Más de setenta poetas de cuarenta y cinco
países, de los cinco continentes, participarán en la 22º versión del Festival
de Medellín, que este año se desplazará a cuatro ciudades de Colombia (Bogotá,
Bucaramanga, Barranquilla e Ibagué).
Fernando Rendón |
“Esta conjunción de voces será un coro que
representa la esencia humana en su dimensión celebratoria y sus poemas se
unirán para hacerle un homenaje al espíritu de los pueblos aborígenes”, dice
Fernando Rendón, el poeta fundador del multitudinario evento, que ya hace parte
del imaginario mundial.
Dentro de la propuesta de un nuevo humanismo
el Festival avanzará en la construcción del contrato natural que permita
liberar a la naturaleza de su condición actual, que la sitúa entre los oprimidos
y vulnerados del planeta y se le reconocerá como sujeto de derecho. En esta
perspectiva, los pueblos aborígenes, que aún sobreviven, son una fuente de
sabiduría que alimentará la nueva conciencia necesaria a toda la especie
humana. El verdadero homenaje que se les puede hacer es abrirse a sus visiones
y concepciones, disponerse a escuchar sus cantos, su palabra cifrada en una
sabiduría ancestral que permite devolverle a la naturaleza su dimensión
arquetípica, de suprema instancia de la vida.
Lo que para nosotros es un nuevo humanismo,
para los pueblos originarios es su estado natural, su condición humana desde
tiempos inmemoriales. Cada año se extinguen idiomas hablados por los últimos
representantes de alguna tribu. Escuchar su palabra es asistir al esplendor de
los dioses que aún permanecen en su mente, en su vida cotidiana.
De los setenta y dos poetas que participarán,
doce provienen en representación de sus respectivas etnias. Traerán la poesía
de sus culturas, el canto como el gran lujo, legado de la especie humana. Será
una conjunción soberana de poetas aborígenes compartiendo su expresión con
poetas procedentes de los cinco continentes.
Este re-encuentro con el espíritu de los
pueblos originarios es un acontecimiento que reflejará su luz, proyectada a las
multitudes que asisten de manera comprometida y le dan un verdadero sentido de
renovación y transformación cultural mediante su alta capacidad de escucha, su
lucidez y su sentido de lo poético como un ejercicio de coexistencia y
celebración que dignifica y valora la vida”.
Como expresara Henry Miller, en El tiempo de
los asesinos: “Los pueblos primitivos en general son poetas de la acción,
poetas de la vida… Si fuéramos sensibles a lo poético, no permaneceríamos
insensibles a su manera de vivir; habríamos incorporado su poesía a la nuestra,
habríamos infundido en nuestras vidas la belleza que impregna la suya. La
poesía del hombre civilizado ha sido siempre exclusiva, esotérica. Ha causado
su propia muerte”.
Los
poetas aborígenes que participarán en el 22 Festival internacional de Poesía de
Medellín son:
Rita Mestokosho (Canadá, Nación Innu), Vito
Apushana (Nación Wayuu, Colombia), Jamioy Juagibioy (Colombia, Nación Kamsá),
Gladys Yagari (Colombia, Nación Embera), Eulalia Yagari (Colombia, Nación
Embera), María Teresa Panchillo (Chile, Nación Mapuche), María Clara Sharupi
(Ecuador, Nación Shuar), Karenne Wood (Estados Unidos, Nación Monacan),
Mata-Uiroa Manuel Atan (Isla de Pascua, Nación Rapa Nui), Juan Hernández
Ramírez (México, Nación Náhuatl), Dida Aguirre (Perú, Nación Quechua), Atala
Uriana (República Bolivariana de Venezuela, Nación Wayuu),
MagssanguaqQujaukitsoq (Groenlandia, Nación Inuit Kalaallit), Sigbjørn Skoden
(Noruega, Nación Sami), Apirana Taylor (Nueva Zelanda, Nación Maori).
