita con un baile, ahora que ya sabía el camino. Con desgano aceptaron. Después de una preparación de tres días, le dieron una buena canoa y remos grandes, una bolsa con una buena provisión de peces ahumados, carne de mono seca en tiras y harina de yuca amarga. Carlos con los ojos aguados se despidió, especialmente de la vieja que sollozaba con ahogo.
Tomó su canoa solo y con enérgicas remadas, se deslizó ondulante por la corriente espumosa del caño hasta perderse de vista. Viajó por la sinuosa orilla de la monótona várzea del río, tratando de evitar la canícula equinoccial y la nube de mosquitos que arrasaban la cicatriz de su piel quemada y enrojecida por el viento y el sol. Los invariables recodos del río, el vaivén interminable de la corriente, el movimiento rítmico de los remos, junto con los estridentes ruidos selváticos a su paso, le acompañaron todo el diario fluir del viaje. Con el halo rojizo del atardecer, escogía un lugar descampado y seco en la rivera para varar la canoa, saltar a tierra, comer un poco del avío que llevaba y buscar un sitio en lo alto donde pasar la noche a salvo de las hormigas de la tierra. Luego, aún somnoliento, con el vaho matinal de la primera luz reiniciaba el viaje. Por fin, las aguas más barrosas y torrentosas le indicaron con un vuelco en el estómago, que estaba desembocando en el gran río.

La navegación por la orilla del tormentoso río fue más llevadera. En un barranco terroso y erosionado del gran río divisó a San Antonio de Izá, una aldea pequeña de una docena de malokas indígenas, dos casas de ladrillo, una capilla pequeña y un embarcadero. No tuvo  dificultades y procurando hablar lo menos posible, compró una muda de ropa y un sombrero de paja fuerte tupida. El ventero un caboclo de habla tukana le aceptó 5 granos de oro que llevaba separados de la bolsa y, como si hubiese captado algo especial le dijo que el vapor para Manaos estaba pronto a partir. Carlos le dijo iba en sentido contrario, el ventero entonces le confirma que pasado mañana, sube el vapor con el correo para Leticia. Le da posada cobrándole un grano de oro por día.
Tres días después, Carlos desembarcó en territorio colombiano rumbo al puesto militar de Leticia. Se identificó verbalmente ante el guarda de la entrada, quien lo hizo escoltar hacia la comandancia general. El comandante escuchó un tanto incrédulo la versión de su accidente y supervivencia y le dijo que la guerra con el Perú había terminado hace más de cinco años. Ahora había negocios nuevos. Le ofreció domicilio y le dijo que debía esperar el avión que cada 15 días venía con los correos y papeles desde Bogotá. Debía tener paciencia y esperar.
En Bogotá, aterrizó en el aeropuerto de la base militar, se presentó ante el comandante de esa guarnición quien también escuchó turbado y aprensivo, la versión de lo acontecido: -Un hombre muerto que regresa quemado, piensa. Tomó el teléfono y habló con un superior en la escuela militar. Le dijo a Carlos que pronto un trasporte lo llevaría donde el alto mando del ejecito de Colombia. Querían conocer los pormenores de lo sucedido.
Unas horas después, Carlos está sentado solo frente a un gran escritorio donde hay cuatro generales y una secretaria taquígrafa, quien toma nota aceleradamente de todo lo que se dice. Parece como un consejo de guerra o juicio. Le ofrecen una habitación especial donde quedará recluido hasta que se pueda tomar una determinación, después de comprobar su difícil identificación con sus familiares en Provincia, donde dice que se encuentran.
-Señor ¿como dijo que se llamaba? Bueno señor Pinzón; desde Provincia nos informan que, ya no hay familiares suyos allá. La casa de esa familia está en ruinas y nadie da razón de nada. Aquí en nuestros archivos militares, la ficha de identificación de los militares muertos en acción, una vez comprobada efectivamente su muerte, se guarda durante cinco años previendo reclamaciones, pero en ausencia de estas; es dada de baja y enviada a los sótanos empacada en unas cajas según numeración estricta y encontrar la ficha que dice es la suya nos resulta casi imposible. Su identificación facial es sumamente difícil por las razones que usted entiende y expuso; así que lo único que podemos hacer para que usted regrese a la vida; es que vuelva a Provincia, saque nuevamente su fe de bautismo mediante un procedimiento judicial de familiares o testigos, o alguien conocido que de fe de que usted es usted y después regrese, para darle todos sus derechos que tiene como ser vivo. Es todo.
Carlos pensó en dirigirse donde Eugenia, la novia amorosa que lo acompañó durante sus estudios como cadete en la escuela militar de Bogotá, pero una voz interior le dijo con dureza que ella no lo reconocería así como estaba y menos sin saber con quien estaría compartiendo su vida. La verdad era que estaba muerto y resucitar era más difícil que permanecer en las tinieblas. La simpleza de la realidad se le impuso contundentemente, sin angustias.
La última vez que se vio a Carlos, fue unos días más tarde en el embarcadero de Leticia, esperando el vapor hacia Manaos: había comprado un boleto de viaje hasta San Antonio de Izá.
Nota:
Fotos del departamento del Guaviare y dos comunidades indígenas

