domingo, 1 de julio de 2012

Vienen 70 poetas al 22º Festival Internacio​nal de Poesía de Medellín




Más de setenta poetas de cuarenta y cinco países, de los cinco continentes, participarán en la 22º versión del Festival de Medellín, que este año se desplazará a cuatro ciudades de Colombia (Bogotá, Bucaramanga, Barranquilla e Ibagué).
Fernando Rendón
“Esta conjunción de voces será un coro que representa la esencia humana en su dimensión celebratoria y sus poemas se unirán para hacerle un homenaje al espíritu de los pueblos aborígenes”, dice Fernando Rendón, el poeta fundador del multitudinario evento, que ya hace parte del imaginario mundial.
Dentro de la propuesta de un nuevo humanismo el Festival avanzará en la construcción del contrato natural que permita liberar a la naturaleza de su condición actual, que la sitúa entre los oprimidos y vulnerados del planeta y se le reconocerá como sujeto de derecho. En esta perspectiva, los pueblos aborígenes, que aún sobreviven, son una fuente de sabiduría que alimentará la nueva conciencia necesaria a toda la especie humana. El verdadero homenaje que se les puede hacer es abrirse a sus visiones y concepciones, disponerse a escuchar sus cantos, su palabra cifrada en una sabiduría ancestral que permite devolverle a la naturaleza su dimensión arquetípica, de suprema instancia de la vida.
Lo que para nosotros es un nuevo humanismo, para los pueblos originarios es su estado natural, su condición humana desde tiempos inmemoriales. Cada año se extinguen idiomas hablados por los últimos representantes de alguna tribu. Escuchar su palabra es asistir al esplendor de los dioses que aún permanecen en su mente, en su vida cotidiana.
De los setenta y dos poetas que participarán, doce provienen en representación de sus respectivas etnias. Traerán la poesía de sus culturas, el canto como el gran lujo, legado de la especie humana. Será una conjunción soberana de poetas aborígenes compartiendo su expresión con poetas procedentes de los cinco continentes.
Este re-encuentro con el espíritu de los pueblos originarios es un acontecimiento que reflejará su luz, proyectada a las multitudes que asisten de manera comprometida y le dan un verdadero sentido de renovación y transformación cultural mediante su alta capacidad de escucha, su lucidez y su sentido de lo poético como un ejercicio de coexistencia y celebración que dignifica y valora la vida”.
Como expresara Henry Miller, en El tiempo de los asesinos: “Los pueblos primitivos en general son poetas de la acción, poetas de la vida… Si fuéramos sensibles a lo poético, no permaneceríamos insensibles a su manera de vivir; habríamos incorporado su poesía a la nuestra, habríamos infundido en nuestras vidas la belleza que impregna la suya. La poesía del hombre civilizado ha sido siempre exclusiva, esotérica. Ha causado su propia muerte”.


Los poetas aborígenes que participarán en el 22 Festival internacional de Poesía de Medellín son:
Rita Mestokosho (Canadá, Nación Innu), Vito Apushana (Nación Wayuu, Colombia), Jamioy Juagibioy (Colombia, Nación Kamsá), Gladys Yagari (Colombia, Nación Embera), Eulalia Yagari (Colombia, Nación Embera), María Teresa Panchillo (Chile, Nación Mapuche), María Clara Sharupi (Ecuador, Nación Shuar), Karenne Wood (Estados Unidos, Nación Monacan), Mata-Uiroa Manuel Atan (Isla de Pascua, Nación Rapa Nui), Juan Hernández Ramírez (México, Nación Náhuatl), Dida Aguirre (Perú, Nación Quechua), Atala Uriana (República Bolivariana de Venezuela, Nación Wayuu), MagssanguaqQujaukitsoq (Groenlandia, Nación Inuit Kalaallit), Sigbjørn Skoden (Noruega, Nación Sami), Apirana Taylor (Nueva Zelanda, Nación Maori).
Poetas de América: Nicolás Suescún, Gonzalo Márquez Cristo, Jotamario Arbeláez, Mauricio Contreras Hernández, Jorge Torres Medina, Pedro Arturo Estrada, Fadir Delgado, Carlos Bedoya, Luis Eduardo Rendón, Angye Gaona, Carlos Framb, Fernando García Cuéncar, Carlos Ciro, Surlay Farlay, Catalina Garcés, Jhonattan Arango, Edwin Rendón, Larry Mejía, Emerson Tabares, Luz Adriana Henao, Héctor Zapata, Fly So High (Colombia), Hugo JamioyJuagibioy (Colombia, Nación Kamsá), Leymen Pérez (Cuba), María Clara Sharupi (Ecuador, Nación Shuar), Nación Monacan), Rodney Saint-Éloi (Haití), Malachi Smith (Jamaica), Javier Alvarado (Panamá), Jacobo Rauskin (Paraguay), Arturo Corcuera (Perú), John Robert Lee (Santa Lucía), Martha L. Canfield (Uruguay-Italia), Gonzalo Fragui, José Javier Sánchez (República Bolivariana de Venezuela).
Poetas africanos: Rachid Boudjedra (Argelia), Joyce Ashuntantang (Camerún), Saba Kidane (Eritrea), Chris Abani (Nigeria), Tibass Kangu ZengaMambu (República Democrática del Congo), Didier Awadi (Senegal), Keorapetse Kgositsile, David wa Maahlamela (Suráfrica).


