El poeta, comunista y brigadista internacional en la defensa de la república española |
Luz Marina López Espinosa / Lunes 29 de octubre de 2012
Después del inmortal Rin Rin Renacuajo de Pombo que marcó nuestra
infancia, siento que todos nacimos a la poesía cuando la melancolía, ilusiones
y tristezas de la adolescencia fueron interpretados en un solo verso que son
tres:
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir, por ejemplo: “La noche está estrellada,
Y tiritan, azules, los astros, a lo lejos”.
Y ahí nos quedamos. Ya éramos poetas; o al menos así nos lo creíamos.
Averiguamos luego el nombre, y el señor se llamaba Pablo Neruda. Luego supimos
que era chileno, y mucho más tarde, que en realidad no se llamaba así, sino
como cualquier vecino, como nuestro héroe el señor de la tienda de la esquina
que tenía su negocio de alquiler de cuentos: Neftalí Reyes.
Lo cierto es que Neftalí hizo el milagro. Porque nos tocó seguir
leyendo, continuar el descubrimiento de ese algo tan maravilloso, tan inefable,
que sin saber cómo ni por qué, nos arrobaba, nos interpretaba, nos hacía
sentirnos parte de algo extraordinario. Y no sólo en los territorios del amor,
de esos primeros amores tan bellos como doloridos. Porque más tarde nos
encontramos que esos astros azules tiritando a lo lejos permitían también todo
el dolor, toda la maldad y la concupiscencia asechando en el alma humana. Que
la poesía igualmente gritaba, denunciaba, espetaba, y sin dejar de serlo,
enrostraba al mundo la perfidia que lo afea.
Y de ahí, descubrir sorprendida que en ese amplio marco cabía todo: la
cebolla, el sudor del minero, la España asesinada, las alturas de Machu Pichu,
nuestros héroes y nuestros bandidos, los pájaros y los platos exquisitos, la
sangre sobre la nieve en la estepa rusa y el goce incomparable de las sábanas abrigadas
por otro cuerpo.
Porque Neruda fue poeta cósmico, vital y universal. Hay muchos Nerudas
que no gustan. Pero aún así, a ese mismo lector muchos Nerudas le gustan.
Porque su militancia fue primeramente con la vida y el mundo todo, de forma que
era comprensible que a todos no llegara de la misma manera. Pero esto es más
virtud que defecto. Y aún su obra que no destaca, es manifestación del fuego
que lo quemaba y lo impulsaba a producirla como un acto de afirmación política
y humanista, así de pronto la proclama sacrificara la poesía. Cosa inevitable
además en una obra tan vasta y que cubrió todos los tópicos posibles.
Neruda ha acompañado varias generaciones que nacen y crecen en la
poesía con él. Con el mérito especial de que él es una cátedra de la poesía sí
al servicio de luceros y magnolias, pero también, férreamente, de la lucha del
hombre contra el fascismo, el militarismo, el capitalismo despojado del ápice
de alma que tiene. Contra el despotismo que es el poder cuando no está al
servicio de los más. Por eso Neruda, hedonista y bon vivant, se salva con
exceso en poesía y humanidad. ¿La prueba? Murió de pena y desengaño cuando
apenas abiertos los portalones que conducirían a obreros, indígenas, mujeres y
campesinos a los recintos de la justicia que se les debía, la bestia militar
los cerró bruscamente asesinando de paso a su Camarada autor de esa gesta.
Fecha entonces la de esa muerte, señera para el Movimiento Poético
Mundial que la conmemora reivindicando una obra tan humana y comprometida, que
en el Nuevo Canto de Amor a Stalingrado, no tiene reparos en clamar:
Guárdame un trozo de violenta espuma,
Guárdame un rifle, guárdame un arado,
Y que lo pongan en mi sepultura
……………..
Para que sepan, si hay alguna duda,
Que he muerto amándote y que me has amado..
………………
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