jueves, 11 de julio de 2013

Tiempo de oráculos desvirtuados. Por Nechi Dorado.

Ilustración: pintura de la artista visual
argentina Beatriz Palmieri, “El viejo oráculo”






Se vivían días de zozobra. El oráculo temblaba carente de respuestas ante la andanada de preguntas escupidas por los dioses. ¡Tal era el lío!

Que si no, que si, sí.

Que quién sabe; que yo sí, se.

Que aquello es así; que lo otro es asao.

Que: ¿qué me van a decir si al final quién sabe más que yo? Ninguno.

Los interrogantes vertidos desde la soberbia más irracional parecían espirales en las que se trenzaban las respuestas ahorcándose mutuamente. Unas tímidas, las otras más atrevidas pero sin dejar de ser las mismas que propinaran desde años atrás, cuando llegaba la época de las consultas desesperadas y el oráculo desvirtuado, chorreando aceite rancio, comenzaba a dar sus vueltas vacías.

Algunas interpelaciones sonaban como edulcoradas, pretendiendo contrarrestar a las otras donde el azúcar se convertía en una especie de melaza que resultaba amarga de tanta dulzura. Dialécticamente empalagosa, pegajosa. Demasiado.

Tan falsa como la edulcorada.

Algún pitón desdentado, asexuado, con su trasero apoyado sobre una roca fría, áspera como la realidad que se desarrollaba en ese tiempo de mañanas inciertas, sonreía mirando un futuro incipiente condenado a nacer tan maltrecho como el pasado donde había sido engendrado.

Mientras tanto, el oráculo seguía danzando su monótono giro repetitivo, aburrido, casi anquilosado, sin atreverse a asegurar qué carambas iría a deparar el futuro cercano que pudiera ser diferente. Nada.

Una tormenta anunciada seguía durmiendo su siesta dejando boquiabierta a la profecía que la anunciaba irresponsablemente. La tormenta sabía bien que aún no había llegado su tiempo. ¿Valía la pena dejar su marasmo en medio de semejante revuelo?

Gnomos del bosque de cemento charlaban divertidos, restándole importancia al concilio de profetas iluminados por halos de insensatez extrema, que como siempre, seguían elucubrando fantasías apocalípticas. Estúpidamente agoreros.

-Esta pelea no es nuestra, comentaban. Al fin, todo seguirá como hasta ahora.

De momento.