Semillas para la riqueza
Por Alberto Pinzón Sánchez
L
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a gallera
municipal de Provincia, ubicada en el solar de una vieja casona, en la
callejuela empedrada que continua el camino de herradura a la cordillera; es un
circo de arena de unos cinco pasos de grande, rodeado de un armazón de listones
de madera de mediana altura, atravesados por unos tablones horizontales
adaptadas como asientos para los apostadores y asistentes. Afuera, sombreado
por un frondoso árbol de mango, movido ocasionalmente por la brisa cálida que
sopla en las horas cálidas; hay un rústico mostrador también de madera donde se
expenden a los asistentes bebidas embriagantes especialmente chica de maíz
fermentado y aguardiente artesanal, o “chirrinche”, porque la cerveza embotellada
es un lujo costoso que pocos se pueden dar en Provincia. Más al fondo, están
las pequeñas jaulas de malla delgada, donde permanecen separados varios gallos
de pelea, que se cantan entre sí sus agudos retos.
En la parte de
la casona que da a la callejuela, en unos aposentos con piso de tabla y
ventanas cuadradas, no muy grandes y con varios postigos, vive Rosendo Cadena
con su esposa y tres hijos pequeños. Es un hombre de mediana estatura, sombrero
blanco de pajilla, mirada gris y poncho amarillento que cubre su barriga. Su
profesión además de ser gallero, es decir criador, levantador o entrenador de
esos gallos y administrador de la gallera, es también el presidente del
directorio del partido Liberal de Provincia.
Es el
responsable de mantener el contacto y la comunicación con la dirección nacional
del partido ubicada en Bogotá, y acaba de recibir un telegrama extenso donde le
informan que dentro de quince días, coincidiendo con las fiestas patronales de
Provincia, vendrá desde Bogotá, con una comitiva muy selecta el doctor Alberto Santiguo,
uno de los tribunos más importantes de del partido Liberal de Colombia, quien
acaba de lanzar su candidatura a la presidencia de la república. Habrá fiestas
municipales, concursos de música y de tiple, fuegos artificiales, riñas de
gallos, y si se pueden conseguir y traer hasta el pueblo algunos toros
semisalvajes de los que pastan en la llanura más allá del rio, se hará toreo;
por tanto, debe convocar urgentemente a los amigos de las juntas de acción comunal
de las veredas de Provincia, para que asistan con sus familias y allegados a
este trascendental acto de la democracia en Colombia.
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l sábado
anterior a la venida del doctor Santiguo, al atardecer, es decir las vísperas,
ya se vive un ambiente de fiesta en Provincia. La plaza central tiene unos
adornos con tiras de papel de color rojo, afiches hechizos dándole la
bienvenida, pegados con engrudo en las paredes de las puertas de las casas del
marco de la plaza, y en el café de Pedrito, algunos de los comerciantes y
vendedores de mercancías de la plaza, toman cerveza embotellada y uno que otro
trago de chirrinche, mientras charlan animadamente sobre la oratoria tan
maravillosa e inigualable del doctor Santiguo. Afuera la brisa es fresca y
suave.
Ese domingo tan
esperado, cuando el sol marca la media mañana y en presencia de una gran
muchedumbre, se oye el ruido seco y acompasado de las aspas y del motor de un
helicóptero, totalmente desconocido para la mayoría de pobladores de Provincia,
y a medida que se aproxima en el aire, un remolino de aire y polvo levantado,
atronador y enceguecedor al mismo tiempo, que les quita de la cabeza el
sombrero a muchos de los asistentes; logra aterrizar el doctor Santiguo con su
comitiva, en la cancha de futbol de la escuela pública de Provincia habilitada
como helipuerto para este fin.
Al parar las
aspas, Rosendo el gallero, es el primero en acercarse a saludar a quienes van
descendiendo del helicóptero. Le da la mano al doctor Peraltes antiguo conocido
suyo, y luego saluda a los demás, en medio de vivas al futuro presidente de
Colombia, que son sonoramente respondidas por los asistentes. Sonriente, los
invita a que lo sigan a la plaza del pueblo donde se ha instalado una tarima
rudimentaria de madera, desde donde el doctor Santiguo se dirigirá a los
habitantes de Provincia. Y mientras la muchedumbre entusiasmada sigue de cerca
las tres cuadras del recorrido, tres hombres de la tripulación de helicóptero,
todos con unas grandes gafas negras brillantes y en overol azul de tipo
militar, bajan apresuradamente de su interior, un número considerable de cajas
de cartón en donde se lee “Cuidado. Semillas vegetales. Este lado arriba”.
E
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l doctor
Santiguo, de baja estatura pero de palabra larga es antecedido por una corta introducción
por el doctor Peraltes, Su discurso, de verdad, es una encantadora pieza de
oratoria larga y corrida, con pocas interrupciones o gritos. Habló de la
hermosa acuarela que desde el aire se veía en esta tierra privilegiada con
montañas, selvas hermosas, un rio azuloso y calmado, que se continuaba con un
llano extenso verdoso y fértil, y agregó que pronto, muy pronto, todas estas
montañas reverdecerían y se adornarán aún más, trayendo una riqueza que nadie
aún se puede imaginar. Finalmente embelesado, mirando fijamente al infinito y
con la frente humedecida por el sudor; le gritó a la muchedumbre ensimismada -
¡Solo una bala me detendrá en el camino a la presidencia!
No se había aún
apagado la emoción causada, cuando Rosendo subió a la tarima y en pocas
palabras les dijo a los asistentes que se acercaran al toldo que estaba allí al
lado, a retirar el plato de lechona con bebida, al que el doctor Santiguo los
invitaba por haber venido; mientras él con la comitiva y el orador, iría allí
nomás a la gallera, a echarse un piquetico y a mirar unas riñas de gallos.
A la entrada
del circo de arena, en un pizarrón desvencijado colgado de una cabuya
retorcida, está descrita a trazos gruesos con tiza blanca, lo que será la
primera riña: Cenizo, tres libras, primera pelea, Quiebralomo. Debajo:
colorado, tres libras, primera pelea, Aguafría. El doctor Santiguo apostó sin
mucha convicción por el colorado y, mientras los gallos saltan y se enroscan
encarnizadamente en una nube de revuelos con plumas ensangrentadas; retumba en
el lugar una algarabía de apuestas cruzadas, gabelas y gritos estridentes de
apoyo a la precisión mortal de cada espuelazo. El gallo rojizo con la cabeza
bañada en sangre empieza mostrar torpeza en sus movimientos, hasta cuando al
finalizar un aletazo impreciso y lento, cae moviendo convulsivamente su cuerpo.
El doctor Santiguo complacido paga las apuestas y aprovechando la distracción
producida por el cobro entre los apostadores, hace una seña a sus acompañantes
y a Rosendo, para salir rápidamente hacia el helicóptero.
Cuando el juez
de riñas vuelve al pizarrón, a escribir la siguiente descripción de la pelea
que viene a continuación; se oye el ruido seco y acompasado de las aspas y el
motor del helicóptero que pasa por sobre la casona de la gallera, moviendo el
frondoso follaje del árbol de mango de afuera. Algunos pocos apostadores miran
fugazmente hacia arriba, pues la riña que viene, está próxima a comenzar.
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