Introducción a un tema doloroso que revuelve tiempos de espanto en Nuestra América
Tratando que la memoria no muera en el olvido hace falta apuntalarla,
por eso compartimos con nuestros lectores tres documentos en los que
flotan los recuerdos de un ayer que no debe olvidarse nunca.
Esta es la Parte I y duele...
Los fusilados de Soca |
En torno al papel de los sobrevivientes
Anahit
Aharonian*
Hace 35 años que los
asesinaron, hace sólo un año, el 21 de diciembre de 2008 sentimos que recién
les dábamos sepultura a tres compañeras –una en estado avanzado de gravidez- y
dos compañeros, cinco que eran seis, los fusilados de Soca, los fusilados
porque sí. María de los Ángeles Corbo (su embarazo era de seis meses y medio),
Graciela Estefanell, Mirtha Yolanda Hernández, Héctor Daniel Brum y Floreal
García Larrosa.
Hace también un año –mientras inaugurábamos el mural de Marcelo Píriz en
memoria de nuestros cinco compañeros casi seis- que Amaral[1][1] preguntó “¿por qué?” y no tuvimos respuesta. Nos miró uno por uno, pausada
y profundamente y volvió a preguntar pero no tuvimos ni tenemos respuesta.
Tantas preguntas han surgido desde entonces, y casi todas comienzan con el
“¿por qué?”:
20 de diciembre de 1974
¿Por qué los fusilaron?
Dijeron que porque en París un coronel del servicio de inteligencia había
sido asesinado, era obvio que nosotros no éramos los autores, todos nosotros
estábamos acá presos. Por otra parte, era sabido –aunque recién ahora aparezcan
los testimonios- que al coronel Trabal lo querían muerto sus propios camaradas
de armas, ¿por qué, entonces, los asesinaron a ellos cinco casi seis?
Cuando en 1973 los militares sacaron al primer grupo de compañeras del
penal de Punta de Rieles para aislarlas en cuarteles, les dijeron que quedaban
en calidad de rehenes. Luego sacaron compañeros del Penal de Libertad y les
dijeron lo mismo. Lo mismo ocurrió con las compañeras sacadas en 1974.
Si eran éstas y éstos los rehenes, entonces, ¿por qué fusilaron a otros?
Dónde estaban estos “otros”
El 8 de noviembre de ese mismo 1974, en un operativo coordinado entre
represores argentinos y uruguayos, apresan a un grupo de uruguayos residentes
en Buenos Aires junto al pequeño hijo de dos de ellos. No se sabe cuándo, pero
en algún momento antes de ese fatídico 20 de diciembre ese grupo fue trasladado
a Montevideo en el ahora llamado vuelo cero, un vuelo especial mal denominado
“clandestino” de la Fuerza Aérea uruguaya. Los llevaron a la casa de Punta
Gorda que se estaba “estrenando” como centro clandestino de torturas, la casa conocida
por su clave “300 Carlos”, una casa de altos en la rambla, desde donde se oía
el sonido de las olas pero también las voces de los niños vecinos[2][2].
¿Por qué los trajeron? ¿Habrían ya planificado su fusilamiento? ¿Habrían ya
decidido quiénes sobrevivirían? ¿Por qué? Pareciera que la respuesta respecto
al niño se encontrara con facilidad: se lo apropiarían los represores. Para
acercarnos a la comprensión de la situación compartimos una explicación que
encontramos repasando el libro “Paisajes de Dolor, Senderos de Esperanza[3][3]”: “Más que la eliminación física de sus opositores, el régimen militar
perseguía implantar un control político y social a través de una política de terror sobre las masas.(…)
se dirigía a toda la sociedad, no sólo con los métodos más coercitivos, sino
con estrategias más colectivas y sofisticadas de producción de subjetividad que
igualmente diseminaban la impotencia y el silencio”.
Seguramente una forma de diseminar la
impotencia y el silencio es la que encontraron al liberar a Julio Abreu,
bajo amenazas, apenas cuatro días después.
Cómo vienen los recuerdos
Necesitaba reunirme con Julio, habíamos compartido tiempo y espacio en esa
casa de Punta Gorda devenida en centro de torturas, pero no lo supimos
entonces. Necesitaba armar la memoria de esos días. Julio era protagonista y
testigo. Nos reunimos en un boliche… imborrables momentos de profunda conexión.
