jueves, 11 de julio de 2013

Tiempo de oráculos desvirtuados. Por Nechi Dorado.

Ilustración: pintura de la artista visual
argentina Beatriz Palmieri, “El viejo oráculo”






Se vivían días de zozobra. El oráculo temblaba carente de respuestas ante la andanada de preguntas escupidas por los dioses. ¡Tal era el lío!

Que si no, que si, sí.

Que quién sabe; que yo sí, se.

Que aquello es así; que lo otro es asao.

Que: ¿qué me van a decir si al final quién sabe más que yo? Ninguno.

Los interrogantes vertidos desde la soberbia más irracional parecían espirales en las que se trenzaban las respuestas ahorcándose mutuamente. Unas tímidas, las otras más atrevidas pero sin dejar de ser las mismas que propinaran desde años atrás, cuando llegaba la época de las consultas desesperadas y el oráculo desvirtuado, chorreando aceite rancio, comenzaba a dar sus vueltas vacías.

Algunas interpelaciones sonaban como edulcoradas, pretendiendo contrarrestar a las otras donde el azúcar se convertía en una especie de melaza que resultaba amarga de tanta dulzura. Dialécticamente empalagosa, pegajosa. Demasiado.

Tan falsa como la edulcorada.

Algún pitón desdentado, asexuado, con su trasero apoyado sobre una roca fría, áspera como la realidad que se desarrollaba en ese tiempo de mañanas inciertas, sonreía mirando un futuro incipiente condenado a nacer tan maltrecho como el pasado donde había sido engendrado.

Mientras tanto, el oráculo seguía danzando su monótono giro repetitivo, aburrido, casi anquilosado, sin atreverse a asegurar qué carambas iría a deparar el futuro cercano que pudiera ser diferente. Nada.

Una tormenta anunciada seguía durmiendo su siesta dejando boquiabierta a la profecía que la anunciaba irresponsablemente. La tormenta sabía bien que aún no había llegado su tiempo. ¿Valía la pena dejar su marasmo en medio de semejante revuelo?

Gnomos del bosque de cemento charlaban divertidos, restándole importancia al concilio de profetas iluminados por halos de insensatez extrema, que como siempre, seguían elucubrando fantasías apocalípticas. Estúpidamente agoreros.

-Esta pelea no es nuestra, comentaban. Al fin, todo seguirá como hasta ahora.

De momento.






domingo, 23 de junio de 2013

La Peste en Provincia. Novela de Alberto Pinzón Sánchez, lectura dominical en ANNCOL




Por Alberto Pinzón Sánchez

 

Hacía pocos días había pasado el periodo de lluvias en Provincia. De la tierra salía un vaho fuerte y denso con un olor intenso y húmedo a tierra mojada y fértil. Los rayos del sol ahora atravesaban verticalmente las pocas nubes con más facilidad y más trasparencia, y la poca brisa que soplaba aumentaban la sensación de calor. Era una mañana que se iniciaba lenta y tranquila; cuando una mujer de mediana edad, a toda luz campesina, con alpargates y con un vestido completo de algodón estampado, llegó muz agitada a la puerta del centro de salud de Provincia:

-Ay doctor, dijo con un notorio dolor reflejado en la cara, salve a mi hija; que desde hace una semana está endiablada.

¿Cómo es eso? Dijo el médico tratando de calmar a la mujer y, de ordenar la información que ella precipitadamente le estaba diciendo.

-Si doctor, confirmó la mujer con marcada ansiedad: Hace como una semana el perro de la casa se volvió loco. Se echó en el piso en un rincón oscuro de la cocina, mirando tristemente, babeando y gruñendo todo el tiempo. La niña preocupada porque no comía desde hacía días, se le acercó para darle un platico de comida y el chandoso le mordió la mano. Luego salió corriendo como alma en pena y se perdió en el potrero hacia la montaña. Nunca más lo volvimos a ver.

-No le puse mucha atención a la mordedura, continuó la mujer, le lavé la herida que era pequeña y la mandé a rajar la leña y continuar con el oficio de la casa. Pero unos pocos días después, fue ella la que se volvió como loca. Primero me dijo que tenía mucho dolor de cabeza, y que le molestaba el sol. Luego empezó a gritar y a ver y oír cosas raras. Dizque nos iban a matar y a quemar la casa y esas cosas. Después no comió más y ayer, cuando le fui a dar de comer me atacó a puños y patadas y salió corriendo echando una babaza espesa y dando gritos desesperantes.

-Señora, dijo el médico tomando un respiro; su hija no está endemoniada. Por lo que usted cuenta, lo más probable es que tenga rabia. Luego mirando a la enfermera que lo asistía le dijo que había que avisar al alcalde de la población. Y usted, le dijo a la mujer, debe darnos todos los datos donde está la niña para ir por ella y traerla al hospital.

El alcalde una vez tuvo la noticia, se fue al cuartel atrincherado que tenía la policía a un costado de la alcaldía. Allí mientras se tomaban un café tinto acordó con el capitán la estrategia a seguir para este caso.

-Mire señor alcalde, dijo el comandante de la policía; estos casos de peste son muy graves, por que como tenemos pocos medios para detenerlos, se propagan con mucha rapidez y hacen mucho daño a la población.

-¿Entonces qué sugiere Capitán? Interrogó el alcalde con cierto aire de desidia. Me parece que debemos ponernos de acuerdo con el medico del puesto de salud. ¿No le parece? Agregó dando un sorbo pequeño al café.

-Alcalde: respondió el capitán de la policía. Ese medico izquierdoso sí que menos puede hacer, excepto ver morir a esa niña, mientras se propaga la peste. A menos que nosotros como autoridad detengamos el asunto. Lo que se debe hacer es enfrentar esa amenaza de peste como si se tratara de un ataque sorpresivo de un grupo armado ilegal. Igualito. Vamos por la niña y se la traemos al médico para que haga lo que pueda. Luego aislamos a los convivientes y los ponemos en observación. Después alertamos a la población sobre el peligro de la peste que se inició para que nos colaboren, y luego, vamos por los perros y los gatos. ¿Le parece?

El alcalde con cierto sobrecogimiento movió afirmativamente la cabeza. Salió del cuartel de la policía y afuera una ráfaga de viento le trajo el olor a tierra húmeda y fértil que flotaba en el aire de Provincia.