Poetas de Asia: Mindy Zhan (China), Mookie Katigbak Lacuesta (Filipinas), Subhro Bandopadhyay (India), Dunya Mikhail (Irak), Fatieh Saudi (Jordania/Reino Unido), Esdauletov Ulugbek (Kazajstán).
Poetas de Europa: Nora Gomringer (Alemania/Suiza), Geert van Istendael (Bélgica), Dostena Lavergne (Bulgaria), José Luis Reina Palazón, Carlos Pardo (España), Kepa Murua, José Fernández de la Sota (País Vasco, España), Francis Combes (Francia), Dinos Siotis, Grigorios Falireas (Grecia), Dacia Maraini (Italia), SigbjørnSkoden (Noruega, Nación Sami), Ion Deaconescu (Rumania), Andreas Neeser (Suiza), Andriy Bondar (Ucrania).
Poetas de Oceanía: Philip Hammial (Australia), Apirana Taylor (Nueva Zelanda, Nación Maori).
Como expresara el Gran Jefe Seattle: “Esto lo sabemos: la tierra no pertenece al hombre, sino que el hombre pertenece a la tierra. El hombre no ha tejido la red de la vida: es sólo una hebra de ella. Todo lo que haga a la red se lo hará a sí mismo. Lo que ocurre a la tierra ocurrirá a los hijos de la tierra. Lo sabemos. Todas las cosas están relacionadas como la sangre que une a una familia”.