Hablaba del terror que sembraron, del miedo profundo que le metieron, de
las amenazas hacia toda su familia en caso que contara lo que había vivido, lo
que había protagonizado y de lo que había sido testigo: le dijeron que a él y a
sus afectos les pasaría lo mismo que a los otros cinco-casi-seis. Eligieron el
24 de diciembre para liberarlo, y con todo este bagaje de miedo pudo comprobar
que era verdad, los habían fusilado. El miedo se metió a fondo, el mismo miedo
que tenía la población silenciada. Le aseguraron que iban a vigilarlo, lo
vigilaban, y también –quizá no tenga importancia la diferencia- él sentía que
estaba vigilado… el miedo penetra, acaso el mismo miedo de cada ciudadano que
cada día y cada noche estaba alerta, tenso.
Julio, compañero
Su charla fluye con naturalidad, como
si siempre hubiéramos estado conversando. Me cuenta qué pasó, confiesa que él
estaba en Buenos Aires para entrar a trabajar de ayudante en el laboratorio de
la empresa Ciba-Geigy, tenía 22 años, no entendía nada de política, pero la
realidad le hizo un curso intensivo, conoció a valiosísimos luchadores,
aprendió de y con ellos.
Otros lo ponen “bajo sospecha” por haber sobrevivido, él tiene la grandeza
de susurrar que no puede decir que a él no lo mataron “porque no tenía nada que
ver”, porque de ese modo justificaría el asesinato de los compañeros y ese acto
–insiste- no tiene justificativo alguno. Curiosa situación: quien no tenía
formación política alguna es capaz de tener un pensamiento profundamente
político, sin embargo otros, encaramados en una suerte de soberbia, interpelan
sembrando desconfianzas. Pregunto, ¿no son capaces de preguntarse por qué cada
uno de nosotros sobrevivió? Preguntémonos entonces por qué unos fueron
encarcelados, otros asesinados, otros desaparecidos, otros asesinados y
aparecidos, otros clasificados en categorías A, B y C. Preguntémonos por qué a
todos nos tocó vivir bajo el terrorismo de estado.
Si en esas mismas fechas todos los presos políticos habíamos sido
incomunicados de la familia y abogados, ¿por qué no eligieron entre nosotros a
los fusilables?
Julio nos cuenta que un día antes del fusilamiento, Graciela Estefanell le
comunicó que ellos iban a ser asesinados y le pidió que se conectara con los
compañeros de la Organización y les dijera que ninguno había hablado nada.
Se sintió culpable de no cumplir con el pedido de una compañera a quien
tanto había aprendido a respetar. Para ser honestos, en diciembre de 1974, sin
considerar las amenazas recibidas, ¿con qué organización podría conectarse para
trasmitir semejante mensaje?
Sin embargo, se sintió profundamente culpable de su silencio, ahogó sus
culpas/miedos refugiándose en el alcohol… aunque siempre preocupado porque
tenía “una deuda”, una deuda muy grande.
Cuando finalmente Julio pudo ir a declarar ante un juez fue que pudo dejar
su adicción, ya no estaba solo como antes.
19 de diciembre de 2009
La Junta Departamental de Canelones decide sumar su homenaje colocando un
monolito al lado del Mural que habíamos inaugurado en 2008.
A pesar de la fuerte lluvia, el homenaje se hizo. Esta vez y antes de
descubrir el monolito, Julio nos habló a todos públicamente, agradeció a Roger
Rodríguez, al Servicio de Rehabilitación Social (SERSOC), a los compañeros,
pidió disculpas. Esperamos llegue el momento en el que desde la sociedad se
comience a asumir los miedos paralizantes y los silencios cómplices que
habilitaron la permanencia de tanto terror durante más de una década.
En el proceso de construcción colectiva de la memoria se hace
imprescindible contextualizar lo que recordamos, no podemos obviar la escalada
represiva que se vivía en todo nuestro Sur, ya mucho antes de los
circunstanciales golpes de estado. Para que el sistema pudiera imponernos su
modelo económico en una nueva etapa del desarrollo del capitalismo, el miedo
profundo y el silencio, fueron impuestos a sangre y fuego, con el objetivo de
eliminar la oposición y además todo intento de construirla.
Resulta entonces absurdo este pedido de disculpas de una víctima, palabras
que con tanto coraje pronunció Julio, ¿le correspondía a él pedir disculpas o
es al estado que practicó el terrorismo a quien corresponde pedírselo a él y en
él a todas las víctimas?
* Publicado en "noteolvides" Nº 1, Marzo 2010, Revista de la Asociación de
Amigas y Amigos del Museo de la Memoria- Uruguay.
[2][2]
Estos fueron los sonidos que pude percibir cuando desde el penal de Punta de
Rieles me llevaron allí encapuchada e incomunicada para ser interrogada.
[3][3]
Janne Calhau, Marco Aurelio Jorge y Sonia Francisco del Grupo Tortura Nunca Más
Río de Janeiro (GTNM/RJ) en Violencia organizada, impunidad y silenciamiento,
Editorial Polemos, 2002.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.