El escritor Negro Arnoldo Palacios Mosquera, en una entrevista periodística
reciente, describe su novela La Selva y la lluvia como “una Profecía: Quise escribir sobre el 9 de abril y la vida de los
mineros en el Chocó, del pueblo, de los trabajadores. Hoy siento que ese libro
fue una especie de profecía; el país está peor, sobre todo en la pobreza y la
miseria, aunque tenga mayor desarrollo industrial. El Panorama no ha cambiado
mucho; en la minería, por ejemplo, sí han cambiado los mecanismos de explotación,
pero en el fondo ocurre lo mismo y aun peor, hay mayores estragos”. (El
Espectador. Nov.2010)
Y como toda profecía, tiene un
camino propio, tortuoso y recóndito hasta su reaparición y reconocimiento
público, 52 años después de haber sido publicada extrañamente en 1958 en Moscú,
al calor de la des-stalinización transitoria emprendida por Kruschov. Esta
novela había sido escrita un año antes en un invierno extremo en Bucarest,
mientras Arnoldo sudaba porque según nos lo cuenta estaba mentalmente en el Atrato,
y su manuscrito fue entregado en la embajada soviética de Varsovia a donde
Arnoldo participaba en un encuentro del Concejo Mundial por la Paz entre los Pueblos,
del cual era miembro. Y para mayor paradoja; una novela marginal colombiana
destinada al olvido, porque denuncia y describe magistralmente todo el universo
alienado de la sempiterna violencia estructural del Estado colombiano, contra
los trabajadores colombianos, especialmente los doblemente explotados y
oprimidos negros antes de eclosionar aquel inolvidable 9 de Abril de 1948; se publica
por editorial Progreso de Moscú.
Algunos números le fueron enviados al autor. Autografió uno y lo
entregó a German Arciniegas, quien a su vez lo colocó en algún estante
silencioso de su exclusiva biblioteca personal, hasta 1999,cuando Arciniegas
poco antes de morir a los 99 años de edad, legó sus libros a la biblioteca
nacional de Colombia. Allí entre arrumes de libros polvorientos, fue casualmente
hallado ese ejemplar autografiado y luego, con gran criterio social y
literario, rescatado del olvido y la amnesia para ser reproducido fielmente en
2010, por Intermedio editores.
Tengo la impresión que Arturo Alape conocía ese libro o tenía
referencias de él, pues en una charla sobre su obra el “Bogotazo”, a la que
asistí, lo mencionó aunque superficialmente. Y así quedó. Hoy afortunadamente hay
más reconocimiento, menciones y referencias a esta magistral novela partida en
dos (como la historia de Colombia) por la muerte del gran Jorge Eliecer Gaitán
y la lluvia de sangre que a continuación sigue cayendo sobre la selva y los
trabajadores colombianos. La mayoría de análisis son importantes observaciones literarias
cuyo énfasis se ha puesto en la “negritud” del texto y del autor: Una novela de
fuga de un niño negro, semidesnudo que huye del hambre, la miseria y la
ignorancia hacia Itsmina, Quibdó, Bogotá y la Metrópoli. De aquella miseria del
Chocó negro, que a pesar de ser la mayor fuente de oro y platino del mundo; es marginado,
aislado y abandonado, no solo en la geografía, sino en lo social, lo político, lo
económico, lo Estatal, y sobre todo, en lo ético y racial.
“Invertir dinero en Chocó es como echarle perfume a un bollo de
mierda”; ha dicho recientemente (mayo de 2012) con el típico hablado paisa el honorable
diputado Conservador a la Asamblea de Antioquia, Rodrigo Mesa Cadavid. El asco
y desprecio que la vida zarrapastrosa y hambreada, por no decir miserable, llevada
por los pobladores negros, urbanos y rurales, que algunos antropólogos
equivocadamente han denominado “la cultura de la pobreza” y el excremental diputado
antiqueño invoca como criterio eficiente de inversión; no ha dado para subir el
análisis hasta la alienación producida por siglos de despolitización
intencionada del negro, que Arnoldo reclama y recrea vigorosamente por toda la
geografía colombiana, a lo largo de toda su novela.
Porque es ahí: en ese nivel político del bipartidismo Liberal y Conservador,
aliado con las compañías mineras estadounidenses, con su responsabilidad
directa en la Violencia Estatal persistente e infinita, ejercida desde el Poder
contra los de abajo, descrita con maestría y gran conocimiento por Arnoldo; donde
está la profecía cumplida que nos legó 30 años antes de que una comisión de
“violentólogos” colombianos, esbozara tímidamente en 1988, la hipótesis (
apenas como hipótesis) el hecho social confirmado hoy plenamente, del hilo
grueso y continuo (hábilmente ocultado) que viene hasta nuestros días y arranca
poco antes del 9 de abril de 1948. Premonición lúcida de artista, que
obviamente motivó el silenciamiento durante tantos años de Arnoldo Palacios
Mosquera, el profeta de la negritud en Colombia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.