Se hizo tal y como lo había dicho el policía. Unos cuantos agentes trajeron casi amarrada a la niña al Hospital, en medio de contorciones y gritos desesperados hasta entregarla en la puerta al médico. Sus dos padres y dos hermanitos más pequeños fueron llevados al hospicio de beneficencia para vigilancia. Por las cornetas de los dos altoparlantes que estaban colocados en un alto poste a un lado de la puerta de la alcaldía, se anunció a la población con una voz gangosa y en medio de un ruido monótono, la llegada de una peste trasmitida por los perros y gatos que amenazaba seriamente a toda la población y finalmente, se solicitaba la activa colaboración ciudadana.

El medico asistido por la enfermera le puso a la niña una inyección de un potente calmante y la llevó al único cuarto de aislamiento que tenía el centro de salud. Allí con las ventanas cerradas y en un catre de hierro oxidado, la amarraron con unas tiras de gasa, mientras le colocaban en una vena del brazo una botella de suero.

 -Nada más podemos hacer, le dijo sofocado el medico a la enfermera: Tratar de mantenerla sedada y con la venoclisis. ¿Nada más doctor? Agregó la enfermera. Nada más respondió secamente el médico. Lo otro es acordar con la alcaldía el inicio de las medidas de protección a la población contra la zoonosis. Solicitar a Bogotá el envió 500 dosis de vacuna humana contra la rabia, más 500 dosis de inmunoglobulina antirrábica también para uso humano y además, todas las dosis que puedan enviar para iniciar una vacunación masiva de los perros y gatos de Provincia.

- Pero eso demorará mucho doctor, agregó la enfermera. Después de una pausa silenciosa, el médico con un sudor perlado en la frente le respondió que no sabía nada más.

La noticia prontamente se propagó por todo el pueblo. El padre Silvestre rápidamente con su sacristán hizo tocar a “arrebato” las campanas de la Iglesita y sacó al atrio un palio bordado sobre tela burda que cubría una mesa de madera cubierta con un mantel blanco con encajes, sobre la que estaba la custodia dorada de la iglesia, y anunció una procesión por las principales calles del pueblo para pedir el favor de Dios.

 En medio de la angustia y el miedo colectivo, las escuelas, de varones y de señoritas, dieron asueto por el resto de la semana, y sabiendo que la vacuna canina no llegaría hasta los próximos 15 días, comenzó la cacería y exterminio de perros y gatos de Provincia.

En el centro de salud, la niña cuando se despertaba, cada vez más frecuentemente, con una respiración muy agitada, los ojos aterrorizados y en medio de convulsiones espantosas y alucinaciones; gritaba desgarradoramente que no fueran a matar a sus padres, ni a sus hermanitos, que no le quemaran la casa y que la dejaran ir. Luego entraba en un periodo de sosiego que nadie podía saber cuánto más duraría. Afuera, las duras voces de los cazadores mezcladas con los aullidos de perros y chillidos de gatos moribundos, ventanas cerradas y murmullos, le daban a Provincia una indescriptible sensación terrorífica y alucinante, como de una verdadera peste medieval europea.

El medico abrió la puerta del hospital para comprobarlo, y una racha de viento le trajo ese olor nauseabundo y putrefacto de los animales muertos o sangrantes, mezclado con el olor a tierra húmeda. Entonces con la garganta apretada como por un nudo invisible se dijo:


 –Hombre, Colombia definitivamente no es esa postal sepia cuyo fondo es la tristeza y la soledad pintada magistralmente por García Márquez. Con esto, creo que en el fondo de Colombia es el terror; el miedo. Ese miedo viscoso, paralizante y contagioso que nadie se ha atrevido a contar, precisamente por miedo. El grito lastimero de la enfermera desde el cuarto de la niña con rabia, cortó la cavilación.

sábado, 22 de junio de 2013

Yo soy el tipo...poema




Por Aldo Luis Novelli*

yo soy el tipo, el bebedor de cerveza.

el que vació revólveres
en latas de cerveza
en medio del desierto.

el que se bebió las cervezas
y escribió poemas alcoholizados
en el oxidado pellejo de la arcilla.

yo soy el tipo que atravesó el desierto
detrás de un luminoso oasis
y cuando lo alcanzó, se encegueció de espejismos.

el que abandonó el desierto
cuando el viento desparramó poemas
con olor a cerveza
y se vino a la ciudad.

yo soy el bebedor de cerveza
el que navegó en barcas de cristal
cuando todos reían a carcajadas
bebiendo blancas bebidas en lujosas habitaciones.

el que cantó la canción del infinito
en un bar miserable del bajo de esta ciudad,
donde los bebedores de birra
se tiran en la vereda con una bolsa en la cara
a viajar por los bordes del paraíso.

yo soy el que se acostó con dos minas una noche
y se despertó solo y sediento
a beber una cerveza
entre bardas rojas de un desierto amarillo.

yo soy el tipo cansado de este mundo viejo
de hipocresía y usura,
el perseguidor de una palabra luminosa
que cure las llagas de infelices y hambrientos.

yo soy el bebedor de cerveza
el que intenta la salvación o el desesperado perdón
escribiendo sucios poemas
plagiados a otros poetastros y poetitas
en medio de esta ciudad de tristes corazones.

el poeta in-mundo peleando en este mundo
de absurdas razones para la miseria,
vate urbano o lenguaraz de baratija
esparciendo bagatela poética
a ingenuas mujercitas que lagrimean de emoción.

yo soy el que conoce el sabor de su sangre
desde el día que nació,
y mi garganta conoce la sed
antes que el sabor de una mujer.

el que se junta con bardos y borrachos
en bares pringosos y escucha su alcohólica musa
y hace que les cree y se emociona
al menos por un rato,
el tiempo necesario para fingirme poeta
y tomarles una cerveza.

yo soy el que vió a Dios convertido en francotirador
disparando sobre la cabeza de los creyentes
desde la azotea de un bar en medio de la ruta.

yo soy el tipo que gritó revolución
en medio de unos cuantos hijos de puta
que honraron a la patria
silenciando la palabra de hombres y mujeres
a punta de fuego y sangre mutilada.
(perdón 30.000 voces desaparecidas).

yo soy el tipo, el bebedor de cerveza.



