El vuelo del ángel
Nechi Dorado
Volaba el ángel
itinerante con sus alitas celestes agitándose despabiladas sobre la aldea
pobre perdida en la maraña de la noche cerrada de un África, donde ni la
ilusión se atreve a crear un nido.
Donde no
hay dioses que se animen.
Ni
milagros.
Recorrió los
camastros donde figuras pequeñas, negras, flacas, descansaban del hambre, del
dolor, de la tierra rajada, del calor sin agua, del olvido.
Era tan
triste la imagen, tan desolado todo, que el ángel agitó sus alas, asustado, y
se alejó presuroso hacia otros lugares.
Encontró
luego las mejillas rosadas de otros niños que dormían su sueño entre cobijas de
algodón y tul inmaculado.
Le gustó
ese lugar y dijo el ángel mientras plegaba los plumones de sus alas:
-Mejor me
quedo acá. Quiero escuchar sus risas cuando la mañana despunte y las flores se
despabilen en las matas. ¡Se me parecen tanto estos pequeños!
-Pero ¿y
los otros niños? ¿Los de pelito enroscado entre la nada? Se preguntó de
pronto, preocupado, tapando con las manitas sus ojos que lloraban.
-No, no,
pensó moviendo su cabeza como queriendo alejar la visión de la otra aldea.
-Mejor me
quedo acá. Ya vendrán otros ángeles por ellos.
Y se quedó
nomás, como si nada.
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