Una visita inesperada. Por Nechi Dorado, ANNCOL-CULTURA
La vida, a
veces, nos obliga a realizar cosas que jamás pensamos que podríamos hacer. Es
entonces, cuando uno termina preguntándose si vivir puede convertirse en una
especie de ring dónde quien pega más fuerte será el que sobreviva, aunque luego
quede un sabor amargo en la boca.
Maia fue una de
esas personas que transita este mundo a los “gomazos” enfrentándose con astucia
y con bronca a montones de situaciones desafortunadas. Aprendió a arremeter
contra las cuestiones que parecían ser el motor que la embadurnaba contra tanta
estupidez, en una sociedad selvática en la que se naturalizó la domesticación y
la subordinación a pautas inadmisibles.
Sólo que ella
no fue formada para soportar lo ridículo y mucho menos lo impuesto, por lo cual
supo hacer uso de reacciones auto-defensivas necesarias, como para no morir
atragantada por el odio.
Esta historia
se desarrolló durante una tarde a pocos meses de la partida definitiva de su
compañero, afectado por una enfermedad muy cruel. Tan cruel como las
desatenciones contra las cuales también debió pelear, Maia, exigiendo que al
enfermo se le respetaran sus derechos antes de exhalar el último suspiro.
Y Maia venía de
transitar, pocos meses antes, la misma situación, pero con su padre. Trámites
demorados, papeles que se necesitaban pero jamás se entregaban completos en los
lugares donde debían hacerlo como si las obligaciones fueran suyas solamente.
Demasiadas
injusticias en el camino final de los seres en el mundo donde todo se paga,
hasta para cerrar por última vez los ojos y poco antes de pasar a ser simple
recuerdo.
Maia, soportó
con fortaleza ambas situaciones, cuando la irracionalidad de la burocracia la
abofeteara, convirtiéndola en una fiera defendiendo a esas dos personas que
inexorablemente se alejaban de este mundo al cual, Maia, pretendía seguir
perteneciendo.
No dejó en
ningún momento de abrazar el sueño declarado que la impulsaba a tratar de
cambiar algo desde su pequeño lugar en el mismo mundo y dentro de la misma
sociedad “siliconada” donde se percibía el exterminio de las neuronas y donde
se es alguien, según lo que se tenga, como capital económico. Proceso de
deshumanización en marcha y cada día más finamente hilvanado.
Cumpliendo el
último deseo de su compañero, ella y sus hijos, acordaron que la cremación
debía realizarse, para luego, con tiempo, arrojar sus cenizas en el lugar
elegido por el fallecido como morada final.
Previo a ese
trámite forzado que le hacía pensar por qué uno trata de dejar órdenes
impuestas más allá de la vida, pero incapaz de rechazarlas como homenaje final,
debió realizar otro tipo de trámites, todos increíblemente burocráticos y
absurdos, hasta que llegara el día en que sus hijos cumplieran la última
voluntad.
El número de
línea del celular que su compañero utilizara por su trabajo, se convirtió en
una especie de ícono que los muchachos quisieron conservar.
Sabiendo que el
aparato estaba a nombre de su compañero y que el trámite de cambio de equipo
exigiría, en primera instancia un cambio de titularidad y para ello una serie
de documentos a presentar, Maia comenzó la ardua tarea de conservación y se
encaminó para realizarlo una de esas mañanas en que el cielo pareciera lanzar
un llorisqueo que no se convierte en llanto, queda ahí, como tímido, como
indeciso, como sin fuerzas.
Llevaba consigo
una copia del certificado de defunción, otra de las últimas facturas abonadas,
un documento que acreditaba el vínculo con el fallecido y una copia de su carné
de identidad. Todo lo requerido por la empresa de comunicaciones móviles que
llamaremos P. para evitar cualquier juicio por mención de marca registrada…
Esa empresa que
compite con otras similares que además permiten acceder a los jueguitos más
atractivos y a la música del momento. Esa, que por otra parte y por un
“pequeño” cargo adicional, permitirte ver por la pantalla, el voluminoso cuerpo
plastificado de la vedette más impactante del momento, o recibir clases de
piropos para atraer no a esa muchacha, sino a la que tenés más cerquita y no
sabés como conquistar. A la primera ya se sabe, una billetera abultada y listo.
Al llegar con
su carga de papeles a la oficina vistosa, fue atendida por un empleado muy
amable. Maia le explicó que el motivo de su presencia en el lugar era realizar
un cambio de equipo y el joven le explicó que ese trámite sólo podía hacerlo el
titular de la línea.
