¡Arriba las
manos!
Nechi Dorado
El joven se
levanta cuando la mañana
se confunde con
el pliegue de la tarde.
Va remendando
sueños por pasillos
alfombrados de
tierra apelmazada,
donde el amor se
esconde tras cascotes
entre ratas y
alimañas.
De dos patas.
Saldrá con sol
estrellas lluvia vientos.
Con luceros y
sin ellos.
Saldrá como
quien sale a bofetadas
con la vida y
con la muerte que
acaricia sus
mejillas todo el día.
¡Todo el día!
A las trompadas
se levanta.
A cachetazos con
la gente
y a palazos
contra el perro
que es el único
que nunca
lo abandona.
Si no conoce el calor de una caricia,
¿quién pretende
que la diera?
¡Algún imbécil!
Y dura el joven,
un poco niño, muy muy muy viejo.
Solo dura.
Algo le dice en
voz baja
que hace falta
que los pobres
sufran mucho antes
de entrar al cielo
por el ojo de
una aguja.
La mentira susurra en sus oídos
taponados por el
polvo.
Las escuelas se
cerraron,
pero otras
puertas se abrirán.
Será ese el
premio cuando la muerte
Se lo lleve para
siempre.
Si, claro. Para
siempre.
¡Alto el precio!
Me parece.
En su bolsillo
raído, tan deshilado como su alma,
lleva la foto de
un santito milagrero.
Dicen, que si le
reza cada noche,
hará un milagro.
Pero el santo
distraído no lo escucha
no lo mira ni
bendice
ni le arrima
unas monedas
¡Nunca, nunca!
¡Tal vez, acaso,
cuando llegue al cielo…!
Y el joven,
tratando de jugar carreras
en esa
compulsiva maratón contra los días,
acaricia una
pistola y una faca.
Alguna de las
dos, seguro que no falla.
Se empuja, envejecido
como está,
antes de tiempo,
a robar a maltratar
a asesinar
O a cualquier
cosa. La que sea.
La que obligan
los extraños
Paradigmas.
El hambre se
revuelve en esa panza
Que hace ruido y
se retuerce
estrujando la
esperanza.
¡Acá todo es
igual! Dicen que dijo.
Todo es igual.
Gritó: ¡Arriba
las manos!
¡Y se le escapó
el tiempo!
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