miércoles, 1 de agosto de 2012

El bumerang


Por Nechi Dorado (redactora de ANNCOL-CULTURA)




El bumerang

Una noche y en una de sus poco habituales salidas juveniles, Anna conoció a Franz.

Ella era una mujer bellísima, dotada de una serie de virtudes que hacían que para cualquier persona, estar cerca suyo, fuera sentirse alcanzada por una estela de amor.

Cuando conoció al que sería su esposo, pensaba que sus manos delicadas podían tocar la textura del cielo, estaba enamorada del hombre, desde el alma. Quien estuviera cerca suyo habría de verla feliz, volviéndose su sonrisa mucho más tierna de lo que se notaba antes del hallazgo.

Por esas cosas de la vida, con el tiempo, el hombre dejó al desnudo su faceta más negativa: era golpeador, borracho y pendenciero. Había heredado de su padre esas características tan lamentables, Anna y sus hijos conocieron el destemple de ese personaje agresivo.

Cuando Franz murió, la gente del pueblito que habitaban, comentaba en voz baja casi con solemnidad -Por fin Anna va a descansar, Dios se acordó de ella llevándoselo de una vez por todas. Y sí, la vida es un bumerang, hizo tanto daño a esa familia que al final le llegó el castigo de la muerte. Pagó por todas sus maldades como es lógico.

Anna murió dos años después víctima de tuberculosis en épocas en que la enfermedad no tenía cura.

-Dios la llevó con El, decían los vecinos, era demasiado buena para esta tierra y con lo que sufrió con ese degenerado tiene merecido el descanso final. Ah, sí, el pagó sus culpas con la muerte, agregaban otros. La vida es un bumerang, todo va y viene.

-¿Ella tuvo algo que pagar? Preguntó un jovencito que escuchaba los comentarios sotto voce. Recibió como respuesta a su blasfemia, la daga de las miradas.

De esa historia quedaron dos hijos, Lenna y Petar.

La muchacha se mudó a otro pueblo y con el tiempo todos la olvidaron. Petar quedó en el hogar donde pasara su infancia y adolescencia.

Años después, Petar, conoció a Sophie, se casaron y tuvieron tres hijos varones.

Petar, como buen hijo –y nieto- de golpeador, también lo fue. Sophie no era tan amigable como su suegra pero tampoco podía decirse que fuera una mala mujer, lo que sí, se recuerda, es el padecimiento por la violencia que recibiera de su esposo.

El murió a los cincuenta años, mientras lo despedían, las voces del pueblito rumorearon nuevamente:

-Este hombre fue muy mala persona pero ya vimos como terminan los malos, muriendo como perros y Sophie podrá vivir, de ahora en más, mucho más tranquila. Dios hace que en esta vida todo se pague, todo va y viene, la vida es un bumerang.

Ella murió al año siguiente, a nadie se le ocurrió pensar que más allá de bumerang que regresan los castigos inflingidos, la vida tiene un final y es inexorable.

Petar fue padre de Alois quien con el correr de los rumores y los años, tuvo un hijo no reconocido con Klara, de 24 años. El tenía 52 y como es lógico, heredó las pésimas costumbres de su padre y abuelo. Conoció a varias mujeres con las que se casó cuando iban muriendo las anteriores.

Con la última tuvo un hijo que llamaron Adolph, como era de esperar fue el heredero de historias de odio-amor, perversiones y agresividad.

El cachorro de bestia, víctima de padecimientos y de los efectos del bumerang que todo lo que arroja a la larga y a la corta, vuelve, puso en jaque a su pueblito y a los pueblos vecinos.

Su paso por esta vida dejó un tendal que la historia recogió, a medias, en sus páginas gastadas por el paso de los años.

Sembró semillas de odio y destrucción, fue alimentado desde la aberración para matar a la esperanza que avanzaba arrasando la crueldad.

Sus frustraciones quedaron al descubierto en cada paso que daba, idolatrado y odiado, amó al terror y lo vistió con ropaje festivo, lo meció en la cuna de su cerebro pútrido. Murió porque el famoso bumerang “devuelve” todo el mal que uno hace cuando su paso transitorio por la vida va dejando estelas.

Tal vez como heredero de una historia macabra arrastró las cadenas dejando surcos de muerte y dolor.

Pena que antes de irse llevó a muchos en marcha apresurada y nadie puede asegurar que hayan sido legatarios de historias de violencia, ni cultores del odio, sino simplemente hombres, mujeres y niños alcanzados por el fuego feroz de la xenofobia.

¿Será que las propiedades justicieras del bumerang no son tales, sino un elemento más en la extraña compulsión aterradora de ritos oscurantistas que pretenden instalar el terror a través de las culpas?

-Adolph, al menos tuvo la suerte de no ser torturado, a diferencia de tantos a los que el bumerang les pega en la cabeza, el vuelto por sus transgresiones… murmuraba Iván mientras leía el periódico en el que anunciaban la muerte del genocida.

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