* Aldo Luis Novelli. Neuquén, Patagonia Argentina Poeta, cuentista, ensayista, inquisidor del alma humana y habitante de bares nocturnos.

viernes, 21 de junio de 2013

Ajuste de cuentas: “Los economistas neoliberales: Nuevos criminales de guerra”



Por Renán Vega Cantor-Luz Marina López Espinosa 

Viernes 21 de junio de 2013 

Refiere en su introducción el autor de este texto, el destacado y en plena juventud ya laureado Renán Vega Cantor, que hace algunos años escribió un artículo de prensa con el mismo título. Dada la naturaleza del escrito, no consideró del caso que sus terminantes afirmaciones sobre la criminalidad ingénita al neoliberalismo debían estar soportada en pies de páginas y bibliografía. Algunos lectores del texto le indicaron al autor que tan drásticos señalamientos sin sustento bibliográfico tenían más el carácter de un juicio de valor, una opinión, que la exposición de una verdad acreditada por la evidencia empírica. Esta glosa era además una expresión de desacuerdo con la aspereza de la calificación de los economistas neoliberales como criminales reales -no metafóricos- de la peor laya y del mayor nivel: genocidas y de lesa humanidad.

¿Quién dijo miedo? Esa objeción sobre la supuesta gratuidad del juicio emitido acicateó la identidad e integridad política del autor al tiempo que su rigor científico, condiciones ambas que subjetivamente lo habían conducido sin ambages al juicio que hacía. Ello dio como resultado que se nos vino Renán con un nuevo artículo de prensa, sólo que esta vez hubo de ser recogido en un libro porque el tal tenía seiscientas apretadas cuartillas, diez densos capítulos, y estaba soportado con gran cantidad de pies de página y una bibliografía de ciento diez textos especializados amén de numerosas páginas web consultadas.

Ajuste de cuentas hemos dicho. Y es que este libro indispensable para quien quiera tener claridad del mundo en que vivimos, es tal vez el más riguroso, exhaustivo y documentado estudio que se haya hecho sobre ese fenómeno que para muchos no pasa de ser una palabra que designa algo como un nuevo sistema económico, una que más o menos se sabe qué es y parece consistir según dicen todos, en algo relacionado con un nuevo orden inevitable del mundo que conduce inexorablemente a desmejoras para los pobres y beneficios para los ricos. Y pare de contar. No mucho más sabe el común de las gentes. Para esos neófitos, para los conocedores del tema y aún para los especialistas, este libro les esclarece, detalla o profundiza, cómo y por qué el neoliberalismo es además de una creación artificial de los centros imperialistas del mundo para someterlo al dominio del gran capital internacional, el responsable del genocidio más devastador al que haya sido sometida la humanidad y todo lo que le es caro y preciso para su pervivencia: la naturaleza, la cultura y un espíritu labrado en la morosa adquisición de su conciencia individual, moral y social que le llevó miles de años.

Pero, ¿y por qué el encarnizamiento específico con los economistas? Porque son ellos los que prestan su contingente para que el mundo que ha de ser destruido –y lo está siendo hoy en efecto como demuestra el autor con cientos de citas académicas serias-, contemple primero el tósigo que lo ha de intoxicar, lo desee después, y al final lo paladee como cosa buena los unos, necesaria o inevitable los otros. “La globalización puede que no sea lo mejor, pero es imposible oponerse a ella porque el mundo cambió y ya somos uno solo”; o “El TLC. nos va a acabar, pero es inevitable y en todo caso crea otras oportunidades”: o “No podemos vivir sin el comercio con los Estados Unidos”, se oye decir aún a los industriales y empresarios que van a ser devorados por una de las muchas fauces del monstruo.

Y ese daño lo hacen los economistas partidarios o simplemente reclutados al servicio de esa causa. Ellos colonizan la mente de las gentes ignaras o cultivadas, incluidas aquellos que van a ser víctimas injustas y evitables de ese estadio del capitalismo, lo mismo que la de naciones enteras, y lo hacen por la vía de pregonar a través de los aparatos ideológicos de dominación a su servicio, la verdad mentirosa de lo ineluctable del neoliberalismo. Pero no como un mal al que hay que resignarse, sino todo lo contrario: como el bien inestimable con el que el sistema capitalista en su permanente escalar en favor de la humanidad, le dispensó.

Y viene entonces porque no es sólo una consigna vacua-, el “sustento teórico”, el discurso, los silogismos perfectos que enmascaran sofismas abismales: que la mano invisible señala el valor justo de las cosas y del trabajo, que la competencia premia a los mejores, que el libre mercado abarata los precios y cualifica los productos, que la economía abierta disminuye el costo de vida y da oportunidades a los pobres, que la apertura económica aumenta las exportaciones y con ello el empleo, que la globalización permite aprovechar las ventajas comparativas y los recursos de cada país lo cual deriva en riqueza, que la inversión extranjera axiomáticamente trae prosperidad al país receptor, que la baja en los salarios es socialmente justa porque genera trabajo al desempleado, que la rebaja en las pensiones subvenciona a los más pobres que no las tienen, que lo público es corrupto y lo privado es probo, mejor dicho, como afirma tan serio autor, que patatín, que patatán, hasta llegar a que los talentosos y tenaces siempre triunfan en el modelo, mientras que los ineptos e impedidos es mejor que se…. que se…. ejem….ejem…

Eso es lo que hacen los economistas neoliberales. Y el resultado está a la vista, absolutamente incontrovertible: “el genocidio económico y social del capitalismo contemporáneo” como subtitula su libro el profesor Renán.

La degradación de la naturaleza a límites que se teme devenga catástrofe irreversible, el agua, aire, especies animales y vegetales, semillas tradicionales, tierras fértiles, selva, casquetes polares, capa de ozono y mil formas de biodiversidad, son preocupación del autor que expone cómo la codicia del capitalismo exacerbada en su faceta neoliberal, arrasará con aquello que si de alguna manera se lo puede definir, es con el vocablo Vida. Y entonces nos recuerda las palabras visionarias del riguroso científico y profeta Carlos Marx, “El capitalismo destruye los dos manantiales de toda riqueza: la tierra y el trabajador.” Y cita las de Francois Houtart que ciento cincuenta años después evidencia su rigurosa ocurrencia en el mundo de hoy: “En ese sentido, el sistema neoliberal es un “real genocidio”, porque está acabando con capas enteras de la sociedad humana y del entorno natural.” Y todas las afirmaciones del autor en este punto cuyos trazos catastrofistas para el presente y futuro de la humanidad podría alguien suponer infundados, avaladas por estudios de universidades, sociedades científicas e investigadores independientes de reconocida solvencia.