sábado, 10 de noviembre de 2012

Padre cantor: Alí está sembrado en los sueños de la patria latinoamericana


Padre cantor: Alí está sembrado en los sueños de la patria latinoamericana




Daniela Saidman (Desde Venezuela. Colaboración para ARGENPRESS CULTURAL)

Fue un febrero de 1985 cuando el cantor del pueblo quedó sembrado en la memoria de estas tierras que llevan entre sus voces los cantos libertarios.

La voz de Alí Primera (Coro, 31 de octubre de 1941 - Caracas, 16 de febrero de 1985) es para nuestra geografía siempre verde y mineral una bandera enarbolada a todos los cantos y luchas. Su canción es palabra libertaria, eco de los sueños colectivos, que abrigan otro mundo, ya no sólo posible sino imprescindible. Pero no sólo es la voz de la protesta y la valentía del pueblo, sino que también es verso, caricia nacida del tacto y la utopía realizable.

Alí fue entre muchas otras cosas un hombre comprometido con las mujeres y hombres de su tierra, por eso será siempre voz de los sin voz. Cantor del pueblo, de todos los pueblos.

La canción de Alí Primera, voz urgente y libre, nombra lo más y mejor de nuestro suelo. Alí vive, como viven siempre los valientes, los héroes nacidos de los ríos y los vientos, vive en las manos, los ojos, los labios y la piel ardiendo. Vive en fin, en su canto, cantándole al pueblo.

Y por su canción necesaria, imprescindible en estos tiempos, el Gobierno Bolivariano declaró en 2005 su música como Patrimonio Nacional, como un acto de justicia, como una llamarada de conciencia y de memoria.

Durante una entrevista, la última que le hizo Mariam Núñez, el 24 de enero de 1985, Alí refiriéndose a la canta imprescindible, dice que “nosotros hablamos de canción, no de recital, de concierto. Nosotros montamos una canción por la victoria, la canción por la unidad del pueblo, la canción por la patria buena. Hemos fundado canciones que ya se convierten en instituciones culturales de los diferentes pueblos de nuestro país, toda canción de un hombre de pueblo es válida y es necesaria”.

Breve semblanza

Este Alí que ha trascendido los tiempos y que de niño fue limpiabotas y hasta boxeador, supo navegar libre y conmoverse por las ajenas hambres y los dolores todos. Su voz se alzó como un estandarte en los patios de la Universidad Central de Venezuela en los inicios de 1960. Humanidad y No basta rezar fueron sus primeras composiciones.

Con el cuatro y la guitarra a cuestas Alí partió rumbo a Europa, donde estuvo entre 1969 y 1973, gracias a una beca que le otorgó el Partido Comunista de Venezuela (PCV) para continuar sus estudios en Rumanía. Allí grabó Gente de mi tierra, su primer disco.

De regreso a Venezuela, Alí Primera estuvo vetado en las empresas informativas. Sus denuncias que nacían de lo más hondo de la rabia y la ternura, eran reflejo de los rostros de quienes pasaban hambre, de los niños descalzos y sin escuela, por eso terminó fundando Cigarrón, su sello discográfico, a través del cual grabó Canción para los valientes, La Patria es el hombre, Canción mansa para un pueblo bravo, Cuando nombro la poesía, Abrebrecha, Al pueblo lo que es de César y Con el sol a medio cielo, entre otros discos.

