Poema: Nombres
22.Nov.12
Nuestros
hijos, acá, allá, en todo el mundo, principalmente en Palestina. Hoy. Ahora
mismo.
Nombres
Mi hijo se llama Miguel.
Desde que nació, la vida sin Miguel resulta impensable, imposible.
Mi hijo se llama Miguel,
y su llegada es una apuesta cotidiana a la vida,
a otro mundo posible,
a una humanidad humana.
Desde que nació, la vida sin Miguel resulta impensable, imposible.
Mi hijo se llama Miguel,
y su llegada es una apuesta cotidiana a la vida,
a otro mundo posible,
a una humanidad humana.
Pero si Miguel no fuera
Miguel
y se llamara en cambio Ahmed, Anan, Ali o Abdullah,
si además hubiera nacido (ayer, hace diez años, o cincuenta)
en un territorio llamado Palestina
serían altísimas las probabilidades de que,
yo no pudiera estar hoy escribiendo estas líneas
yo no pudiera estar hoy jugando, alimentando, abrazandolo.
Serían altísimas las posibilidades de que Miguel
si se llamara Ahmed, Anan, Ali o Abdullah
hoy no simbolizara la vida,
ni otro mundo posible,
ni una humanidad humana.
y se llamara en cambio Ahmed, Anan, Ali o Abdullah,
si además hubiera nacido (ayer, hace diez años, o cincuenta)
en un territorio llamado Palestina
serían altísimas las probabilidades de que,
yo no pudiera estar hoy escribiendo estas líneas
yo no pudiera estar hoy jugando, alimentando, abrazandolo.
Serían altísimas las posibilidades de que Miguel
si se llamara Ahmed, Anan, Ali o Abdullah
hoy no simbolizara la vida,
ni otro mundo posible,
ni una humanidad humana.
Si Miguel se llamara
Ahmed, Anan, Ali o Abdullah,
y si hubiera nacido en Palestina,
hoy, hace diez años o cincuenta,
serían altísimas las posibilidades
de que fuera vilmente asesinado
por las bombas del ejército israelí.
Y a pesar de los miles de kilómetros
si hoy estoy escribiendo estas líneas
es porque me empuja el dolor inconmensurable de saber
que Ahmed, Anan, Ali o Abdullah
se llaman también Miguel.
No hay cámaras de multimedios,
ni fotos de las familias con los poderosos,
ni relatos que reconstruyan las cortas vidas de tantos niños
porque el poder del invasor,
el poder del genocida,
el poder del Estado Terrorista de Israel,
es el poder de la impunidad,
de la mentira,
de la propaganda a gran escala,
de la complicidad de Occidente.
y si hubiera nacido en Palestina,
hoy, hace diez años o cincuenta,
serían altísimas las posibilidades
de que fuera vilmente asesinado
por las bombas del ejército israelí.
Y a pesar de los miles de kilómetros
si hoy estoy escribiendo estas líneas
es porque me empuja el dolor inconmensurable de saber
que Ahmed, Anan, Ali o Abdullah
se llaman también Miguel.
No hay cámaras de multimedios,
ni fotos de las familias con los poderosos,
ni relatos que reconstruyan las cortas vidas de tantos niños
porque el poder del invasor,
el poder del genocida,
el poder del Estado Terrorista de Israel,
es el poder de la impunidad,
de la mentira,
de la propaganda a gran escala,
de la complicidad de Occidente.
Mi hijo se llama Miguel
y su existencia es hoy
(como hace diez años o cincuenta)
un grito de rabia, de odio, de denuncia.
Porque la apuesta cotidiana a la vida,
a otro mundo posible,
a una humanidad humana,
hacen que hoy,
para mí,
mi hijo se llame Ahmed, Anan, Ali o Abdullah.
y su existencia es hoy
(como hace diez años o cincuenta)
un grito de rabia, de odio, de denuncia.
Porque la apuesta cotidiana a la vida,
a otro mundo posible,
a una humanidad humana,
hacen que hoy,
para mí,
mi hijo se llame Ahmed, Anan, Ali o Abdullah.
Ana Marchesi
21 de noviembre de 2012
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