Se fue Ray Bradbury

Por Fabio Jurado Valencia*
Para despedir al genio de la literatura que fuera elogiado por Borges, quien lo responsabilizaba de haber escrito el momento más terrorífico de la literatura (Tercera expedición a Marte), el Profesor Jurado, febril bradburyano, nos envía este texto antes de viajar a Illinois como parte de una extensa investigación sobre el autor norteamericano.
Pocos son los escritores que, como Ray Bradbury (Waukegan, Illinois, 22 de agosto de 1920 - Los Ángeles, California, 5 de junio de 2012), lograron cautivar a lectores de distintas edades y lectores con diversos horizontes de expectativa. Bien podemos leer a los niños algunos cuentos de Las doradas manzanas del sol (1952; trad.1962) o algunas Crónicas marcianas (1946; trad.1955), como bien podemos leerles fragmentos de Fahrenheit 451, para despertar en ellos el viaje y el ensueño, la pregunta y las ansias de saber. Del mismo modo, en la vivencia de los imaginarios interplanetarios de nuestros jóvenes de hoy, obsesionados por los videos de la ciencia-ficción, es notable el acoplamiento con estas historias que reclaman de sus lectores un juego comparativo entre lo que es el hombre moderno y lo que podrá ser en siglos venideros. Y en la representación de estos mundos del futuro, Bradbury ha logrado introducir con maestría y con una enorme capacidad simbólica el amor entre los jóvenes pero también el desamor y el tedio de los adultos. Para presentar alternativas a este tedio del hombre de las grandes urbes, Bradbury propone el relato policíaco y de misterio, sin extraviar la punzada estética, alegórica e irónica. No cabe duda que ha pensado en el lector, cualquiera sea su condición, con la esperanza de que los libros sigan animando el espíritu intelectual de los seres humanos.
La obra de Bradbury constituye una propuesta para la formación de lectores y, en consecuencia, para repensar y responder a las preguntas que se plantea la educación contemporánea. Hay una preocupación pedagógica en este modo de invocar a la ecología, a las teorías de la física y de la astronomía, en la reivindicación de la música clásica, de la historia, la arqueología, la filosofía, el sicoanálisis y, por supuesto, a la literatura misma. Es ese poder intuitivo y sensible sobre la mismidad humana, sobre su devenir y su deterioro, lo que hace que la narrativa de Bradbury nos convoque y nos ponga en diálogo, para la desenajenación y la construcción de nuevos destinos.
La literatura, como elaboración artística del lenguaje y de los hechos humanos es, junto con la investigación científica y las diversas expresiones artísticas, la única experiencia que posibilita la des-automatización, si por ello entendemos una recuperación de la sensibilidad frente al asombro de lo que es el mundo. En la lectura, opera la desautomatización cuando nos sumergimos en el universo ficticio de la obra y estando dentro de ella sentimos la interpelación de múltiples voces.
Diría que en todos los textos de Bradbury, como en las grandes obras de arte, hay una permanente interpelación acerca de lo que es o será la vida humana. Después de miles de años de “civilización”, el hombre no ha dejado de ser primitivo, parece decirnos Bradbury a través de sus narradores. El desarrollo de la ciencia en lugar de enaltecer a la humanidad la ha conducido hacia una continua corrosión, a una robotización desenfrenada y por tanto hacia el aislamiento y la mudez; hacia la mudez, porque estos hombres que se nos representan en cuentos como “El peatón”, “El asesino”, “Nunca más la veo”, “Bordado” y “La fábrica”, entre muchos otros, son seres sin rostro, por cuanto en la reificación propia de las grandes urbes prevalece el desconocimiento del otro. Pero llama la atención que siempre entre estos seres, o entes, y como una esperanza, se destaque un hombre o una pareja para al menos preguntarse por lo que es el universo.
Ese ser diferente que se destaca sobre los demás, por su capacidad liberadora, en muchos casos es el escritor, en otros casos es el arqueólogo o el investigador científico. Esta manera de pensar y de sentir distinto, respecto a los otros, los reificados, conduce a miradas punitivas y a su identificación como delincuentes de parte de autoridades omnipresentes. El escritor es, en efecto, un delincuente y las obras literarias son objetos perversos e inútiles que poco sirven al hombre: esto es lo que fundamentalmente se nos representa en Fahrenheit 451, quizás la obra más comentada y elogiada por la crítica, tanto por su elaboración literaria como por su magistral adaptación al cine y a la ópera.
Varios son los cuentos en los que el escritor, o el poeta, participa como protagonista o como testigo. En “El peatón”, Leonard Mead, escritor, camina durante horas todas las noches.
“Todas las noches, pasaba ante casas de ventanas oscuras y parecía como si pasease por un cementerio; sólo unos débiles resplandores de luz de luciérnaga brillaban a veces detrás de las ventanas. Unos repentinos fantasmas grises parecían manifestarse en las paredes interiores de un cuarto, donde aún no habían cerrado las cortinas a la noche. O se oían unos murmullos y susurros en un edificio sepulcral donde aún no habían cerrado una ventana. [...]. La calle era silenciosa y larga y desierta, y sólo su sombra se movía, como la sombra de un halcón en el campo. Si cerraba los ojos y se quedaba muy quieto, inmóvil, podía imaginarse en el centro de una llanura, un desierto de Arizona, invernal y sin vientos, sin ninguna casa en mil kilómetros a la redonda, sin otra compañía que los cauces secos de los ríos, las calles. [...]. Luego de diez años de caminatas, de noche y de día, en miles de kilómetros, nunca había encontrado a otra persona que se paseara como él”. (En Las doradas manzanas del sol, p. 20).