Poetas
de América: Nicolás Suescún, Gonzalo Márquez Cristo,
Jotamario Arbeláez, Mauricio Contreras Hernández, Jorge Torres Medina, Pedro
Arturo Estrada, Fadir Delgado, Carlos Bedoya, Luis Eduardo Rendón, Angye Gaona,
Carlos Framb, Fernando García Cuéncar, Carlos Ciro, Surlay Farlay, Catalina
Garcés, Jhonattan Arango, Edwin Rendón, Larry Mejía, Emerson Tabares, Luz
Adriana Henao, Héctor Zapata, Fly So High (Colombia), Hugo JamioyJuagibioy
(Colombia, Nación Kamsá), Leymen Pérez (Cuba), María Clara Sharupi (Ecuador,
Nación Shuar), Nación Monacan), Rodney Saint-Éloi (Haití), Malachi Smith
(Jamaica), Javier Alvarado (Panamá), Jacobo Rauskin (Paraguay), Arturo Corcuera
(Perú), John Robert Lee (Santa Lucía), Martha L. Canfield (Uruguay-Italia),
Gonzalo Fragui, José Javier Sánchez (República Bolivariana de Venezuela).
Poetas
africanos: Rachid Boudjedra (Argelia), Joyce Ashuntantang (Camerún),
Saba Kidane (Eritrea), Chris Abani (Nigeria), Tibass Kangu ZengaMambu
(República Democrática del Congo), Didier Awadi (Senegal), Keorapetse
Kgositsile, David wa Maahlamela (Suráfrica).
Poetas
de Asia: Mindy Zhan (China), Mookie Katigbak Lacuesta (Filipinas),
Subhro Bandopadhyay (India), Dunya Mikhail (Irak), Fatieh Saudi (Jordania/Reino
Unido), Esdauletov Ulugbek (Kazajstán).
Poetas
de Europa: Nora Gomringer (Alemania/Suiza), Geert van Istendael
(Bélgica), Dostena Lavergne (Bulgaria), José Luis Reina Palazón, Carlos Pardo
(España), Kepa Murua, José Fernández de la Sota (País Vasco, España), Francis
Combes (Francia), Dinos Siotis, Grigorios Falireas (Grecia), Dacia Maraini
(Italia), SigbjørnSkoden (Noruega, Nación Sami), Ion Deaconescu (Rumania),
Andreas Neeser (Suiza), Andriy Bondar (Ucrania).
Poetas
de Oceanía: Philip Hammial (Australia), Apirana Taylor
(Nueva Zelanda, Nación Maori).
Como expresara el Gran Jefe Seattle: “Esto lo
sabemos: la tierra no pertenece al hombre, sino que el hombre pertenece a la
tierra. El hombre no ha tejido la red de la vida: es sólo una hebra de ella.
Todo lo que haga a la red se lo hará a sí mismo. Lo que ocurre a la tierra
ocurrirá a los hijos de la tierra. Lo sabemos. Todas las cosas están
relacionadas como la sangre que une a una familia”.
Se fue Ray Bradbury
Por Fabio Jurado Valencia*
Para despedir al genio de la literatura que
fuera elogiado por Borges, quien lo responsabilizaba de haber escrito el
momento más terrorífico de la literatura (Tercera expedición a Marte), el
Profesor Jurado, febril bradburyano, nos envía este texto antes de viajar a
Illinois como parte de una extensa investigación sobre el autor norteamericano.
Pocos son los escritores que, como Ray
Bradbury (Waukegan, Illinois, 22 de agosto de 1920 - Los Ángeles, California, 5
de junio de 2012), lograron cautivar a lectores de distintas edades y lectores
con diversos horizontes de expectativa. Bien podemos leer a los niños algunos
cuentos de Las doradas manzanas del sol (1952; trad.1962) o algunas Crónicas
marcianas (1946; trad.1955), como bien podemos leerles fragmentos de Fahrenheit
451, para despertar en ellos el viaje y el ensueño, la pregunta y las ansias de
saber. Del mismo modo, en la vivencia de los imaginarios interplanetarios de
nuestros jóvenes de hoy, obsesionados por los videos de la ciencia-ficción, es
notable el acoplamiento con estas historias que reclaman de sus lectores un
juego comparativo entre lo que es el hombre moderno y lo que podrá ser en
siglos venideros. Y en la representación de estos mundos del futuro, Bradbury
ha logrado introducir con maestría y con una enorme capacidad simbólica el amor
entre los jóvenes pero también el desamor y el tedio de los adultos. Para
presentar alternativas a este tedio del hombre de las grandes urbes, Bradbury
propone el relato policíaco y de misterio, sin extraviar la punzada estética,
alegórica e irónica. No cabe duda que ha pensado en el lector, cualquiera sea
su condición, con la esperanza de que los libros sigan animando el espíritu
intelectual de los seres humanos.
