martes, 8 de enero de 2013

Colombia / Nueva novela de Albert Pinzón: “La riña que viene, está próxima a comenzar”





Semillas para la riqueza

Por Alberto Pinzón Sánchez

L
a gallera municipal de Provincia, ubicada en el solar de una vieja casona, en la callejuela empedrada que continua el camino de herradura a la cordillera; es un circo de arena de unos cinco pasos de grande, rodeado de un armazón de listones de madera de mediana altura, atravesados por unos tablones horizontales adaptadas como asientos para los apostadores y asistentes. Afuera, sombreado por un frondoso árbol de mango, movido ocasionalmente por la brisa cálida que sopla en las horas cálidas; hay un rústico mostrador también de madera donde se expenden a los asistentes bebidas embriagantes especialmente chica de maíz fermentado y aguardiente artesanal, o “chirrinche”, porque la cerveza embotellada es un lujo costoso que pocos se pueden dar en Provincia. Más al fondo, están las pequeñas jaulas de malla delgada, donde permanecen separados varios gallos de pelea, que se cantan entre sí sus agudos retos.

En la parte de la casona que da a la callejuela, en unos aposentos con piso de tabla y ventanas cuadradas, no muy grandes y con varios postigos, vive Rosendo Cadena con su esposa y tres hijos pequeños. Es un hombre de mediana estatura, sombrero blanco de pajilla, mirada gris y poncho amarillento que cubre su barriga. Su profesión además de ser gallero, es decir criador, levantador o entrenador de esos gallos y administrador de la gallera, es también el presidente del directorio del partido Liberal de Provincia.

Es el responsable de mantener el contacto y la comunicación con la dirección nacional del partido ubicada en Bogotá, y acaba de recibir un telegrama extenso donde le informan que dentro de quince días, coincidiendo con las fiestas patronales de Provincia, vendrá desde Bogotá, con una comitiva muy selecta el doctor Alberto Santiguo, uno de los tribunos más importantes de del partido Liberal de Colombia, quien acaba de lanzar su candidatura a la presidencia de la república. Habrá fiestas municipales, concursos de música y de tiple, fuegos artificiales, riñas de gallos, y si se pueden conseguir y traer hasta el pueblo algunos toros semisalvajes de los que pastan en la llanura más allá del rio, se hará toreo; por tanto, debe convocar urgentemente a los amigos de las juntas de acción comunal de las veredas de Provincia, para que asistan con sus familias y allegados a este trascendental acto de la democracia en Colombia.

E
l sábado anterior a la venida del doctor Santiguo, al atardecer, es decir las vísperas, ya se vive un ambiente de fiesta en Provincia. La plaza central tiene unos adornos con tiras de papel de color rojo, afiches hechizos dándole la bienvenida, pegados con engrudo en las paredes de las puertas de las casas del marco de la plaza, y en el café de Pedrito, algunos de los comerciantes y vendedores de mercancías de la plaza, toman cerveza embotellada y uno que otro trago de chirrinche, mientras charlan animadamente sobre la oratoria tan maravillosa e inigualable del doctor Santiguo. Afuera la brisa es fresca y suave.

Ese domingo tan esperado, cuando el sol marca la media mañana y en presencia de una gran muchedumbre, se oye el ruido seco y acompasado de las aspas y del motor de un helicóptero, totalmente desconocido para la mayoría de pobladores de Provincia, y a medida que se aproxima en el aire, un remolino de aire y polvo levantado, atronador y enceguecedor al mismo tiempo, que les quita de la cabeza el sombrero a muchos de los asistentes; logra aterrizar el doctor Santiguo con su comitiva, en la cancha de futbol de la escuela pública de Provincia habilitada como helipuerto para este fin.

Al parar las aspas, Rosendo el gallero, es el primero en acercarse a saludar a quienes van descendiendo del helicóptero. Le da la mano al doctor Peraltes antiguo conocido suyo, y luego saluda a los demás, en medio de vivas al futuro presidente de Colombia, que son sonoramente respondidas por los asistentes. Sonriente, los invita a que lo sigan a la plaza del pueblo donde se ha instalado una tarima rudimentaria de madera, desde donde el doctor Santiguo se dirigirá a los habitantes de Provincia. Y mientras la muchedumbre entusiasmada sigue de cerca las tres cuadras del recorrido, tres hombres de la tripulación de helicóptero, todos con unas grandes gafas negras brillantes y en overol azul de tipo militar, bajan apresuradamente de su interior, un número considerable de cajas de cartón en donde se lee “Cuidado. Semillas vegetales. Este lado arriba”.

E
l doctor Santiguo, de baja estatura pero de palabra larga es antecedido por una corta introducción por el doctor Peraltes, Su discurso, de verdad, es una encantadora pieza de oratoria larga y corrida, con pocas interrupciones o gritos. Habló de la hermosa acuarela que desde el aire se veía en esta tierra privilegiada con montañas, selvas hermosas, un rio azuloso y calmado, que se continuaba con un llano extenso verdoso y fértil, y agregó que pronto, muy pronto, todas estas montañas reverdecerían y se adornarán aún más, trayendo una riqueza que nadie aún se puede imaginar. Finalmente embelesado, mirando fijamente al infinito y con la frente humedecida por el sudor; le gritó a la muchedumbre ensimismada - ¡Solo una bala me detendrá en el camino a la presidencia!

No se había aún apagado la emoción causada, cuando Rosendo subió a la tarima y en pocas palabras les dijo a los asistentes que se acercaran al toldo que estaba allí al lado, a retirar el plato de lechona con bebida, al que el doctor Santiguo los invitaba por haber venido; mientras él con la comitiva y el orador, iría allí nomás a la gallera, a echarse un piquetico y a mirar unas riñas de gallos.

A la entrada del circo de arena, en un pizarrón desvencijado colgado de una cabuya retorcida, está descrita a trazos gruesos con tiza blanca, lo que será la primera riña: Cenizo, tres libras, primera pelea, Quiebralomo. Debajo: colorado, tres libras, primera pelea, Aguafría. El doctor Santiguo apostó sin mucha convicción por el colorado y, mientras los gallos saltan y se enroscan encarnizadamente en una nube de revuelos con plumas ensangrentadas; retumba en el lugar una algarabía de apuestas cruzadas, gabelas y gritos estridentes de apoyo a la precisión mortal de cada espuelazo. El gallo rojizo con la cabeza bañada en sangre empieza mostrar torpeza en sus movimientos, hasta cuando al finalizar un aletazo impreciso y lento, cae moviendo convulsivamente su cuerpo. El doctor Santiguo complacido paga las apuestas y aprovechando la distracción producida por el cobro entre los apostadores, hace una seña a sus acompañantes y a Rosendo, para salir rápidamente hacia el helicóptero.

Cuando el juez de riñas vuelve al pizarrón, a escribir la siguiente descripción de la pelea que viene a continuación; se oye el ruido seco y acompasado de las aspas y el motor del helicóptero que pasa por sobre la casona de la gallera, moviendo el frondoso follaje del árbol de mango de afuera. Algunos pocos apostadores miran fugazmente hacia arriba, pues la riña que viene, está próxima a comenzar.




No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.