Sólo un hombre camina en la noche mientras los demás viven en el encierro, enajenados por la televisión. Los edificios no son más que una suma de nichos o de bóvedas mortuorias en donde los hombres viven y mueren, porque allí lo tienen todo; protegidos en estos nichos-apartamentos los seres humanos han podido extinguir el homicidio y el atraco y el único delincuente es quien camina solitario por las calles, para nuestro caso el escritor. Así, Leonard Mead es detenido e interrogado por un carro computarizado y luego condenado al “Centro Psiquiátrico de Investigación de Tendencias Regresivas”, bajo el delito de caminar solo en la noche, no tener profesión, no ser casado y no tener televisión en la casa.
El cuento “El asesino” nos presenta la historia de un personaje que siempre quiso ser escritor y que fue condenado por haber dado muerte a todos los objetos electrónicos de la casa, empezando por el teléfono porque le aterrorizaba desde la infancia:
“Un tío mío lo llamaba la máquina de los fantasmas. Voces sin cuerpo. Me ponía los pelos de punta. Más tarde, nunca me sentí cómodo. El teléfono me parecía un instrumento impersonal. Si a él se le ocurría, dejaba que la personalidad de uno fuese por sus cables. Si no lo quería así, lo mismo le sacaba a uno la personalidad hasta que por el otro extremo salía una voz de pescado frío, toda acero, cobre, plásticos, sin calor, sin realidad. Es fácil decir alguna inconveniencia cuando se habla por teléfono; el teléfono cambia el significado de las frases. [...]. Ahí está, exigiendo que uno llame a alguien que no quiere que lo llamen. Mis amigos estaban siempre llamando, llamando, llamándome. Demonios, no me dejaban tiempo para nada. Cuando no era el teléfono, era la televisión, la radio o el fonógrafo eran las películas en el cine de la esquina, películas proyectadas en nubes bajas, con publicidad. [...] Cuando no era la música, eran los intercomunicadores de la oficina, y la cámara de horror de una radio pulsera desde donde mis amigos y mi mujer me llamaban cada cinco minutos. [...]. Y un desconocido me llama y grita: Esta es la encuesta Encuentra-Rápido. ¿Qué caramelo de goma está masticando en este instante? (En Las doradas manzanas del sol p. 71).
También en este cuento el protagonista es sometido en una celda-sanatorio en donde permanentemente es objeto de interrogatorio por el siquiatra. El paciente, como el escritor o el artista que se nos representa en estos cuentos, vive la felicidad del aislamiento y del silencio; pero en este cuento el protagonista es empujado por la conciencia del superhombre; la idea de ser el único que podría salvar a la humanidad aniquilando a los “malos”, conduce a este múltiple homicidio:
“A la mañana siguiente me compré una pistola. Me embarré los zapatos a propósito. Me planté ante la puerta de calle. La puerta chilló: '¡Pies sucios, pies embarrados! ¡Límpiese los pies! ¡Por favor sea aseado!' Le disparé un tiro por el ojo de la cerradura. Corrí a la cocina, donde el horno lloriqueaba: '¡Apáguenme!' En medio de una tortilla mecánica, enmudecí la cocina [...]. Entonces sonó el teléfono, como un murciélago. Lo eché en el sumidero mecánico. [...]. Luego fui y maté el televisor, esa bestia insidiosa, esa Medusa, que petrifica a un billón de personas todas las noches con una fija mirada, esa sirena que llama y canta y promete tanto, y da, al fin y al cabo, tan poco, y yo mismo siempre volviendo a él, volviendo y esperando, hasta que... ¡pum! Como un pavo sin cabeza, mi mujer salió chillando a la calle. Vino la policía. ¡Y aquí estoy!” (En Las doradas manzanas del sol, p. 76).
Estos son pues los signos patéticos de la reificación humana, hacia los años 2.050, según lo muestra Bradbury en estos relatos que tanto nos conmueven. Todos los procesos punitivos parecen estar focalizados ahora en el entorno de la demencia y la locura, en donde los hombres cuerdos y sensatos, los que por momentos recuperan la conciencia de lo humano, son los locos; las cárceles son entonces los sanatorios y los hospitales psiquiátricos, y aún allí los ruidos electrónicos perviven como formas de adaptación y de terapia. El hombre que no logra adaptarse al ruido y al estruendo, es un desquiciado, un hombre enfermo.
Ray Bradbury nació en Illinois, en el año de 1920 y murió en el 2012; cultivó el cuento, la novela, la poesía, el teatro, fue inventor y diseñador arquitectónico. Publicó veintitrés libros, la mayoría de los cuales se han traducido al español, a casi todos los idiomas occidentales y a lenguas de oriente. Borges tradujo al castellano, y reivindicó, la obra magistral Crónicas marcianas. En esta obra los hombres, como una plaga (langostas, se les denomina en una de las crónicas) conquistan Marte, cual paraíso buscado desde las primeras guerras atómicas en la tierra; los terrícolas comenzaron con excursiones a Marte y luego se fueron quedando, fundando aquí una venta de salchichas, allá una prendería, más allá una venta de armas, almacenes de ropas, salones de juegos, sumideros de basuras, acumulación de chatarras. Marte vuelve a ser la tierra y, como la tierra, será también un planeta destruido y solitario hacia el año 2.030; todos los hombres mueren y sólo algunas naves vagan en el espacio sideral buscando otro paraíso, otro paraíso perdido.
*Escritor y catedrático colombiano.

