Por Alberto Pinzón Sánchez
Hacía pocos días había pasado el periodo de lluvias en
Provincia. De la tierra salía un vaho fuerte y denso con un olor intenso y
húmedo a tierra mojada y fértil. Los rayos del sol ahora atravesaban
verticalmente las pocas nubes con más facilidad y más trasparencia, y la poca
brisa que soplaba aumentaban la sensación de calor. Era una mañana que se
iniciaba lenta y tranquila; cuando una mujer de mediana edad, a toda luz
campesina, con alpargates y con un vestido completo de algodón estampado, llegó
muz agitada a la puerta del centro de salud de Provincia:
-Ay doctor, dijo con un notorio dolor reflejado en la
cara, salve a mi hija; que desde hace una semana está endiablada.
¿Cómo es eso? Dijo el médico tratando de calmar a la mujer
y, de ordenar la información que ella precipitadamente le estaba diciendo.
-Si doctor, confirmó la mujer con marcada ansiedad: Hace
como una semana el perro de la casa se volvió loco. Se echó en el piso en un
rincón oscuro de la cocina, mirando tristemente, babeando y gruñendo todo el
tiempo. La niña preocupada porque no comía desde hacía días, se le acercó para
darle un platico de comida y el chandoso le mordió la mano. Luego salió
corriendo como alma en pena y se perdió en el potrero hacia la montaña. Nunca
más lo volvimos a ver.
-No le puse mucha atención a la mordedura, continuó la
mujer, le lavé la herida que era pequeña y la mandé a rajar la leña y continuar
con el oficio de la casa. Pero unos pocos días después, fue ella la que se
volvió como loca. Primero me dijo que tenía mucho dolor de cabeza, y que le
molestaba el sol. Luego empezó a gritar y a ver y oír cosas raras. Dizque nos
iban a matar y a quemar la casa y esas cosas. Después no comió más y ayer, cuando
le fui a dar de comer me atacó a puños y patadas y salió corriendo echando una
babaza espesa y dando gritos desesperantes.
-Señora, dijo el médico tomando un respiro; su hija no
está endemoniada. Por lo que usted cuenta, lo más probable es que tenga rabia.
Luego mirando a la enfermera que lo asistía le dijo que había que avisar al
alcalde de la población. Y usted, le dijo a la mujer, debe darnos todos los
datos donde está la niña para ir por ella y traerla al hospital.
El alcalde una vez tuvo la noticia, se fue al cuartel atrincherado
que tenía la policía a un costado de la alcaldía. Allí mientras se tomaban un
café tinto acordó con el capitán la estrategia a seguir para este caso.
-Mire señor alcalde, dijo el comandante de la policía;
estos casos de peste son muy graves, por que como tenemos pocos medios para
detenerlos, se propagan con mucha rapidez y hacen mucho daño a la población.
-¿Entonces qué sugiere Capitán? Interrogó el alcalde con
cierto aire de desidia. Me parece que debemos ponernos de acuerdo con el medico
del puesto de salud. ¿No le parece? Agregó dando un sorbo pequeño al café.
-Alcalde: respondió el capitán de la policía. Ese medico
izquierdoso sí que menos puede hacer, excepto ver morir a esa niña, mientras se
propaga la peste. A menos que nosotros como autoridad detengamos el asunto. Lo que
se debe hacer es enfrentar esa amenaza de peste como si se tratara de un ataque
sorpresivo de un grupo armado ilegal. Igualito. Vamos por la niña y se la
traemos al médico para que haga lo que pueda. Luego aislamos a los convivientes
y los ponemos en observación. Después alertamos a la población sobre el peligro
de la peste que se inició para que nos colaboren, y luego, vamos por los perros
y los gatos. ¿Le parece?
El alcalde con cierto sobrecogimiento movió
afirmativamente la cabeza. Salió del cuartel de la policía y afuera una ráfaga
de viento le trajo el olor a tierra húmeda y fértil que flotaba en el aire de Provincia.
