Tres Caínes... la barbarie hecha espectáculo no es de ayer |
Por Santiago Andrés Gómez
Tres Caínes... La barbarie hecha
espectáculo no es de ayer
Antes de decir cualquier cosa sobre la polémica que ha causado la serie de televisión Tres Caínes, o más bien como primera claridad, debo advertir que no he visto, ni veré, un solo capítulo de este programa, así como no vi ni un minuto entero de El Patrón del Mal, ni de Rosario Tijeras, ni de Las mujeres de la Mafia, ni de ningún producto televisivo, incluidos noticieros y hasta partidos de fútbol, desde hace ya varios años. Con esto espero que se espanten de la lectura de mi artículo no solo los fanáticos de la televisión, sino también los que piensan que es una alternativa para el entretenimiento y una herramienta en la construcción de ciudadanía, con todo y que se estén haciendo en este medio algunos de los productos audiovisuales (o sea, desde mi punto de vista, cinematográficos) más apasionantes y pertinentes de los últimos tiempos en el mundo.
El Patrón del Mal parte en dos la historia de la televisión colombiana |
En esto, una decisión personal, no hago concesiones. “La televisión es
para pegar duro”, dice el profesor Germán Franco, Jefe de Comunicaciones del
Ministerio de Cultura, en una clase especial a la que afortunadamente pude
asistir, pero eso habla justamente de la engañosa cualidad que tiene ese medio
de promediar por lo bajo, de buscar con afán el gusto masivo con
generalizaciones y simplismos. La amplitud enorme, la gran cobertura, parecen
ser características ideales que la competencia global exige sostener, de modo
que incluso canales regionales y locales no pueden hacer cosa distinta a
someterse al veredicto numérico de la teleaudiencia, medido como en básculas de
plaza de mercado. La consecuencia es que uno deba acusar lo más defendible en
la televisión: su capacidad de aglutinar y generar consensos.
Pero viendo de lejos es notable que la televisión nacional empezó a
darse cuenta de que la realidad cotidiana tenía un interés especial para la
población, y eso es irreprochable. Del, digamos, costumbrismo inmediato de Sin
tetas no hay paraíso y Rosario Tijeras se pasó a la reproducción a
escala de la intimidad noticiosa en El Capo y Las mujeres de la Mafia,
y de allí a esas dos series que, en palabras de quienes las defienden,
“documentan el presente” y que nos han puesto a debatir tanto en estos días
sobre la legitimidad del “uso de la realidad” (no hay otras palabras para
definirlo) con fines económicos y, aparentemente, nulo interés en sus
repercusiones culturales: El Patrón del Mal y Tres
Caínes; todo con una suerte de subienda en el rating que da pie a
que se insista en que se produce lo que la gente quiere.
Sin tetas no hay paraíso abrió la brecha de lo real como espectáculo |
Pero esa medición solo cubre lo que le interesa, y se aprovecha de ello.
Es decir, por definición le da la razón a lo que la gente pida, sin atender a
ningún examen adicional, tal como si uno pensara que mientras más violencia o
injusticia hay en el mundo, es porque es buena. Y aun la perversión del rating
es mayor: incide, como hiciera el viejo cine clásico de Hollywood en todo el
mundo, en una visión estereotipada de la realidad, alimentando heroísmos
masoquistas y martirologios complacientes en una población que, como lo
demuestran otros formatos o géneros televisivos, como los
reality shows o los espectáculos de Laura en
América, se traga entero el cuento de la bondad y la maldad, y eso además
sin importar para nadie otra cosa que figurar. Poco se piensa, pero es real,
que lo único que uno quiere es mirar y que lo miren a uno.
Acá miramos otra vez lo que en las noticias sabíamos que pasaba
atropelladamente, y como señala Simón Posada en un texto excelente, aunque por
varias razones polémico...
las virtudes de todo relato demuestran que cualquier documentación de la
realidad está mediada, aun cuando se tome como reproducción fiel de la misma.
La pregunta o la queja que supone esta serie para todos los
que la critican debería extenderse a los noticieros con
mayor indignación, pues no es otra cosa que el mismo negocio de la violencia,
del falso escándalo, de la creación de enemigos, del espectáculo del dolor
ajeno, y eso sin los filtros que autorizan a cualquier
guionista a demostrar que su texto es una versión de lo real, puesta al examen
de un espectador menos crédulo ante la telenovela, o sea un poco más crítico.
Julián Román, como Carlos Castaño, en Tres Caínes... La abyección como vehículo del lucimiento... |
Es verdad que todos ponemos y quitamos a lo que vemos, incluso a los noticieros. Pero por eso mismo las protestas que se han
levantado contra Tres Caínes se
constituyen, quiéranlo o no sus impulsores, o sépanlo o no, en la invocación a
otra forma de contar nuestra realidad. Sin duda, aunque algunos llamen a
suspender la serie y a no contar cosas tan terribles pasado tan poco tiempo de
las heridas a las que hace referencia, la búsqueda es por una televisión más
seria y responsable, no solo guiada por el lucro. Nuestra labor ahora, y solo
por eso escribo esto, es entender que detrás de una búsqueda de lucro hay una
forma lucrativa, un discurso de lucro, un mercado de valores morales que
precisamos acaso renovar, si no desmontar. No son los
temas los que hay que evitar, sino esa mentalidad que nos
hace disfrutar con el dolor del otro.
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