Hemos dicho de lo exhaustivo, profundo y totalizador de este libro en cuanto a la múltiple dimensión perversa – en lo humano, cultural, natural, genético, espiritual- del neoliberalismo. Que victimizará primero a los pobres y destituidos del mundo como sus obvios destinatarios naturales, pero después a todos los hombres, incluidos sus ideólogos y beneficiarios así no lo hubieran previsto jamás. También sucumbirán al extravío. Porque es el género humano el que puede perecer en una concepción social donde la naturaleza y el hombre son objetos, mercancía ofrecida en el altar de la codicia, terminando todo en la temida desaparición del agua que nos es común, el aire que nos es común, la tierra fértil, el mar, los peces, el humilde grano de maíz sin el cual no seríamos los americanos, el minúsculo de mostaza, y aún las larvas y bacterias que nos son comunes y que los dioses o la materia evolucionada sacaron del arcano de la nada para nuestro goce y beneficio. Desaparición asegurada, cuando a la eliminación “pacífica” de esos bienes por la vía instrumental de las leyes, los procedimientos, el abuso de la ciencia y la tecnología y el adocenamiento de las conciencias, se aúne la otra siempre bien dispuesta y al acecho, la de su destrucción por medio de la violencia y el terrorismo tan sustanciales al neoliberalismo, que se puede afirmar sin ellos no podría ser por absoluta inviabilidad ontológica.

Admirable esta obra del profesor Renán Vega Cantor que sin hesitación alguna podemos señalar como toque a rebato, tañido de convocación para que los pueblos del mundo, único lugar donde se afinca la esperanza, se apronten a la ciclópea tarea de confrontar el amedrentador poder del imperio enseñoreado del mundo. Y hacerlo antes de que lo destruya. Por eso el autor en toda su vida como formador, académico y activista social, reivindica y exalta la gesta de los movimiento sociales, las organizaciones populares, los sindicatos, las tertulias conspirativas y los grupos de estudio que han asumido la causa de impugnar los regímenes de miseria y represión que los oprime, a los que sólo respalda la violencia criminal del poder. Y por eso ha rescatado en una obra monumental, la saga centenaria de gente muy rebelde, aquellos antepasados de apenas ayer que con organización, protesta y muchos muertos, torturados y encarcelados –cómo no memorar a Raúl Eduardo Mahecha y a María Cano- nos legaron patria en la forma entre otras, de inmensos patrimonios públicos como Ecopetrol e Inravisión, y grandes propiedades sociales como las leyes laborales de amparo a los débiles de la relación capital-trabajo, con la consagración de la negociación colectiva y consecuentes beneficios extralegales, la jornada de ocho horas, la huelga, los permisos sindicales, la protección y estímulo al sindicalismo, las cajas de compensación, etc, etc. Casi todo ello ya arrasado por el huracán neoliberal.

“Los economistas neoliberales: nuevos criminales de guerra”, aparte la naturaleza científica que le es propia como corresponde a un trabajo sustentado en la realidad del mundo, tiene una dimensión política de primer orden como tenía que ser y se deduce de lo dicho. Ese es otro mérito de la obra, dada la identidad ideológica del autor y el vasto sector social que puede apropiarse de ella. Pero queremos resaltar otro aspecto de ella: su dimensión moral. La cuidadosa disección del neoliberalismo deja al descubierto las llagas de la clase que domina el mundo a nivel universal, regional y nacional, la descomposición de su universo de valores. Los mismos que sus presuntos depositarios reclaman hoy como los de “los padres fundadores” que dieron vida a los Estados Unidos, cuya virtud moral y religiosa pretendían superiores, lo que obligaría a su aceptación y acatamiento por todos los habitantes del vasto territorio; y después, del mundo entero.

Eran entonces los valores de esa generación del nuevo país del norte profundamente imbricados con el capitalismo, los que suponían superiores frente a los de otra religión, formación social o sistema de gobierno al ser generadores de bien y justicia para los conciudadanos, los que hoy se revelan postrados y sumidos en la descomposición. No a otra cosa podía dar lugar el apetito desaforado de lucro y la riqueza material como bien último a alcanzar, otorgándole inclusive ribetes religiosos ya que ella sería la prueba de encontrar el “bendecido” gracia a los ojos de Dios. Y no a otra cosa podía dar lugar una concepción férreamente individualista del hombre en clara contradicción con la evidencia de su naturaleza social y su forzosa realización en un entorno social. Ella conduce por vía natural al egoísmo y éste a su vez al avasallamiento del otro en aras del “derecho” de realizar las propias ambiciones vestidas de aspiraciones. Y de ahí a la violencia cruel e injusta -Vietnan, Irak entre docenas-, ya no existe distancia como es abrumadora su constatación en la construcción de la hegemonía capitalista.


Renán hunde el estilete en el cuerpo de un espléndido faisán de shopping centers, cruceros de lujo, fortunas alucinantes y vidas de sibaritas, y lo que de allí mana, asusta. Y ello convoca a la acción en defensa de la humanidad. Por eso este es también un libro moral. Porque tiene que ver con la preocupación por el destino superior del Hombre. Es un llamado angustiado y esperanzador a que las simples gentes del mudo digamos ¡No más!

lunes, 17 de junio de 2013

Colombia: Homenaje a Luis Buñuel en “La Muestra de Cine Español 2013” que se llevará a cabo desde el 26 de julio al 9 de agosto



Treinta años después de su muerte, Luis Buñuel sigue siendo un ícono en la historia del cine


La Muestra de Cine Español 2013 se llevará a cabo del 26 de julio al 3 de agosto en Bogotá y Cartagena, del 26 de julio al 1 de agosto en Medellín, del 2 al 8 de agosto en Cali y del 3 al 9 de agosto en Barranquilla. Gracias a las embajadas de México y Francia, dentro de su programación tendrá una retrospectiva del cineasta aragonés Luis Buñuel, la cual incluirá una amplia colección de películas que permitirá a los espectadores colombianos entender el enorme talento creativo y la evolución profesional del que es considerado como uno de los directores más importantes y originales de la historia del cine.