Se hizo tal y como lo había dicho el policía. Unos cuantos
agentes trajeron casi amarrada a la niña al Hospital, en medio de contorciones
y gritos desesperados hasta entregarla en la puerta al médico. Sus dos padres y
dos hermanitos más pequeños fueron llevados al hospicio de beneficencia para
vigilancia. Por las cornetas de los dos altoparlantes que estaban colocados en
un alto poste a un lado de la puerta de la alcaldía, se anunció a la población
con una voz gangosa y en medio de un ruido monótono, la llegada de una peste
trasmitida por los perros y gatos que amenazaba seriamente a toda la población y
finalmente, se solicitaba la activa colaboración ciudadana.
El medico asistido por la enfermera le puso a la niña una
inyección de un potente calmante y la llevó al único cuarto de aislamiento que
tenía el centro de salud. Allí con las ventanas cerradas y en un catre de
hierro oxidado, la amarraron con unas tiras de gasa, mientras le colocaban en
una vena del brazo una botella de suero.
-Nada más podemos
hacer, le dijo sofocado el medico a la enfermera: Tratar de mantenerla sedada y
con la venoclisis. ¿Nada más doctor? Agregó la enfermera. Nada más respondió
secamente el médico. Lo otro es acordar con la alcaldía el inicio de las
medidas de protección a la población contra la zoonosis. Solicitar a Bogotá el
envió 500 dosis de vacuna humana contra la rabia, más 500 dosis de
inmunoglobulina antirrábica también para uso humano y además, todas las dosis
que puedan enviar para iniciar una vacunación masiva de los perros y gatos de
Provincia.
- Pero eso demorará mucho doctor, agregó la enfermera.
Después de una pausa silenciosa, el médico con un sudor perlado en la frente le
respondió que no sabía nada más.
La noticia prontamente se propagó por todo el pueblo. El
padre Silvestre rápidamente con su sacristán hizo tocar a “arrebato” las
campanas de la Iglesita y sacó al atrio un palio bordado sobre tela burda que
cubría una mesa de madera cubierta con un mantel blanco con encajes, sobre la
que estaba la custodia dorada de la iglesia, y anunció una procesión por las
principales calles del pueblo para pedir el favor de Dios.
En medio de la
angustia y el miedo colectivo, las escuelas, de varones y de señoritas, dieron
asueto por el resto de la semana, y sabiendo que la vacuna canina no llegaría
hasta los próximos 15 días, comenzó la cacería y exterminio de perros y gatos
de Provincia.
En el centro de salud, la niña cuando se despertaba, cada
vez más frecuentemente, con una respiración muy agitada, los ojos aterrorizados
y en medio de convulsiones espantosas y alucinaciones; gritaba
desgarradoramente que no fueran a matar a sus padres, ni a sus hermanitos, que
no le quemaran la casa y que la dejaran ir. Luego entraba en un periodo de
sosiego que nadie podía saber cuánto más duraría. Afuera, las duras voces de
los cazadores mezcladas con los aullidos de perros y chillidos de gatos
moribundos, ventanas cerradas y murmullos, le daban a Provincia una
indescriptible sensación terrorífica y alucinante, como de una verdadera peste
medieval europea.
El medico abrió la puerta del hospital para comprobarlo, y
una racha de viento le trajo ese olor nauseabundo y putrefacto de los animales
muertos o sangrantes, mezclado con el olor a tierra húmeda. Entonces con la
garganta apretada como por un nudo invisible se dijo:
–Hombre, Colombia
definitivamente no es esa postal sepia cuyo fondo es la tristeza y la soledad
pintada magistralmente por García Márquez. Con esto, creo que en el fondo de
Colombia es el terror; el miedo. Ese miedo viscoso, paralizante y contagioso que
nadie se ha atrevido a contar, precisamente por miedo. El grito lastimero de la
enfermera desde el cuarto de la niña con rabia, cortó la cavilación.
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