La obra de Bradbury constituye una propuesta
para la formación de lectores y, en consecuencia, para repensar y responder a
las preguntas que se plantea la educación contemporánea. Hay una preocupación
pedagógica en este modo de invocar a la ecología, a las teorías de la física y
de la astronomía, en la reivindicación de la música clásica, de la historia, la
arqueología, la filosofía, el sicoanálisis y, por supuesto, a la literatura
misma. Es ese poder intuitivo y sensible sobre la mismidad humana, sobre su
devenir y su deterioro, lo que hace que la narrativa de Bradbury nos convoque y
nos ponga en diálogo, para la desenajenación y la construcción de nuevos
destinos.
La literatura, como elaboración artística del
lenguaje y de los hechos humanos es, junto con la investigación científica y
las diversas expresiones artísticas, la única experiencia que posibilita la
des-automatización, si por ello entendemos una recuperación de la sensibilidad
frente al asombro de lo que es el mundo. En la lectura, opera la
desautomatización cuando nos sumergimos en el universo ficticio de la obra y
estando dentro de ella sentimos la interpelación de múltiples voces.
Diría que en todos los textos de Bradbury,
como en las grandes obras de arte, hay una permanente interpelación acerca de
lo que es o será la vida humana. Después de miles de años de “civilización”, el
hombre no ha dejado de ser primitivo, parece decirnos Bradbury a través de sus
narradores. El desarrollo de la ciencia en lugar de enaltecer a la humanidad la
ha conducido hacia una continua corrosión, a una robotización desenfrenada y
por tanto hacia el aislamiento y la mudez; hacia la mudez, porque estos hombres
que se nos representan en cuentos como “El peatón”, “El asesino”, “Nunca más la
veo”, “Bordado” y “La fábrica”, entre muchos otros, son seres sin rostro, por
cuanto en la reificación propia de las grandes urbes prevalece el
desconocimiento del otro. Pero llama la atención que siempre entre estos seres,
o entes, y como una esperanza, se destaque un hombre o una pareja para al menos
preguntarse por lo que es el universo.
Ese ser diferente que se destaca sobre los
demás, por su capacidad liberadora, en muchos casos es el escritor, en otros
casos es el arqueólogo o el investigador científico. Esta manera de pensar y de
sentir distinto, respecto a los otros, los reificados, conduce a miradas
punitivas y a su identificación como delincuentes de parte de autoridades
omnipresentes. El escritor es, en efecto, un delincuente y las obras literarias
son objetos perversos e inútiles que poco sirven al hombre: esto es lo que
fundamentalmente se nos representa en Fahrenheit 451, quizás la obra más
comentada y elogiada por la crítica, tanto por su elaboración literaria como
por su magistral adaptación al cine y a la ópera.
Varios son los cuentos en los que el escritor,
o el poeta, participa como protagonista o como testigo. En “El peatón”, Leonard
Mead, escritor, camina durante horas todas las noches.
“Todas las noches, pasaba ante casas de
ventanas oscuras y parecía como si pasease por un cementerio; sólo unos débiles
resplandores de luz de luciérnaga brillaban a veces detrás de las ventanas.
Unos repentinos fantasmas grises parecían manifestarse en las paredes
interiores de un cuarto, donde aún no habían cerrado las cortinas a la noche. O
se oían unos murmullos y susurros en un edificio sepulcral donde aún no habían
cerrado una ventana. [...]. La calle era silenciosa y larga y desierta, y sólo
su sombra se movía, como la sombra de un halcón en el campo. Si cerraba los
ojos y se quedaba muy quieto, inmóvil, podía imaginarse en el centro de una
llanura, un desierto de Arizona, invernal y sin vientos, sin ninguna casa en
mil kilómetros a la redonda, sin otra compañía que los cauces secos de los
ríos, las calles. [...]. Luego de diez años de caminatas, de noche y de día, en
miles de kilómetros, nunca había encontrado a otra persona que se paseara como
él”. (En Las doradas manzanas del sol, p. 20).