Viernes de Poesía

Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas
Departamento de Literatura, Instituto de Investigación en Educación
Maestría en Estudios Literarios, Maestría en Educación
Invitan a Viernes de Poesía
Poeta Invitada: Esperanza Carvajal
Presentación del cuaderno
No. 91: Aullido en mí menor (Selección, 1972-2012)
de José Luis Díaz-Granados
Presentación de los libros:
Malabar en el abismo de Yirama Castaño Güiza
Cantos pandóricos de Cristóbal Valdelamar
Viernes 29 de junio, 2012, Bogotá
Salón Oval. Edificio de Posgrados. Facultad de Ciencias Humanas.
Hora: 6:30 p.m. Entrada Libre

Memoria y olvido alrededor del poema
Por Gabriel Arturo Castro*
“Sólo los poetas fundan lo permanente”, expresaba Holderlin, debido a que la poesía verdadera totaliza, reintegra lo fragmentado, cohesiona lo que la muerte desintegra, ausenta y aleja. La unidad perdida se da a través de la palabra que asombra y extraña, que indica el tiempo de un continuo drama y un incesante movimiento. Y es que no hay una sola palabra. Ya desde la Antigüedad Pitágoras nos dejó la certeza sobre las variedades de la palabra: hay la simple, la jeroglífica y la simbólica. En otros términos, el verbo que expresa, el que oculta y el que significa.
Pero el poeta, que maneja todas las variantes de Pitágoras, va más allá de todas ellas, pues logra expresar una especie de verbo supremo que es en realidad la palabra en sus tres dimensiones de expresividad, ocultamiento y signo. El verbo se hace así portavoz e intérprete de fuerzas interiores, se torna magia y subversión del mundo. Y el poema se incuba, se fecunda a distancia, en lugares o tiempos remotos o sobre la realidad próxima o inmediata. El poema se trueca en evocación de la experiencia, llegando al asombro, al acento, al sentido personal y significación, a la aventura espiritual que va más allá del puro virtuosismo, la poesía como arte libre y trascendente, la poesía como catarsis, purificación y afecto que suscita vivencias encontradas; la poesía que no sólo agrada sino que conmueve. Ése es el privilegio de la poesía, dar vida y movimiento, esfuerzo y dignidad a la creación, ya que ella construye un nuevo universo luego de la ruina, de la aniquilación. Entonces se vuelve memoria, comunión, ritualidad, magia, misterio, características que aún perduran en los poetas más avisados y lúcidos, llenos de fuerza crítica, reflexión y hondura.
Sin embargo, hace muchos años atrás, Benjamín alertó con tristeza cómo aquél ritual ha sido reemplazado por la práctica de la política, el arte del engaño y la simulación, lugar donde la poesía y la cultura han descendido al nivel del espectáculo, la producción del simulacro, una cultura sin referentes históricos, filosóficos o religiosos, o lo que es lo mismo, la limitación del arte a manifestaciones artificiales de consumo, luego de una pérdida del sentido interior, ético y estético, crisis que alcanza a la poesía confundida con los actos publicitarios que llaman al confort, al facilismo y la irrelevancia de la creación. Salvo algunas honrosas excepciones de creadores lúcidos y comprometidos con su oficio, la poesía ha caído en la banalidad. (Vaya usted a un recital poético y posiblemente encontrará la vedette y la pasarela respectiva llena de reflectores. Al frente ya no lectores sino consumidores snob de la literatura, listos al aplauso fácil). Allí se cambia la experiencia y la memoria, conceptos ontológicos y sustanciales, por la noción de exhibición, sustitución alienada de la existencia, tal como lo sentenció Paul Valéry: “La literatura está llena de gentes que no saben en realidad qué decir, pero empeñadas en que necesitan hacerlo por escrito”.
Quizás se ha abandonado el ejercicio de la memoria que perdura, aquella experiencia quie se interioriza y se aloja en el ser como huella duradera o profunda, siendo posible su evocación como signo de la vida activa. En cambio hallamos la alusión al olvido, la repetición contemplativa y superficial, palabras planas, pasajeras, perdidas, homogéneas, deshilvanadas e inconexas.
Cómo quisiéramos, entonces, que la poesía saliera de la cárcel que algunos le han asignado y retornara a su esencia, a su morada y patio original, a los predios de quienes, parodiando a Guillaume Apollinaire, buscan por doquier la aventura y combaten en las fronteras de lo sin límites y del porvenir.
*Poeta y ensayista colombiano

