Por William Ospina / Lunes 7 de enero de 2013
Uno de esos
grandes enemigos del imperialismo es Hugo Chávez. Por ello, aunque nadie pueda
atribuirle crímenes como los que manchan las manos de tantos poderes en el
mundo, para muchos opinadores y medios es un dictador y un tirano.
Alguna vez le
pregunté a García Márquez si no había sido muy difícil ese momento en que buena
parte de la intelectualidad latinoamericana rompió con la Revolución cubana, y
sólo él y unos pocos siguieron siendo sus amigos.
Gabo no
respondió con una teoría sino con algo más visceral: “Para mí, dijo, lo de Cuba
fue siempre una cuestión caribe”. A mi parecer, ello quería decir que no se
trataba de marxismo o teorías revolucionarias sino de la lucha de un pueblo por
su soberanía y su cultura frente al asedio de unos poderes invasores.
Los gobiernos
de Estados Unidos, que compraron la Florida y se robaron a México, que se
apoderaron de Puerto Rico y separaron a Panamá, se habrían anexionado con gusto
la hermosa isla de Cuba si ésta no hubiera sido siempre tan irreductible en su
rebeldía y tan firme en su resistencia.
Ya en Martí
estaba todo lo que haría de Cuba un país tan celoso de su independencia. García
Márquez, que conoce las felonías del “buen vecino” porque desde niño supo de la
masacre de las bananeras en la plaza de Ciénaga, comprendió que era vital
mantener a raya el afán hegemonista de aquel país que respeta tanto la ley
dentro de sus fronteras y la ignora tanto fuera de ellas.
La de América
Latina ha sido la historia de esa saludable tensión ante los poderes del norte.
Hace poco visité en el norte de México, en Ciudad Juárez, el Museo de la
Revolución. Nada me impresionó tanto, más incluso que el cráneo de vaca sobre
una mesa bajo la fogosa luz del desierto, que una fotografía donde la sociedad
de El Paso, Texas, caballeros con sombrero de copa y damas floridas con trajes
ensanchados por miriñaques, presenciaba desde la orilla del río Grande, como en
picnic, la lucha al otro lado de la frontera, donde hombres de grandes
sombreros y dobles pistolas se alzaban contra la dictadura. La viva imagen de
una sociedad del bienestar que se entretiene con el espectáculo de tragedias
ajenas, esperando el momento de entrar en acción para beneficiarse de los resultados.
La mejor manera
de admirar, de respetar y honrar a los Estados Unidos, es temerles, y no
llamarse a engaños sobre ellos. Para ellos somos otro mundo: materias primas,
selva elemental, inmigrantes, gobiernos que se sometan y firmen sin demasiadas
condiciones los contratos. Y aquí nadie los ama tanto como los que se
benefician de esos contratos.
Muchos medios
del continente han hecho un gran esfuerzo por convertir a los contradictores de
Estados Unidos en los grandes equivocados. Lo han intentado con Cuba y más
recientemente con Venezuela, hasta el punto de que sus elecciones victoriosas
son elecciones siempre sospechosas. No importa que en Colombia compren votos o
arreen electorados bajo promesas o amenazas: esta democracia nunca está bajo
sospecha. No importa que los paramilitares produzcan en diez años doscientos
mil muertos en masacres bajo todas las formas de atrocidad: la democracia
colombiana sigue siendo ejemplar, porque los poderes de la plutocracia siguen
al mando. Pero si alguien es enemigo, no de los Estados Unidos sino de los
abusos del imperialismo, eso lo hace reo de indignidad.
Uno de esos
grandes enemigos del imperialismo es Hugo Chávez. Por ello, aunque nadie pueda
atribuirle crímenes como los que manchan las manos de tantos poderes en el
mundo, para muchos opinadores y medios es un dictador y un tirano. Yo creo que
ha sido un gran hombre, que ha amado a su pueblo, y que ha intentado abrir
camino a un poco de justicia en un continente escandalosamente injusto. Para
ello ha sido duro con los dueños tradicionales del país y eso no se lo
perdonan. Ya se lo perdonarán: cuando adviertan que todo lo que se haga a favor
de los pueblos siempre postergados, tarde o temprano fructifica en sociedades
más reconciliadas consigo mismas.
Un amigo me decía
hace poco que un hombre que se hace reelegir tres veces es enemigo de la
libertad. No comparto esa idea restringida de la democracia. La reina Isabel de
Inglaterra, que no fue elegida por nadie, lleva sesenta años, es decir, para
nosotros, toda la historia universal, como soberana de su tierra, y no veo a
nadie protestando contra ese abuso. En Colombia llevamos doscientos años
reeligiendo al mismo tipo con caras distintas pero con exactamente la misma
política. El único un poco distinto era Álvaro Uribe, sólo porque era un poco
peor. Pero el problema no son los hombres sino las ideas que gobiernan, y a
Colombia la gobiernan las mismas ideas desde las lunas del siglo XIX, y la
consecuencia catastrófica se ve por todas partes.
Si fuera
necesario convocar a nuevas elecciones, lo más probable es que las mayorías
chavistas sean más grandes aún que en las elecciones pasadas, que ya se
celebraron sin su presencia.
Y tal vez nos
será dado asistir al paso de Chávez de la historia a la mitología, a la
novelesca mitología latinoamericana, de la que forman parte por igual María
Lionza y José Gregorio Hernández, Rubén Darío y José Martí, Carlos Gardel y Eva
Perón, Martín Fierro y Jorge Eliécer Gaitán, Simón Bolívar y Túpac Amaru, Frida
Kahlo y Pablo Neruda, Eloy Alfaro y Salvador Allende, el Che Guevara y Emiliano
Zapata, Vargas Vila y Jorge Luis Borges, Benito Juárez y Morazán, Pedro Páramo
y Aureliano Buendía.
Una mitología
de la que hoy tal vez sólo tenemos vivos a Fidel Castro y a Gabriel García
Márquez.
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