Trece discos de larga duración legó Alí a las generaciones por venir. Su canto necesario estuvo presente en numerosos festivales en toda la América Nuestra. Y tal vez entre las canciones que son banderas que agitan cientos, miles de voces en esta patria latinoamericana se encuentran Paraguaná, paraguanera; José Leonardo; Techos de cartón; Cruz Salmerón Acosta; Reverón; Flora y Ceferino; Canción mansa para un pueblo bravo, Sombrero azul, Ahora que el petróleo es nuestro, y tantas otras. Pero además el padre cantor de Venezuela llenó con su ofrenda cada espacio disponible, cada fábrica, cada calle, cada escuela, cada sueño.

La Autopista Valle-Coche de Caracas lo vio por última vez. Su muerte se produjo el 16 de febrero de 1985 en un accidente automovilístico. Pero ni la muerte pudo silenciarlo. Alí está sembrado en estas tierras y en los pueblos que empuñan su canto como un fusil, como un anhelo.

La visión amorosa de Alí

Pero la canción necesaria de Alí supo ser también canto amoroso, enamorado de la vida y sus santos, santas y señas. Y es que las manos del hombre que construyen sueños, aman también el espeso ramaje de pieles y roces que se tejen en el recuerdo. La mujer amada encontró en la voz de Alí Primera el tibio amanecer del tiempo. Y estará siempre allí, para los que necesiten cantar amores y libertades.

El amor en todas sus dimensiones se hace presente. Sus labios cantan los deseos, las ganas de otros presentes, más dulces, más tiernos, más justos... Se le quedó la vida en sus luchas y sus gentes. Venezuela tiene tanto de Alí, que lo anunciamos cuando andamos arando la tierra libre y los amores buenos.

Que su canto no se pierda, que viva siempre entre los que han desesperado de tanto esperar, que florezca bueno y sabio. Que su canto sea siempre presente, para alumbrar los días que habrán de venir, cuando sus versos nazcan verdad.

Con el sol a medio cielo (fragmento)

“Con el sol a medio cielo
me di cuenta que la vida
le daba la bienvenida
y un abrazo al compromiso

Con el sol a medio cielo
y teniendo el cuerpo preso
sentí cabalgar el canto
profundo en el sentimiento

Y he seguido en la pelea
aligerado de peso
siempre volará la idea
aunque se pudran mis huesos

Velero, será siempre el hombre
y el mar es la vida intensa
y el hombre, navegando en ella
naufraga y se pierde
si no tiene impulso”

Ilustración de la periodista y trovadora venezolana Yolanda Delgado



Del poemario inconcluso "Versos para el amor ausente"




(Del poemario inconcluso "Versos para el amor ausente”)
De Alicia Villoldo-Botana

Frente al esqueleto de la ballena
Que se tragó a Jonás
Alejada del turisteo
Después de trepar
Por el desigual empedrado
Adivinando los suspiros
Con que las prostitutas
Despedían clientes
En la ribera de Colonia de Sacramento.
Acaso les juraban mentido amor eterno
Para que huyeran de sus sábanas de
Frigidez y lino
Hay una brisa tímida hoy
En este mediodía de sol implacable
Observo alrededor
El paseo de los desconocidos
Buscando en sus variopintos rostros
Alguna imprevista luz de ti
Ilusa de mi
Si no tienes parangón

II

El vino, denso
Turbio rojo casi negro
Con ese aroma que nos penetra
En el tímido primer sorbo
De la felicidad
La cerveza, espesa
Oscura bien tirada
Borracha de este calor “inmóvil”
Sedienta de tus besos
El río tan cercano
Me consuela con su abrazo circular
Pero, faltas tú/vos
Tu cuerpo ancho y extendido
Tu piel almibarada
Y ese tonito de enseñante impaciente
Que por las noches te arrebata
Te amo
Te gozo aún en esta ausencia
Vino Cerveza Ginebra
Amor: la borrachera verdadera.