-Comprendo,
dijo Maia, pero lamentablemente esa persona falleció y traje todo lo que hace
falta para el cambio de titularidad, según me orientaron por teléfono acá
mismo.
-Comprendo,
repitió también el empleado, pero en ese caso usted debería acreditar ese
fallecimiento.
-Por supuesto,
acá está todo, respondió Maia antes de desplegar todas las copias sobre el
impecable escritorio.
El joven sólo
miró sin detenerse en ningún papel antes de solicitarle que tuviera a bien
esperar porque debía consultar con el gerente.
No habían
pasado cinco minutos cuando éste regresó al escritorio donde Maia esperaba.
-Lo siento,
repitió el muchacho, pero el gerente dice que ese trámite sólo lo puede
realizar el titular.
Maia se paró,
tragó ira antes de dirigirse a la gerencia desoyendo la orden del empleado que
le decía –señora, usted no puede pasar, el gerente no atiende al público.
-Público no
está acá, quedate tranquilo, querido, con vos ya no es el problema, la que
quiere ver al gerente, ahora, es Maia, dijo la mujer antes de abrir bruscamente
la oficina donde el pretendiente de empresario jugaba un solitario en su
computadora.
Con la
irrupción inesperada de la mujer en su oficina de trabajo, el jerarquizado
asalariado, se levantó de su sillón, bruscamente, exclamando –¡Retírese
inmediatamente, acá no es el lugar de atención al público!
-Pero mirá vos,
dijo con firmeza Maia, antes de pedirle explicación sobre la negativa a
realizar el trámite, cuando había cumplido con todas las pautas requeridas para
efectivizarlo.
-Ese trámite
sólo lo puede hacer el titular, respondió el asalariado de lujo.
-Bueno, cosa
tan extraña, el pago mensual del abono no importa quien lo realice, respondió
irónicamente Maia.
-Mi querido
encorbatado calificado ¿alguna vez has oído que la irracionalidad sólo genera
más irracionalidad? Te lo habrán dicho en los cursos de capacitación para
empleados domesticados para el papelón, agregó antes de retirarse dando un
portazo, aunque por poco tiempo…
Ya en la calle
y bajo la misma pegajosa llovizna, la mujer paró un coche de alquiler, subió y
dio el destino al que debían dirigirse: su casa.
Al llegar,
pidió al conductor que fuera tan amable como para esperarla un momento.
Maia entró en
la casa, cargó en una bolsa de cartón vistoso, la urna con las cenizas,
mientras decía mirando el cofre de madera oscura
–es el último
favor que te pido, flaquito, vamos a dar una vuelta…
Subió al
automóvil, volvió a la oficina P mientras conversaba con el conductor sobre el
tiempo, las cosas absurdas que se estaban viviendo en el mundo y los fastidios
que produce la irracional burocracia. Por supuesto y por respeto al conductor,
omitió comentar sobre el tercer ocupante del vehículo.
Bajó en la
puerta de la oficina, se despidió del conductor y entró como una tromba en el
despacho del gerente, quien al verla le dijo con prepotencia –señora, creo
haber sido claro.
-Clarísimo,
respondió irónicamente Maia, mientras sacaba de la bolsa la urna funeraria para
depositarla sobre el escritorio con la computadora y donde el partido de
solitario seguía visible.
-El trámite
sólo lo puede hacer el titular, acá te lo traje, tratá de hablar con él porque
últimamente, conmigo, está bastante parco, ironizó Maia.
-El gerente se
puso de pie de un salto, evidente y comprensiblemente molesto, preso del
espanto que le produjo la visita inesperada.
-¡Esto es muy
desagradable, señora! Exclamó, en medio de un tartamudeo ametrallante.
-Tan
desagradable como tu estupidez de negarte a cumplir con un trámite que podría
haber sido resuelto de otra forma, respondió suavemente Maia.
-¿Lo hacemos ya
o te vacío la urna? Preguntó con la misma suavidad.
A los quince
minutos, desde el centro de una oficina sobresaltada, entre la risa escondida
de los empleados, Maia se retiraba del lugar con dos bolsas. En una iba quien
hasta hacía pocos minutos fuera el titular del equipo. En otra el nuevo
teléfono celular que Maia fuera a cambiar una tarde lluviosa de junio, en la
imponente oficina P desde dónde te permitirán comunicarte con el mundo y con el
cuerpo impactante de la vedette de turno.
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