Nechi Dorado
Era una noche
triste, desbocada,
dejó a los niños
durmiendo bajo el techo de paja
donde alimañas
hicieran su nido desparejo.
Juana entretejió
su trenza y la enroscó en su espalda
color de tierra, color
de pueblo marginado,
donde precoces
surcos, acusaban una edad apresurada.
Ella sabía que
decir no, era un verdugo cercenador de vida,
asesino de
estrellas, de alboradas,
asesino de todo.
Asesino.
Ante su paso,
frotándose las manos
el proxeneta
ladino, prepotente,
preparando caricias no deseadas
producto del
instinto exultante
de las fieras,
frenó su paso,
con el concepto
del “patrón” cazando presas,
como dueño feroz
de madrugadas.
Juana fue p’a la
maquila engullidora
secándose una
lágrima furtiva,
odió el dolor que
como ataque de dioses
del averno,
contaminó su
cuerpo llenándolo de heridas.
Juana perdió las
hojas de su historia
entre los hilos
de la tela ajada.
A la mañana
siguiente, un arco iris
iluminó su
cadáver
que aún hablaba,
como el de tantas
Juanas
hoy en día…
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