Sólo un hombre camina en la noche mientras los
demás viven en el encierro, enajenados por la televisión. Los edificios no son
más que una suma de nichos o de bóvedas mortuorias en donde los hombres viven y
mueren, porque allí lo tienen todo; protegidos en estos nichos-apartamentos los
seres humanos han podido extinguir el homicidio y el atraco y el único
delincuente es quien camina solitario por las calles, para nuestro caso el
escritor. Así, Leonard Mead es detenido e interrogado por un carro
computarizado y luego condenado al “Centro Psiquiátrico de Investigación de
Tendencias Regresivas”, bajo el delito de caminar solo en la noche, no tener
profesión, no ser casado y no tener televisión en la casa.
El cuento “El asesino” nos presenta la
historia de un personaje que siempre quiso ser escritor y que fue condenado por
haber dado muerte a todos los objetos electrónicos de la casa, empezando por el
teléfono porque le aterrorizaba desde la infancia:
“Un tío mío lo llamaba la máquina de los
fantasmas. Voces sin cuerpo. Me ponía los pelos de punta. Más tarde, nunca me
sentí cómodo. El teléfono me parecía un instrumento impersonal. Si a él se le
ocurría, dejaba que la personalidad de uno fuese por sus cables. Si no lo quería
así, lo mismo le sacaba a uno la personalidad hasta que por el otro extremo
salía una voz de pescado frío, toda acero, cobre, plásticos, sin calor, sin
realidad. Es fácil decir alguna inconveniencia cuando se habla por teléfono; el
teléfono cambia el significado de las frases. [...]. Ahí está, exigiendo que
uno llame a alguien que no quiere que lo llamen. Mis amigos estaban siempre
llamando, llamando, llamándome. Demonios, no me dejaban tiempo para nada.
Cuando no era el teléfono, era la televisión, la radio o el fonógrafo eran las
películas en el cine de la esquina, películas proyectadas en nubes bajas, con
publicidad. [...] Cuando no era la música, eran los intercomunicadores de la
oficina, y la cámara de horror de una radio pulsera desde donde mis amigos y mi
mujer me llamaban cada cinco minutos. [...]. Y un desconocido me llama y grita:
Esta es la encuesta Encuentra-Rápido. ¿Qué caramelo de goma está masticando en
este instante? (En Las doradas manzanas del sol p. 71).
También en este cuento el protagonista es
sometido en una celda-sanatorio en donde permanentemente es objeto de
interrogatorio por el siquiatra. El paciente, como el escritor o el artista que
se nos representa en estos cuentos, vive la felicidad del aislamiento y del
silencio; pero en este cuento el protagonista es empujado por la conciencia del
superhombre; la idea de ser el único que podría salvar a la humanidad
aniquilando a los “malos”, conduce a este múltiple homicidio:
“A la mañana siguiente me compré una pistola.
Me embarré los zapatos a propósito. Me planté ante la puerta de calle. La
puerta chilló: '¡Pies sucios, pies embarrados! ¡Límpiese los pies! ¡Por favor
sea aseado!' Le disparé un tiro por el ojo de la cerradura. Corrí a la cocina,
donde el horno lloriqueaba: '¡Apáguenme!' En medio de una tortilla mecánica,
enmudecí la cocina [...]. Entonces sonó el teléfono, como un murciélago. Lo
eché en el sumidero mecánico. [...]. Luego fui y maté el televisor, esa bestia
insidiosa, esa Medusa, que petrifica a un billón de personas todas las noches
con una fija mirada, esa sirena que llama y canta y promete tanto, y da, al fin
y al cabo, tan poco, y yo mismo siempre volviendo a él, volviendo y esperando,
hasta que... ¡pum! Como un pavo sin cabeza, mi mujer salió chillando a la
calle. Vino la policía. ¡Y aquí estoy!” (En Las doradas manzanas del sol, p.
76).
Estos son pues los signos patéticos de la
reificación humana, hacia los años 2.050, según lo muestra Bradbury en estos
relatos que tanto nos conmueven. Todos los procesos punitivos parecen estar
focalizados ahora en el entorno de la demencia y la locura, en donde los
hombres cuerdos y sensatos, los que por momentos recuperan la conciencia de lo
humano, son los locos; las cárceles son entonces los sanatorios y los
hospitales psiquiátricos, y aún allí los ruidos electrónicos perviven como
formas de adaptación y de terapia. El hombre que no logra adaptarse al ruido y
al estruendo, es un desquiciado, un hombre enfermo.