Luis Buñuel
Su cine, surreal, irónico y simbólico, lo caracterizan como uno de los directores más controversiales y significativos del séptimo arte. Con su humor denso y contrastado Luis Buñuel participó en cerca de 34 películas. Las características propias del surrealismo marcaron un estilo inigualable en las producciones de este cineasta que pasó su vida y desarrolló su obra en España, Francia y México.

La retrospectiva dedicada a Luis Buñuel, incluirá la exhibición de doce películas: Un perro andaluz (1929), El gran calavera (1949), La hija del engaño (1951), Subida al cielo (1951), La ilusión viaja en tranvía (1953), Nazarín (1958), Viridiana (1961), El ángel exterminador (1962), Simón del desierto (1965), Belle de Jour (1967), Tristana (1970) y Cet obscur objet du désir (1977). La retrospectiva también incluirá tres documentales sobre la vida y obra del director español, su relación con Dalí y sus últimos días, Dalimatógrafo de Tito Álvarez de Eulate (2004), A propósito de Buñuel de Javier Rioyo (2000) y El último guión de Gaizka Urresti y Javier Espada (2008). Así mismo, habrá una noche especial dedicada a Luis Buñuel que será anunciada próximamente.

Su crítica social y su mirada irónica y mordaz, a la hora de reflejar las situaciones políticas y religiosas, lo que lo sigue posicionando como el maestro de la sátira treinta años después de su fallecimiento. Sus películas cargadas de sarcasmo y fuertes burlas, lo convirtieron en el único capaz de mezclar objetos surrealistas con historias oníricas y encerrarlas en tramas melodramáticas. Su especial énfasis en denunciar la forma de vida burguesa, su crítica hacia lo religioso, su obsesión por el deseo sexual fueron características de su cine.

El legado de Luis Buñuel

Nació en 1900 en el pequeño municipio de Calanda, España. Descubrió el cine a los 8 años de edad. Durante su juventud entabla amistades con José Moreno Villa, Eduardo Marquina, Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca y Salvador Dalí. En 1922 publicó su primer texto literario “Una traición incalificable” en la revista Ultra y participó en el teatro de marionetas de Juan Chábas y Federico García Lorca. En 1924 se graduó en Historia en la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid, en ese mismo año, su gran amigo, Salvador Dalí le realiza su primer retrato. Inició su carrera en el cine, en 1925, cuando se traslada a París, para inscribirse en la Academia de Cine dirigida por Alex Allain y Camille Bardoux, donde se hace cargo de la dirección artística de El retablo de Maese Pedro, de Manuel de Falla. Será la visión de la película Las tres luces (1921), obra de su gran ídolo cinematográfico, el director alemán Fritz Lang, el detonante para que Luis Buñuel comenzara a dedicarse al séptimo arte.

Un perro andaluz vendría a ser su primer cortometraje en 1928, producción que además le permitió financiar su siguiente cortometraje La Edad de Oro (1930). Este nuevo proyecto escandaliza a todos los estamentos en Francia por su claro ataque contra la burguesía y el clero; temática que ya no abandonaría en su extensa carrera.

En 1944 es contratado como consejero y jefe de montaje de las películas de la oficina de propaganda para los países de América Latina en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MOMA). Dos años más tarde decide radicarse en México. Tras varios títulos como Gran Casino y El gran calavera, vendría a dirigir el famoso drama Los olvidados, película que le otorgó el premio al mejor director en el Festival de Cannes de 1951, pero que también le propició fuertes agresiones en el país azteca. Los olvidados es una de las tres únicas películas reconocidas por la Unesco como Memoria del Mundo.

Posteriormente dirigiría películas como Susana (1951), Don Quintín el amargao (1951), Una mujer sin amor (1951), Subida al cielo (1951), El bruto (1952), su primera producción en inglés Robinson Crusoe (1952), Él (1953), Abismos de pasión (1953), La ilusión viaja en tranvía (1953), El río y la muerte (1954) o La vida criminal de Archibaldo de la Cruz o Ensayo de un crimen (1955), entre otras.

En 1961 vuelve a España y comienza el rodaje de Viridiana, una sátira religiosa, con la que fue censurado por la iglesia católica, pero con la que obtiene la Palma de Oro en Cannes. En 1967 recibe el León de Oro del Festival de Venecia por Belle de Jour (Bella de día). Cinco años después filma El discreto encanto de la burguesía, película que lo hace merecedor del premio Méliès de la crítica francesa y el Óscar de Hollywood a la Mejor Película Extranjera.

Un año antes de su muerte se publica su obra literaria y su libro de memorias “Mi último suspiro”, escrito con la colaboración de Jean-Claude Carrière. A sus 83 años Luis Buñuel muere en Ciudad de México el 29 de julio de 1983.

***

La Muestra de Cine Español además de la retrospectiva, incluye dentro de su programación las secciones Premiere y Nuevos Formatos, que harán un repaso de las producciones españolas de mayor calidad de los dos últimos años, así como Cine Cotidiano, Mujer en el Cine, y una selección de DocsBarcelona, el Festival Internacional de Cine Documental de Barcelona.

Muestra de Cine Español 2013
Organiza: Consejería Cultural
Embajada de España en Colombia

Teléfono + 57 (1) 622 00 90
Calle 92 No. 12 — 68. Bogotá, CO.
Teresa Morán / extensión 116

+ info:
www.muestradecineespanol.com
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La divulgación de la MUESTRA DE CINE ESPAÑOL es realizada por Velvet Voice, de Laboratorios Black Velvet.

