miércoles, 13 de marzo de 2013

Los fusilados de Soca Parte I



 Introducción a un tema doloroso que revuelve tiempos de espanto en Nuestra América

Tratando que la memoria no muera en el olvido hace falta apuntalarla, por eso compartimos con nuestros lectores tres documentos en los que flotan los recuerdos de un ayer que no debe olvidarse nunca.

Esta es la Parte I y duele...

Los fusilados de Soca
 


En torno al papel de los sobrevivientes

                                                                                      Anahit Aharonian*

Hace 35 años que los asesinaron, hace sólo un año, el 21 de diciembre de 2008 sentimos que recién les dábamos sepultura a tres compañeras –una en estado avanzado de gravidez- y dos compañeros, cinco que eran seis, los fusilados de Soca, los fusilados porque sí. María de los Ángeles Corbo (su embarazo era de seis meses y medio), Graciela Estefanell, Mirtha Yolanda Hernández, Héctor Daniel Brum y Floreal García Larrosa.

Hace también un año –mientras inaugurábamos el mural de Marcelo Píriz en memoria de nuestros cinco compañeros casi seis- que Amaral[1][1] preguntó “¿por qué?” y no tuvimos respuesta. Nos miró uno por uno, pausada y profundamente y volvió a preguntar pero no tuvimos ni tenemos respuesta.
Tantas preguntas han surgido desde entonces, y casi todas comienzan con el “¿por qué?”:

20 de diciembre de 1974

¿Por qué los fusilaron?
Dijeron que porque en París un coronel del servicio de inteligencia había sido asesinado, era obvio que nosotros no éramos los autores, todos nosotros estábamos acá presos. Por otra parte, era sabido –aunque recién ahora aparezcan los testimonios- que al coronel Trabal lo querían muerto sus propios camaradas de armas, ¿por qué, entonces, los asesinaron a ellos cinco casi seis?

Cuando en 1973 los militares sacaron al primer grupo de compañeras del penal de Punta de Rieles para aislarlas en cuarteles, les dijeron que quedaban en calidad de rehenes. Luego sacaron compañeros del Penal de Libertad y les dijeron lo mismo. Lo mismo ocurrió con las compañeras sacadas en 1974.
Si eran éstas y éstos los rehenes, entonces, ¿por qué fusilaron a otros?

Dónde estaban estos “otros”

El 8 de noviembre de ese mismo 1974, en un operativo coordinado entre represores argentinos y uruguayos, apresan a un grupo de uruguayos residentes en Buenos Aires junto al pequeño hijo de dos de ellos. No se sabe cuándo, pero en algún momento antes de ese fatídico 20 de diciembre ese grupo fue trasladado a Montevideo en el ahora llamado vuelo cero, un vuelo especial mal denominado “clandestino” de la Fuerza Aérea uruguaya. Los llevaron a la casa de Punta Gorda que se estaba “estrenando” como centro clandestino de torturas, la casa conocida por su clave “300 Carlos”, una casa de altos en la rambla, desde donde se oía el sonido de las olas pero también las voces de los niños vecinos[2][2]

¿Por qué los trajeron? ¿Habrían ya planificado su fusilamiento? ¿Habrían ya decidido quiénes sobrevivirían? ¿Por qué? Pareciera que la respuesta respecto al niño se encontrara con facilidad: se lo apropiarían los represores. Para acercarnos a la comprensión de la situación compartimos una explicación que encontramos repasando el libro “Paisajes de Dolor, Senderos de Esperanza[3][3]”: “Más que la eliminación física de sus opositores, el régimen militar perseguía implantar un control político y social a través de una política de terror sobre las masas.(…) se dirigía a toda la sociedad, no sólo con los métodos más coercitivos, sino con estrategias más colectivas y sofisticadas de producción de subjetividad que igualmente diseminaban la impotencia y el silencio”.

Seguramente una forma de diseminar la impotencia y el silencio es la que encontraron al liberar a Julio Abreu, bajo amenazas, apenas cuatro días después.

Cómo vienen los recuerdos

Necesitaba reunirme con Julio, habíamos compartido tiempo y espacio en esa casa de Punta Gorda devenida en centro de torturas, pero no lo supimos entonces. Necesitaba armar la memoria de esos días. Julio era protagonista y testigo. Nos reunimos en un boliche… imborrables momentos de profunda conexión.
Hablaba del terror que sembraron, del miedo profundo que le metieron, de las amenazas hacia toda su familia en caso que contara lo que había vivido, lo que había protagonizado y de lo que había sido testigo: le dijeron que a él y a sus afectos les pasaría lo mismo que a los otros cinco-casi-seis. Eligieron el 24 de diciembre para liberarlo, y con todo este bagaje de miedo pudo comprobar que era verdad, los habían fusilado. El miedo se metió a fondo, el mismo miedo que tenía la población silenciada. Le aseguraron que iban a vigilarlo, lo vigilaban, y también –quizá no tenga importancia la diferencia- él sentía que estaba vigilado… el miedo penetra, acaso el mismo miedo de cada ciudadano que cada día y cada noche estaba alerta, tenso.