Ray Bradbury nació en Illinois, en el año de
1920 y murió en el 2012; cultivó el cuento, la novela, la poesía, el teatro,
fue inventor y diseñador arquitectónico. Publicó veintitrés libros, la mayoría
de los cuales se han traducido al español, a casi todos los idiomas
occidentales y a lenguas de oriente. Borges tradujo al castellano, y
reivindicó, la obra magistral Crónicas marcianas. En esta obra los hombres,
como una plaga (langostas, se les denomina en una de las crónicas) conquistan
Marte, cual paraíso buscado desde las primeras guerras atómicas en la tierra;
los terrícolas comenzaron con excursiones a Marte y luego se fueron quedando,
fundando aquí una venta de salchichas, allá una prendería, más allá una venta
de armas, almacenes de ropas, salones de juegos, sumideros de basuras,
acumulación de chatarras. Marte vuelve a ser la tierra y, como la tierra, será
también un planeta destruido y solitario hacia el año 2.030; todos los hombres
mueren y sólo algunas naves vagan en el espacio sideral buscando otro paraíso,
otro paraíso perdido.
*Escritor
y catedrático colombiano.
Viernes de Poesía
Universidad Nacional de Colombia,
Facultad de Ciencias Humanas
Departamento de Literatura, Instituto de
Investigación en Educación
Maestría en Estudios Literarios, Maestría en
Educación
Invitan a Viernes de Poesía
Poeta Invitada: Esperanza Carvajal
Presentación del cuaderno
No. 91: Aullido en mí menor (Selección,
1972-2012)
de José Luis Díaz-Granados
Presentación de los libros:
Malabar en el abismo de Yirama Castaño Güiza
Cantos pandóricos de Cristóbal Valdelamar
Viernes 29 de junio, 2012, Bogotá
Salón Oval. Edificio de Posgrados. Facultad de
Ciencias Humanas.
Hora: 6:30 p.m. Entrada Libre
Memoria
y olvido alrededor del poema
Por
Gabriel Arturo Castro*
“Sólo los poetas fundan lo permanente”,
expresaba Holderlin, debido a que la poesía verdadera totaliza, reintegra lo
fragmentado, cohesiona lo que la muerte desintegra, ausenta y aleja. La unidad
perdida se da a través de la palabra que asombra y extraña, que indica el
tiempo de un continuo drama y un incesante movimiento. Y es que no hay una sola
palabra. Ya desde la Antigüedad Pitágoras nos dejó la certeza sobre las
variedades de la palabra: hay la simple, la jeroglífica y la simbólica. En
otros términos, el verbo que expresa, el que oculta y el que significa.
Pero el poeta, que maneja todas las variantes
de Pitágoras, va más allá de todas ellas, pues logra expresar una especie de verbo
supremo que es en realidad la palabra en sus tres dimensiones de expresividad,
ocultamiento y signo. El verbo se hace así portavoz e intérprete de fuerzas
interiores, se torna magia y subversión del mundo. Y el poema se incuba, se
fecunda a distancia, en lugares o tiempos remotos o sobre la realidad próxima o
inmediata. El poema se trueca en evocación de la experiencia, llegando al
asombro, al acento, al sentido personal y significación, a la aventura
espiritual que va más allá del puro virtuosismo, la poesía como arte libre y
trascendente, la poesía como catarsis, purificación y afecto que suscita
vivencias encontradas; la poesía que no sólo agrada sino que conmueve. Ése es
el privilegio de la poesía, dar vida y movimiento, esfuerzo y dignidad a la creación,
ya que ella construye un nuevo universo luego de la ruina, de la aniquilación.
Entonces se vuelve memoria, comunión, ritualidad, magia, misterio,
características que aún perduran en los poetas más avisados y lúcidos, llenos
de fuerza crítica, reflexión y hondura.