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domingo, 16 de junio de 2013

Homenaje a los padres en su día: Mi padre


Dos presentes acariciando el futuro
Por Athemay Sterling Acosta, Buenaventura Junio 15-16 de 2013

1
Ácrata y  génesis enhebrados en medio de cafetales
Caminaban siempre jugueteando con vientos y aroma
Ahí metidos abrazaditos entre neblinas y manantiales
Esperando que amanezca cuando el sol asoma

2
Es parte de recuerdos que van y vienen como estas olas
Evocaciones encuclilladas que con tus besos tan dulces levito
En consecutivas cuestiones me dijiste  harías conmigo y no a solas
Mirándonos frente a frente vos quedándote y yo yendo al infinito

3
Pero juntos con consignas y reivindicaciones hechas bandera
Te aprendo un siglo después toda tu mirada en imaginadas sonrisas
Combinadas con besos sin parar recorriendo mi vida entera
Entre espinas y rosas flores hoy no espero ando sin prisas

4
Sé que aliados vos muerto pero viviendo y yo vivo pero transformando
Entre ambos existimos y somos entre nuestros paradigmas
Precursores de nuevas olas que encima se nos vienen galopando
Sin importar salgan nuevas ahora pero de nuestra realidad misma

5
Eso somos los dos crujiendo las maderas de quienes quieren quedarse
Mientras vamos cantando enmarsellados hacia nuevos barcinos
Que tronamos propuestas y alternativas que andan sin hundirse
Y felices el polen sus pistilos y enjambres ya todos buenos vecinos.

Por Athemay Sterling Acosta, Buenaventura Junio 15-16 de 2013


¿Futuro?



Marcelo Colussi

Roberto se consideraba un “nativo digital”. En realidad, no sabía con exactitud qué significa eso…, pero le agradaba cómo sonaba la palabra. Vagamente la asociaba con “aborigen”, con “primitivo”. Los “nativos”, según su parecer, eran siempre gente sana, pura. En este caso, esa pureza estaba asociada con el desarrollo. Confusamente, sin mayores disquisiciones, la mezcla en cuestión le parecía fabulosa: alguien “que no contamina el ambiente” pero con “actitud de progreso, que usa inteligencia artificial”.

Todo esto lo había ido escuchando por ahí. A su modo –fragmentario, por cierto– sabía que todas esas cosas (no contaminar el planeta, respeto hacia los diferentes, desarrollo sostenible, tecnologías de la información y la comunicación), aunque no pudiera explicar bien qué significaban, no podían dejar de mencionarse en un discurso correcto. ¿Esa “corrección” era el progreso? ¿O lo era el uso de las tecnologías de punta? No se lo cuestionaba mucho, en verdad. En realidad, aunque un fiel representante de la cultura digital que lo envolvía, no hubiera podido jamás dar una definición convincente de “progreso”. Ni de “domótica”, que era lo que hacía su padre, de la que sólo sabía que implicaba “muchos botones para oprimir…” Es más: mucho de lo que hacía, no sabía por qué lo hacía. Simplemente, “así son las cosas” se decía, y esa explicación le bastaba.

Lo poco que sabía sobre estos temas, muy escasamente lo había extraído de alguna precaria lectura; de hecho, casi no leía. Igual que todos sus compañeros de clase (estudiaba tercer año de Administración de Empresas en esa universidad privada de aquella ciudad de país sub-desarrollado), lo más que leía era algún documento digital (corto) y eventualmente fotocopias de partes de capítulos de algunos libros técnicos. Cuando hacía esto, sonreía y nunca dejaba de decir socarronamente: “estas prácticas del pasado”. Literatura ni siquiera sabía bien qué era; vagamente, también, la asociaba a aquello de “los molinos de viento, el flaco alto y el gordito simpático” que había visto alguna vez en alguna de sus numerosas pantallas (¿del televisor?, ¿de la computadora familiar?, ¿de su tabla?, ¿en el teléfono celular?, ¿en la agenda electrónica que tenía instalada frente al inodoro de su baño?) La biblioteca de su abuelo (más de tres mil ejemplares) le parecía algo inconcebible. ¿Cómo se podía leer todo eso?

–Abue, ¿y por qué leíste tanto en tu vida?–

–¿Tanto? Si yo casi no he leído nada, m’hijo.–

–¿¡Cómo que no!? ¿Y esa biblioteca gigante?–

–¡Ojalá fuera gigante! Es una modesta bibliotequita, Roberto. Me voy a morir sin haber leído ni la mitad de lo que hubiera querido.–

–Pero ¿cómo, abue? ¿Me vas a decir que no leíste nada? ¡Si es impresionante la cantidad de libros que hay aquí…! Esto me hace acordar lo que alguna vez papá me contó en comunicación en tiempo real y tres dimensiones sobre esos genios del pasado que pasaban su vida entera leyendo. Por ejemplo, ese escritor uruguayo, o argentino, no recuerdo, tan famoso…. Borgia creo que se llamaba.–

–¡Borges! Jorge Luis Borges.–

–¡Ése! Sí… Papá me contaba que este Borges, solito, leyendo en su casa, aprendió a hablar chino mandarín. El mismo endemoniado idioma que yo ahora estoy aprendiendo con el nuevo programa de Linux 45, versión 8.0, y que en realidad no me está resultando tan difícil. ¿Cómo habrá hecho este fulano sin computadora?–

–Eran otros tiempos, Robertito.–

–Sí, claro… La verdad que a veces me pregunto cómo haría esa gente. O el tal Freud, el psicólogo ese, judío creo, de Suiza me parece, que aprendió a leer español también solito, con un diccionario. ¿Cómo hacían eso, abue? ¿Eran más inteligentes?–

–¿Más inteligentes? Mmmm…, no creo. ¿O acaso hoy la gente, o los jóvenes, son más tontos que antes?–

–Bueno…, creo que no. No sé…, no estoy muy seguro. Yo diría que no, porque hoy nadie necesita ponerse a estudiar un idioma extranjero solo, en su casa, luchando con un diccionario. Los programas de e-learning te lo facilitan todo. En tres meses se puede aprender a la perfección cualquier idioma. Y para fabricar esos programas no hay que ser muy tontos que digamos, ¿verdad?…–

–Es cierto, ¿no? Yo, te lo confieso, jamás en la vida usé uno de esos… ¡Soy de otra época! Pero me parece que son útiles, claro que sí.–

–¡Of course, abue! Yo, que de verdad no me considero ninguna lumbrera, hablo ya siete idiomas gracias a estos programas interactivos. ¡Son buenos! Deberías probarlos.–