 

Café negro con dos de azúcar

Novela de Arturo Rueda Eraso
Por Cecilia Caicedo Jurado
Es una novela redonda, tiene coherencia, es sólida, no se pierde en la estructura, apunta la historia como totalidad. En cuanto a los niveles de escritura: estilo propio, el narrador sabe a qué le apunta, los ojos de ese narrador (extradiegético, dirían los entendidos) se mueven vertiginosamente. Desde el eje argumentativo, relación con la bella, se permite salir a observar su realidad circundante: las pirámides, los cultivos de palma, la exótica belleza de la playa, las gentes lugareñas con sus provocantes sonrisas o sus nalgas descomunales. Y el narcotráfico, la muerte y la sangre, la violencia económica y todas las formas de escalamiento de esa cultura del ascenso y el arribismo monetarista que marca la cultura dominante. Pero y a este tenor, hay que advertir que la novela va más allá, no se queda en la lectura anecdótica del traqueteo, por eso el narrador acude a la lectura política del presente. Del presidente “paisa” como lo designan al manejo de las relaciones internacionales con los dos países vecinos, en especial con el Ecuador, que por su cercanía, golpea de manera directa las relaciones locales de los dos países, digo fronterizas. Me gusta desde el manejo de lo tópico y particular, la fuerza que tiene lo erótico, la sensibilidad y la piel que hay en la novela. Definitivamente sus páginas magistrales son las del monólogo de Bellaurora. “Si pudiera hablarle claramente. Pero no sabrá nunca mi pasado no se lo diré ni en bogotano ni en caleño…” A partir de allí y durante dos o tres páginas más, resuelve ir por una narración vigorosa, sin signos de puntuación, como todo fluir de conciencia. La mujer revisa su pasado, sus siete años, sus hermanos, su madre y el violento marido, etc. Como me gustan esas páginas. Y ahí es donde aparece la fuerza del literato, con mayor soltura, con pasión por la palabra, con el vértigo y la velocidad de la acción interior y auténtica. En su lectura y esto sí es a modo personal, me sentí en un Pasto particularmente amado, la escena de la treintona que quiere “echar a volar su virginidad” es simpática y dolorosa, esa se puede profundizar, por aquello de los estigmas religiosos y culturales tan nuestros y tan terribles. Leída de un tirón, de una sola sentada, lo que significa que atrapa al lector.

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