Sin embargo, hace muchos años atrás, Benjamín
alertó con tristeza cómo aquél ritual ha sido reemplazado por la práctica de la
política, el arte del engaño y la simulación, lugar donde la poesía y la
cultura han descendido al nivel del espectáculo, la producción del simulacro,
una cultura sin referentes históricos, filosóficos o religiosos, o lo que es lo
mismo, la limitación del arte a manifestaciones artificiales de consumo, luego
de una pérdida del sentido interior, ético y estético, crisis que alcanza a la
poesía confundida con los actos publicitarios que llaman al confort, al
facilismo y la irrelevancia de la creación. Salvo algunas honrosas excepciones
de creadores lúcidos y comprometidos con su oficio, la poesía ha caído en la
banalidad. (Vaya usted a un recital poético y posiblemente encontrará la
vedette y la pasarela respectiva llena de reflectores. Al frente ya no lectores
sino consumidores snob de la literatura, listos al aplauso fácil). Allí se
cambia la experiencia y la memoria, conceptos ontológicos y sustanciales, por
la noción de exhibición, sustitución alienada de la existencia, tal como lo
sentenció Paul Valéry: “La literatura está llena de gentes que no saben en
realidad qué decir, pero empeñadas en que necesitan hacerlo por escrito”.
Quizás se ha abandonado el ejercicio de la
memoria que perdura, aquella experiencia quie se interioriza y se aloja en el
ser como huella duradera o profunda, siendo posible su evocación como signo de
la vida activa. En cambio hallamos la alusión al olvido, la repetición
contemplativa y superficial, palabras planas, pasajeras, perdidas, homogéneas,
deshilvanadas e inconexas.
Cómo quisiéramos, entonces, que la poesía
saliera de la cárcel que algunos le han asignado y retornara a su esencia, a su
morada y patio original, a los predios de quienes, parodiando a Guillaume
Apollinaire, buscan por doquier la aventura y combaten en las fronteras de lo
sin límites y del porvenir.
*Poeta y ensayista colombiano
Café negro con dos de azúcar
Novela de Arturo Rueda Eraso
Por Cecilia Caicedo Jurado
Es una novela redonda, tiene coherencia, es
sólida, no se pierde en la estructura, apunta la historia como totalidad. En
cuanto a los niveles de escritura: estilo propio, el narrador sabe a qué le
apunta, los ojos de ese narrador (extradiegético, dirían los entendidos) se
mueven vertiginosamente. Desde el eje argumentativo, relación con la bella, se
permite salir a observar su realidad circundante: las pirámides, los cultivos
de palma, la exótica belleza de la playa, las gentes lugareñas con sus
provocantes sonrisas o sus nalgas descomunales. Y el narcotráfico, la muerte y
la sangre, la violencia económica y todas las formas de escalamiento de esa
cultura del ascenso y el arribismo monetarista que marca la cultura dominante.
Pero y a este tenor, hay que advertir que la novela va más allá, no se queda en
la lectura anecdótica del traqueteo, por eso el narrador acude a la lectura
política del presente. Del presidente “paisa” como lo designan al manejo de las
relaciones internacionales con los dos países vecinos, en especial con el
Ecuador, que por su cercanía, golpea de manera directa las relaciones locales
de los dos países, digo fronterizas. Me gusta desde el manejo de lo tópico y
particular, la fuerza que tiene lo erótico, la sensibilidad y la piel que hay en
la novela. Definitivamente sus páginas magistrales son las del monólogo de
Bellaurora. “Si pudiera hablarle claramente. Pero no sabrá nunca mi pasado no
se lo diré ni en bogotano ni en caleño…” A partir de allí y durante dos o tres
páginas más, resuelve ir por una narración vigorosa, sin signos de puntuación,
como todo fluir de conciencia. La mujer revisa su pasado, sus siete años, sus
hermanos, su madre y el violento marido, etc. Como me gustan esas páginas. Y
ahí es donde aparece la fuerza del literato, con mayor soltura, con pasión por
la palabra, con el vértigo y la velocidad de la acción interior y auténtica. En
su lectura y esto sí es a modo personal, me sentí en un Pasto particularmente
amado, la escena de la treintona que quiere “echar a volar su virginidad” es
simpática y dolorosa, esa se puede profundizar, por aquello de los estigmas
religiosos y culturales tan nuestros y tan terribles. Leída de un tirón, de una
sola sentada, lo que significa que atrapa al lector.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.