Alicia Villoldo-Botana
Colonia del Sacramento 2-I-XII
______________________________________________


ESTADOS COLONIALES

La playa despierta
Sus aguas calmas
Una abuela reniega con sus nietas
Esa pareja que se besa bajo la sombra
De los plátanos
Sólo percibe los límites de su pasión.
Camino sobre las huellas claras
De quienes me precedieron
En el paseo matutino.
Blanca y dura y húmeda fría
La arena delimita mi mundo
Sobre ella, al final del paraje,
Un joven dibuja el mapa mundi
Para su amiga
Amada
Si volviera por la tarde
Mientras la marea retrocede
Las aguas quedas
Aún conservarían
El amor de los mensajes
Borrados en la arena
Entonces, atrás en la floresta,
Sobre la alfombra roja y lila
Me vuelvo muchacha
Todavía.
_________________________________

Soy como un río
entre dos continentes
como agua perdida
retorno siempre
igual diferente

Alicia Villoldo-Botana
Colonia del Sacramento, 29/30-XII-2011
______________________________________

Hay un corazón abierto
dispuesto al amor:
los hombres,lo ignoran
las mujeres,lo traicionan
me sobran
niños
gatos
árboles
flores
pájaros
cielos
mares rios oceános
sus fosforecencia sus tormenta
También
La vana insuperada ilusión
De abrazar tu cuerpo solitario
También

lunes, 5 de noviembre de 2012

La poesía será inútil pero no cobarde


La poesía será inútil pero no cobarde*

*Por Miriam Cairo.

A Miryam Pirsch, Flavia Porto y Angeles Durini

La poesía no te da de comer, no asfalta las calles, no paga el boleto de colectivo. Con un verso no abonás los impuestos. Un poema escrito en una hoja de papel no sirve para abrigarte en las noches de invierno. La metáfora no entra en el mercado cambiario. Nadie pensaría en hacerle un cepo a la metáfora. Es más, la poesía ni siquiera nos salva de los preconceptos.
Cualquiera que quisiera escuchar poesía, por ejemplo, iría a los grandes salones de la zona céntrica de las grandes o pequeñas ciudades, o bien, a los tugurios y fumaderos de la poesía under, también ubicados en las mismas zonas céntricas de las mismas grandes o pequeñas ciudades. Sin embargo, la poesía es un animal difícil de dominar. Un bicho escurridizo. Un perro sin dueño. En ocasiones, no he encontrado poesía en los lugares donde se suponía debía estar, y sin embargo, ella apareció en el patio trasero de las grandes
o pequeñas ciudades, de la mano de poetas insospechados:
Gabriel tiene 15 años, fracasó en una escuela del centro y volvió a la delbarrio. Puede escribir estos versos: "La mano/ distraída/ juega con mi dolor.

