jueves, 20 de diciembre de 2012

ANNCOL-CULTURA: La profecía de Arnoldo Palacios. Por Alberto Pinzón Sánchez.




El escritor Negro Arnoldo Palacios Mosquera, en una entrevista periodística reciente, describe su novela La Selva y la lluvia como “una Profecía: Quise escribir sobre el 9 de abril y la vida de los mineros en el Chocó, del pueblo, de los trabajadores. Hoy siento que ese libro fue una especie de profecía; el país está peor, sobre todo en la pobreza y la miseria, aunque tenga mayor desarrollo industrial. El Panorama no ha cambiado mucho; en la minería, por ejemplo, sí han cambiado los mecanismos de explotación, pero en el fondo ocurre lo mismo y aun peor, hay mayores estragos”. (El Espectador. Nov.2010)
 Y como toda profecía, tiene un camino propio, tortuoso y recóndito hasta su reaparición y reconocimiento público, 52 años después de haber sido publicada extrañamente en 1958 en Moscú, al calor de la des-stalinización transitoria emprendida por Kruschov. Esta novela había sido escrita un año antes en un invierno extremo en Bucarest, mientras Arnoldo sudaba porque según nos lo cuenta estaba mentalmente en el Atrato, y su manuscrito fue entregado en la embajada soviética de Varsovia a donde Arnoldo participaba en un encuentro del Concejo Mundial por la Paz entre los Pueblos, del cual era miembro. Y para mayor paradoja; una novela marginal colombiana destinada al olvido, porque denuncia y describe magistralmente todo el universo alienado de la sempiterna violencia estructural del Estado colombiano, contra los trabajadores colombianos, especialmente los doblemente explotados y oprimidos negros antes de eclosionar aquel inolvidable 9 de Abril de 1948; se publica por editorial Progreso de Moscú.
Algunos números le fueron enviados al autor. Autografió uno y lo entregó a German Arciniegas, quien a su vez lo colocó en algún estante silencioso de su exclusiva biblioteca personal, hasta 1999,cuando Arciniegas poco antes de morir a los 99 años de edad, legó sus libros a la biblioteca nacional de Colombia. Allí entre arrumes de libros polvorientos, fue casualmente hallado ese ejemplar autografiado y luego, con gran criterio social y literario, rescatado del olvido y la amnesia para ser reproducido fielmente en 2010, por Intermedio editores.
Tengo la impresión que Arturo Alape conocía ese libro o tenía referencias de él, pues en una charla sobre su obra el “Bogotazo”, a la que asistí, lo mencionó aunque superficialmente. Y así quedó. Hoy afortunadamente hay más reconocimiento, menciones y referencias a esta magistral novela partida en dos (como la historia de Colombia) por la muerte del gran Jorge Eliecer Gaitán y la lluvia de sangre que a continuación sigue cayendo sobre la selva y los trabajadores colombianos. La mayoría de análisis son importantes observaciones literarias cuyo énfasis se ha puesto en la “negritud” del texto y del autor: Una novela de fuga de un niño negro, semidesnudo que huye del hambre, la miseria y la ignorancia hacia Itsmina, Quibdó, Bogotá y la Metrópoli. De aquella miseria del Chocó negro, que a pesar de ser la mayor fuente de oro y platino del mundo; es marginado, aislado y abandonado, no solo en la geografía, sino en lo social, lo político, lo económico, lo Estatal, y sobre todo, en lo ético y racial.
“Invertir dinero en Chocó es como echarle perfume a un bollo de mierda”; ha dicho recientemente (mayo de 2012) con el típico hablado paisa el honorable diputado Conservador a la Asamblea de Antioquia, Rodrigo Mesa Cadavid. El asco y desprecio que la vida zarrapastrosa y hambreada, por no decir miserable, llevada por los pobladores negros, urbanos y rurales, que algunos antropólogos equivocadamente han denominado “la cultura de la pobreza” y el excremental diputado antiqueño invoca como criterio eficiente de inversión; no ha dado para subir el análisis hasta la alienación producida por siglos de despolitización intencionada del negro, que Arnoldo reclama y recrea vigorosamente por toda la geografía colombiana, a lo largo de toda su novela.
Porque es ahí: en ese nivel político del bipartidismo Liberal y Conservador, aliado con las compañías mineras estadounidenses, con su responsabilidad directa en la Violencia Estatal persistente e infinita, ejercida desde el Poder contra los de abajo, descrita con maestría y gran conocimiento por Arnoldo; donde está la profecía cumplida que nos legó 30 años antes de que una comisión de “violentólogos” colombianos, esbozara tímidamente en 1988, la hipótesis ( apenas como hipótesis) el hecho social confirmado hoy plenamente, del hilo grueso y continuo (hábilmente ocultado) que viene hasta nuestros días y arranca poco antes del 9 de abril de 1948. Premonición lúcida de artista, que obviamente motivó el silenciamiento durante tantos años de Arnoldo Palacios Mosquera, el profeta de la negritud en Colombia. 

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