Julio, compañero

Su charla fluye con naturalidad, como si siempre hubiéramos estado conversando. Me cuenta qué pasó, confiesa que él estaba en Buenos Aires para entrar a trabajar de ayudante en el laboratorio de la empresa Ciba-Geigy, tenía 22 años, no entendía nada de política, pero la realidad le hizo un curso intensivo, conoció a valiosísimos luchadores, aprendió de y con ellos.
Otros lo ponen “bajo sospecha” por haber sobrevivido, él tiene la grandeza de susurrar que no puede decir que a él no lo mataron “porque no tenía nada que ver”, porque de ese modo justificaría el asesinato de los compañeros y ese acto –insiste- no tiene justificativo alguno. Curiosa situación: quien no tenía formación política alguna es capaz de tener un pensamiento profundamente político, sin embargo otros, encaramados en una suerte de soberbia, interpelan sembrando desconfianzas. Pregunto, ¿no son capaces de preguntarse por qué cada uno de nosotros sobrevivió? Preguntémonos entonces por qué unos fueron encarcelados, otros asesinados, otros desaparecidos, otros asesinados y aparecidos, otros clasificados en categorías A, B y C. Preguntémonos por qué a todos nos tocó vivir bajo el terrorismo de estado.

Si en esas mismas fechas todos los presos políticos habíamos sido incomunicados de la familia y abogados, ¿por qué no eligieron entre nosotros a los fusilables?
Julio nos cuenta que un día antes del fusilamiento, Graciela Estefanell le comunicó que ellos iban a ser asesinados y le pidió que se conectara con los compañeros de la Organización y les dijera que ninguno había hablado nada.

Se sintió culpable de no cumplir con el pedido de una compañera a quien tanto había aprendido a respetar. Para ser honestos, en diciembre de 1974, sin considerar las amenazas recibidas, ¿con qué organización podría conectarse para trasmitir semejante mensaje?
Sin embargo, se sintió profundamente culpable de su silencio, ahogó sus culpas/miedos refugiándose en el alcohol… aunque siempre preocupado porque tenía “una deuda”, una deuda muy grande.

Cuando finalmente Julio pudo ir a declarar ante un juez fue que pudo dejar su adicción, ya no estaba solo como antes.

19 de diciembre de 2009

La Junta Departamental de Canelones decide sumar su homenaje colocando un monolito al lado del Mural que habíamos inaugurado en 2008.
A pesar de la fuerte lluvia, el homenaje se hizo. Esta vez y antes de descubrir el monolito, Julio nos habló a todos públicamente, agradeció a Roger Rodríguez, al Servicio de Rehabilitación Social (SERSOC), a los compañeros, pidió disculpas. Esperamos llegue el momento en el que desde la sociedad se comience a asumir los miedos paralizantes y los silencios cómplices que habilitaron la permanencia de tanto terror durante más de una década.

En el proceso de construcción colectiva de la memoria se hace imprescindible contextualizar lo que recordamos, no podemos obviar la escalada represiva que se vivía en todo nuestro Sur, ya mucho antes de los circunstanciales golpes de estado. Para que el sistema pudiera imponernos su modelo económico en una nueva etapa del desarrollo del capitalismo, el miedo profundo y el silencio, fueron impuestos a sangre y fuego, con el objetivo de eliminar la oposición y además todo intento de construirla.

Resulta entonces absurdo este pedido de disculpas de una víctima, palabras que con tanto coraje pronunció Julio, ¿le correspondía a él pedir disculpas o es al estado que practicó el terrorismo a quien corresponde pedírselo a él y en él a todas las víctimas?


* Publicado en "noteolvides" Nº 1, Marzo 2010, Revista de la Asociación de Amigas y Amigos del Museo de la Memoria- Uruguay.





[1][1] Amaral García Hernández, hijo de Mirtha y Floreal.
[2][2] Estos fueron los sonidos que pude percibir cuando desde el penal de Punta de Rieles me llevaron allí encapuchada e incomunicada para ser interrogada.
[3][3] Janne Calhau, Marco Aurelio Jorge y Sonia Francisco del Grupo Tortura Nunca Más Río de Janeiro (GTNM/RJ) en Violencia organizada, impunidad y silenciamiento, Editorial Polemos, 2002.





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