–¿Y para qué a esta altura de mi vida, con más de 70 años?–

Bueno, no sé…, para no estar out. Pero retomando lo que decíamos: creo que no somos más tontos ahora. No sé si seremos más inteligentes…, pero no veo por qué seríamos más estúpidos sólo porque no leímos tanto como ustedes.–

Para el septuagenario lector, connotado intelectual de su medio, militante de izquierda de toda la vida, la lectura era una pasión. Si bien no era refractario a la explosión tecnológica que había visto precipitarse en la segunda mitad de su vida, no se sentía fascinado por ella. Al contrario, guardaba una cierta distancia con todo eso. De todos modos, el audífono de última generación que portaba –tecnología japonesa fabricado en China– le había hecho cambiar bastante su punto de vista sobre estos aspectos. Ahora sí escuchaba…

–En un tiempo se decía que “las armas las carga el diablo…, y las descargan los tontos”. Pues bien, Robertito: con la tecnología llevada a estos extremos como se ve hoy día, podríamos parafrasear y decir lo mismo.–

–¿Cómo? ¿Las computadoras también las carga el demonio? ¿Y tu audífono, abue?–

–Eh…, no es exactamente así, claro…. Quiero decir que….–

–No te justifiques, abue. Yo sé que ustedes, los de otra generación, nos ven como unos tontos consumistas, banales, superficiales, a todos los que nos pasamos la vida ante una pantalla.–

–En realidad, yo no dije exactamente eso, Robertito. Pero, ¿no hay algo de verdad en ello?–

–Bueno… sí y no. ¿Qué se podría decir de alguien que se pasa la vida delante de un libro?–

–¡Eso es otra cosa!–

–No sé… ¿Por qué otra cosa? En todo caso, me parece, es un punto de vista. ¿Es mejor leer o resolver los problemas con estas máquinas? Y la mujer astronauta que acaba de descender en ese satélite de Marte, Fobos me parece que se llama, ¿no te parece que es un avance? Aunque no se lea como en otros tiempos, la gente sigue haciendo cosas maravillosas…, como tu audífono, por ejemplo. O estos viajes espaciales.–

–Yo sigo pensando que es mejor leer, Roberto. Te abre otros mundos, otras posibilidades.–

–¿Y acaso la nube de internet no lo tiene todo? –

–No te lo sabría decir… No sé.–

–Creo que la idea de la tecnología te asusta un poco, ¿verdad, abue?–

–Tanto como “asustarme”, creo que no… Pero definitivamente no soy como los de tu generación, ustedes que nacieron ya con un chip pegado en el cerebro.–

–¿Y te parece malo eso?–

–¡Qué pregunta! Creo que es imposible decir que eso sea malo, ¿no? Es distinto, profundamente distinto a lo que yo viví… Vez pasada leí una encuesta que me hizo reír.

Mientras hablaban, el abuelo permanecía sentado en su cómodo sillón con apoyabrazos jugueteando con el control remoto de su pierna ortopédica –última generación, de fabricación alemana, la cual le permitía caminar a buen ritmo pese a sus dos infartos–, en tanto Roberto hacía varias cosas: leía mensajes en su teléfono celular, escuchaba música con sus audífonos y tecleaba en su tabla buscando una información urgente para un trabajo en la universidad del que le acababan de avisar en una de sus siete redes sociales, echando cada rato una miradita tanto a la foto en tres dimensiones de su pareja (la de carne y hueso, no la virtual) así como a otras donde se veían orgías con lujos de detalle, en tres dimensiones y con opciones interactivas. Por supuesto, el abuelo no se daba cuenta de esto último.

–Estaban investigando sobre los hábitos de la juventud actual– comentó el anciano. –No sé si el estudio se dedicaba específicamente a la sexualidad o las tecnologías digitales. Quizá a ambas cosas. Lo cierto es que había una pregunta que se le hacía a los jóvenes, francamente hilarante.–

–“Hilarante”… ¿Y qué significa eso, abue?–

–¿¡Nunca escuchaste esa palabra!?–

–“Que inspira alegría o mueve a risa”, según el Diccionario de la Real Academia Española en su última edición. “Que provoca ganas de reír. Por ejemplo: un montaje con lo mejor del humor negro hilarante y jubiloso”, según el Diccionario Manual de la Lengua Española Vox. El término proviene del latín “hilărans”, sustantivo neutro de tercera declinación, cuyo genitivo hace: hilarantis; es el participio activo de hilarāre, que se pude traducir por “alegrar” o “regocijar”. Sus antónimos son: “triste”, “serio”, y por si te interesa saber –perdón por hacerme el erudito, abue–, en polaco se dice “wesoły”, y en vietnamita “vui nhộn”–.

–¡Por dios, Robertito! ¿No era que hace un instante no sabías lo que significaba esa palabra?–

–Cuando la ibas pronunciado, activé el decodificador de sonidos, y casualmente toqué las teclas del polaco y del vietnamita. Por eso, más rápido de lo que ibas diciéndolo, pude tener esa información. Pero te debo el árbol de sinónimos, que recién ahora estoy viendo en la pantalla de mi reloj/agenda electrónica: hilarante significa también gozoso, contento, alborozado, complacido, alegre, satisfecho, irrisorio, ridículo, grotesco, cómico, absurdo, festivo, risueño, jocoso, divertido, contento, placentero, jubiloso, jovial…–

–¿Y de dónde tanto conocimiento, Roberto?–

–De todos estos aparatitos, abue–, dijo señalando la miríada de equipos que llevaba adosados, sin contar los que tenía implantados ya en forma fija, dentro del cuerpo.

El anciano quedó deslumbrado, al mismo tiempo que impresionado, o quizá golpeado, para ser más exactos. Tanto, que le reapareció el inveterado tic en su ceja izquierda, que sólo se activaba en circunstancias difíciles, y que inexorablemente estaba unido y reactivaba el recuerdo de las torturas sufridas en la juventud, cuando su militancia en el Partido Comunista. Ante cualquier situación emotiva fuerte, le regresaba. Como ahora.

