Por Nechi Dorado (redactora de ANNCOL-CULTURA)
El bumerang
Ella era una mujer bellísima, dotada de una serie de
virtudes que hacían que para cualquier persona, estar cerca suyo, fuera
sentirse alcanzada por una estela de amor.
Cuando conoció al que sería su esposo, pensaba que sus
manos delicadas podían tocar la textura del cielo, estaba enamorada del hombre,
desde el alma. Quien estuviera cerca suyo habría de verla feliz, volviéndose su
sonrisa mucho más tierna de lo que se notaba antes del hallazgo.
Por esas cosas de la vida, con el tiempo, el hombre dejó
al desnudo su faceta más negativa: era golpeador, borracho y pendenciero. Había
heredado de su padre esas características tan lamentables, Anna y sus hijos
conocieron el destemple de ese personaje agresivo.
Cuando Franz murió, la gente del pueblito que habitaban,
comentaba en voz baja casi con solemnidad -Por fin Anna va a descansar, Dios se
acordó de ella llevándoselo de una vez por todas. Y sí, la vida es un bumerang,
hizo tanto daño a esa familia que al final le llegó el castigo de la muerte.
Pagó por todas sus maldades como es lógico.
Anna murió dos años después víctima de tuberculosis en
épocas en que la enfermedad no tenía cura.
-Dios la llevó con El, decían los vecinos, era demasiado
buena para esta tierra y con lo que sufrió con ese degenerado tiene merecido el
descanso final. Ah, sí, el pagó sus culpas con la muerte, agregaban otros. La
vida es un bumerang, todo va y viene.
-¿Ella tuvo algo que pagar? Preguntó un jovencito que
escuchaba los comentarios sotto voce. Recibió como respuesta a su blasfemia, la
daga de las miradas.
De esa historia quedaron dos hijos, Lenna y Petar.
La muchacha se mudó a otro pueblo y con el tiempo todos la
olvidaron. Petar quedó en el hogar donde pasara su infancia y adolescencia.
Años después, Petar, conoció a Sophie, se casaron y
tuvieron tres hijos varones.
Petar, como buen hijo –y nieto- de golpeador, también lo
fue. Sophie no era tan amigable como su suegra pero tampoco podía decirse que
fuera una mala mujer, lo que sí, se recuerda, es el padecimiento por la
violencia que recibiera de su esposo.
El murió a los cincuenta años, mientras lo despedían, las
voces del pueblito rumorearon nuevamente:
-Este hombre fue muy mala persona pero ya vimos como
terminan los malos, muriendo como perros y Sophie podrá vivir, de ahora en más,
mucho más tranquila. Dios hace que en esta vida todo se pague, todo va y viene,
la vida es un bumerang.
Ella murió al año siguiente, a nadie se le ocurrió pensar
que más allá de bumerang que regresan los castigos inflingidos, la vida tiene
un final y es inexorable.
Petar fue padre de Alois quien con el correr de los
rumores y los años, tuvo un hijo no reconocido con Klara, de 24 años. El tenía
52 y como es lógico, heredó las pésimas costumbres de su padre y abuelo.
Conoció a varias mujeres con las que se casó cuando iban muriendo las
anteriores.
Con la última tuvo un hijo que llamaron Adolph, como era
de esperar fue el heredero de historias de odio-amor, perversiones y
agresividad.
El cachorro de bestia, víctima de padecimientos y de los
efectos del bumerang que todo lo que arroja a la larga y a la corta, vuelve,
puso en jaque a su pueblito y a los pueblos vecinos.
Su paso por esta vida dejó un tendal que la historia
recogió, a medias, en sus páginas gastadas por el paso de los años.
Sembró semillas de odio y destrucción, fue alimentado
desde la aberración para matar a la esperanza que avanzaba arrasando la
crueldad.
Sus frustraciones quedaron al descubierto en cada paso que
daba, idolatrado y odiado, amó al terror y lo vistió con ropaje festivo, lo
meció en la cuna de su cerebro pútrido. Murió porque el famoso bumerang
“devuelve” todo el mal que uno hace cuando su paso transitorio por la vida va
dejando estelas.
Tal vez como heredero de una historia macabra arrastró las
cadenas dejando surcos de muerte y dolor.
Pena que antes de irse llevó a muchos en marcha apresurada
y nadie puede asegurar que hayan sido legatarios de historias de violencia, ni
cultores del odio, sino simplemente hombres, mujeres y niños alcanzados por el
fuego feroz de la xenofobia.
¿Será que las propiedades justicieras del bumerang no son
tales, sino un elemento más en la extraña compulsión aterradora de ritos
oscurantistas que pretenden instalar el terror a través de las culpas?
-Adolph, al menos tuvo la suerte de no ser torturado, a
diferencia de tantos a los que el bumerang les pega en la cabeza, el vuelto por
sus transgresiones… murmuraba Iván mientras leía el periódico en el que
anunciaban la muerte del genocida.
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