*
Nico, del mismo barrio y de la misma edad, dice: "El pánico/ dulcemente/llena de gritos/ las rosas".
*
Marcos tiene diecisiete años. No encuentra un espacio para él en el aula.
Prefiere leer a escribir. Le gustan los poemas de León Felipe y Atahualpa.
*
Matías, vecino de Gabriel, por su parte, escribe: "El vino es/ la sangre indefensa/ que beben/ fácil".
*
Franco, "Ananá" para los amigos, dice: "Los pechos/ caían/ pensándose hacia el mar".
*
Mailén hacía dos meses que no venía a la escuela. Ahora ha vuelto con los ojos delineados, el cabello renovado con mechas de colores, y sin ningún deseo de enterarse sobre nada que no sea "esos cuentos raros" que leíamos.
Su fuerte es la lectura en voz alta.
*
Tami, la risueña, es modelo y escribe: "Los versos/ indefensos/ comienzan a extrañarte".
*
Nilce, 15 años, poetisa de extensa producción y compañera generosa, es capaz de decir cosas como éstas: "La oscuridad del universo/ regresa/ a gran velocidad/ desde la luna".
*
Roberto, 17 años, no tiene carpeta porque dice que todo le queda en la cabeza. Es verdad. Sólo vino un par de meses a la escuela y todo lo que leemos ahora lo relaciona con los bestiarios de Arreola, leídos por entonces. Es un gran narrador oral.
*
Angel va a la escuela porque lo obligan. Tal vez este año pueda pasar a cuarto, mientras tanto escribe versos como éstos: "Desearía que fueras/ como una estrella/ hermosa/ brillante/ perfecta".
*
Lucila es la niña más silenciosa que conozco, y he descubierto que desde su silencio pueden salir versos inquietantes: "Alguien/ ha dejado diamantes/ en el infierno".
*
Alberto, presidente del centro de estudiantes, es el vocero de la escuela y dice: "El mar/ se perdía/ en la torturada noche".
*
Marquitos sueña con ser ingeniero, pero eso no lo priva de soltar el pulso poético: "Las voces/ oscuras/ apagan la noche".
*
Martín dice de sí mismo que es un matemático natural (su profesora de matemáticas no opina lo mismo), sin embargo nadie lo iguala a la hora de inventar historias de terror.
*
Elda escribe acrósticos y cuentos de amor.
*
Dana quisiera que lo único que hiciéramos en el aula fuera leer a Silvina Ocampo. Yo también, por eso la consiento a menudo.
*
Mariana escribe cuentos. Tamara escribe cartas de amor. Estefanía tuvo un bebé y escribe relatos de aventuras.
*
Miqueas espera un trasplante de riñón y se inspira con los cuentos de Silvina. Su último relato se titula "Pez puñal".
*
Carlos escribió un cuento sobre un niño triste que luego encontró un amigo y ya no estuvo solo.
*
Nahuel vive bastante lejos de la escuela, cuando llueve se le complica llegar porque en las calles de los barrios no hay asfalto. Su último relato se titula "Cuento con muñeco".
Como vemos, la poesía será inútil pero no cobarde. No dará de comer, pero propaga belleza. No pagará el boleto de colectivo, pero transporta a lugares a los que ninguna nave espacial, transatlántico o colectivo llegará jamás.
La poesía no tendrá la facultad de abrigarnos en invierno pero nos enciende una llama.
Es cierto que en el mundo hace más falta un plomero, un carpintero, una enfermera, una taxidermista que un poeta. Pero, ¿qué sería del mundo sin poesía? Más aún, ¿qué sería de la poesía sin estos chispazos de vitalidad?

domingo, 4 de noviembre de 2012

Iniquidad






Luis Fernando García Núñez- En los días aciagos de la infamia-



 
Iniquidad

Hordas de mercenarios depravados,
de funestos conductores del mundo
en función de guardianes de la heredad.
Hordas fatales de criminales
protegidos con la piel de mil ovejas
desangradas en los campos de concentración
de estas eras.

Hordas de hipócritas
creadores de infundios,
leviatanes de las nuevas edades,
vergüenza del género humano,
su presencia nos angustia,
nos entorpece el alma.

Hordas de filibusteros que cruzan todos lo espacios,
que todo lo corrompen y lo envilecen,
B. Obama, Hillary Clinton, Netanyahu, Yanki Moon...
arbustos del arbusto final,
áulicos sucesores de Hitler y sus secuaces
-genocidas de la inteligencia y de la razón-.
Un silencio insoportable se extiende
por todos los lugares del planeta,
y queda la infinita infamia de esta venganza
tejida con el hilo de la ambición.

Son los hijos dementes de la soldadesca
que humilla,
que sacrifica la dignidad
y nos aniquila,
nos conducen por los senderos del odio,
nos aterrorizan con sus bombarderos,
con esas turbas de hombres poderosos
mezclas de la vulgaridad
que manda,
que tiñe,
que destruye,
que incauta la vida,
que aprisiona la esencia,
que grita victoria a cada instante.
Hordas infinitas de criminales
que desautorizan la vida
en nombre de Wall Street
y del Pentágono.

Hordas infamantes de genocidas
que nos quitan la razón
en nombre de sus derechos.
Hordas, hordas, hordas,
hordas repugnantes y viles
televisadas alrededor del canallaje.
Son los últimos instantes
de estos modernos calígulas,
hechos en enfermizas orgías
de bancos y multinacionales.

Un clamor traspasa todos los ambientes
y estos versos se cruzan
en todas las memorias
para reconstruir
los instantes finales
de esta afrenta.