–Felicitaciones, Robertito. Veo que estás muy familiarizado con todo ese mundo tecnológico.–

–Así es, abue. Aunque…, ¿por qué felicitarme? Si yo ya nací con todo esto…–

En realidad, para el anciano intelectual, ese mundo fabuloso de las tecnologías digitales, de la inteligencia artificial y todo lo que él intuía como “de avanzada”, tenía algo de mágico, de portento incomprensible…, pero también peligroso. Su preocupación fundamental, nunca ocultada, era el crecimiento de una cultura no lectora y acrítica que ya hacía tiempo se había consolidado. Eso, según su parecer, era un déficit irrecuperable. “¡Un verdadero peligro. Quizá, el peligro más grande de estos tiempos!”

–Bueno, abue: pero ¿cuál era esa pregunta tan “hilarante” que ibas a contar hace un momento?–

–Aunque te rías, Robertito, la situación era esta: en esa investigación se le preguntaba a jóvenes de tu edad qué harían si suena su teléfono celular justo cuando están haciendo el amor.–

–¿Aha?–

–Y al menos la mitad afirmó que por supuesto contestaría.–

El nieto guardó silencio. Esperaba que su abuelo siguiera con el relato; no entendía por qué se había detenido. Ese silencio lo único que lograba, para Roberto, era volver más incomprensible la anécdota.

–Abue… ¿y qué tiene de hilarante eso?–

Más desconcertado aún quedó el abuelo. No entendía cómo su nieto no reaccionaba airado, o divertido, o simplemente… ¡no reaccionaba! ante el relato. Para él era inconcebible algo así. Evidentemente, para Roberto –quizá para todos los jóvenes de su generación– no. “¿Es que estos muchachos viven sólo para andar manipulando maquinitas?”, se preguntó acongojado.

Sin dudas había dos códigos en juego, dos cosmovisiones, dos proyectos de vida. Incluso, proyectos enfrentados. Eso no quitaba que se quisieran entrañablemente. De hecho, Robertito había sido criado en gran parte de su infancia por sus abuelos, dado que sus padres habían marchado al exilio durante la última dictadura que asoló su país algunos años atrás. Durante ese período el abuelo, en ese entonces más joven y con mayor energía, había hecho lo imposible para lograr que su nieto –era el único que tenía– se inclinase por la lectura, por los valores de criticismo que él levantaba como los más importantes. No entendía que un joven fuera conformista, apegado al sistema de cosas imperantes, que lo más importante le resultara tener las máquinas de moda. Para él, tal como alguna vez lo dijo el ahora ya lejanísimo Salvador Allende del Chile socialista, no podía entenderse la juventud sin rebeldía, sin irreverencia.

–Hoy día estos jóvenes parecen viejos. No se cuestionan nunca jamás una cosa. Sólo compran y compran. ¡No saben hacer otra cosa…!–, reflexionaba amargamente. Para él, un amante furioso de la lectura, era impensable que un estudiante universitario no armara ya desde su primer año una nutrida biblioteca. Llegó a derramar lágrimas en silencio viendo que su nieto no se interesaba por las mismas cosas que él: no leía, no le interesaba la política, sólo pensaba en estar a la moda tecnológica, aceptaba pasivamente lo que sus mayores le decían…

Pero había algo más que lo tenía triste, profundamente afligido. En realidad, eran dos cosas. La muerte de su hija en el exilio, la madre de Roberto (un cáncer fulminante), y el estilo de vida elegido por su otro hijo, el ingeniero, a quien consideraba “perdido”. Vladimir Libertario –así lo habían bautizado, aunque el muchacho prefería hacerse llamar Jimmy–, quien siempre estuvo en una relación de tensión con el ahora anciano militante. Vladimir era exactamente la antítesis de lo que su padre –y también su madre, miembro del Partido Comunista igualmente, hoy ya fallecida– querían. Era, quizá, como Roberto, pero en un grado superlativo.

Prefería hablar en inglés y no en español. Se mofaba de los indígenas de su país, miraba el imperio con profunda admiración reverencial y era un consumidor de tecnologías de punta infinitamente más exagerado que Roberto. Tenía cuatro chips insertados (el último, de la más reciente generación, le permitía cambiar de sexo indistintamente). En este momento vivía en Los Ángeles, y hacía años que no se comunicaba con su padre. La última vez que nuestro héroe –el anciano militante– había tenido conocimiento de su hijo ingeniero fue cuando leyó un artículo de difusión de él, en inglés, donde adoraba la tecnología como nueva deidad, poniéndola como el elemento que “le hace falta a los países pobres, subdesarrollados y salvajes del Sur del mundo para salir de su atraso”. Lo que no le perdonaba era la frase con que cerraba el texto de marras, escrito sin dudas con saña y con secreta dedicatoria para su padre, quien siempre regañaba/acusaba a Vladimir por su racismo: “el día que nuestro país se desarrollará será cuando cada indio posea un teléfono celular inteligente”. Hoy, años después de escrito ese artículo, en el país había casi el doble de teléfonos móviles que de habitantes… y el “progreso” no había llegado.

El abuelo era reticente a ese endiosamiento de la tecnología, pero no la denostaba. El día después de esta escena que relatamos más arriba, llamó a su nieto a su estudio, y con aire ceremonial le comentó:

–Robertito querido, tengo que contarte algo que te va a hacer caer de espaldas.–

–¿Qué cosa es, abue?–

–Bueno…, durante el exilio de tus padres en Europa, cuando la guerra civil aquí, pasaron cosas muy desagradables.–

–Aha…–

–Por lo pronto, murió tu madre.–

–Sí, eso ya lo sabía. Me lo contaste muchas veces, ¿te olvidaste? De un tumor canceroso en la cabeza, cuando tenía 35 años. Y también mi papá, las pocas veces que ahora lo veo en la pantalla, me lo dijo.–

–Bueno, Robertito: de eso se trata… Tu padre nunca regresó del exilio. Esa persona que a veces te habla por la computadora no es tu papá de carne y hueso. ¡Es un holograma!–


–¡Ah! ¡Qué bien! Debe ser el mismo programa que uso yo a veces, cuando no tengo ganas de hablar en persona aquí, y monto mi holograma. ¿No lo habías notado? Ahora, el verdadero Robertito está en un motel, abue, con una de sus parejas. Pero si recibe una llamada por teléfono seguramente contesta. ¿Lo llamamos?–