Jaime Richart (especial para ARGENPRESS.info)
Este, el capitalismo y especialmente el financiero, es
un sistema sociopolítico en el que el dinero y el lucro cretinizan al individuo
y sobre todo a los gobernantes y magos economistas que presumen de
inteligencia. Hay una prueba incontestable. La casa se ha ido derrumbando casi
con estrépito a lo largo de unos años. Sin embargo han sido incapaces de ver
las grietas ni de oír los crujidos que acompañan a todo derumbamiento. Hasta
que las arcas públicas no se han vaciado por el latrocino y el despilfarro
generalizado, no se han dado cuenta de que el país entero y sus territorios
estaban en quiebra. Un sistema semejante debiera enterrarse, y a semejantes
dirigentes expulsarles del país...
Sin embargo, siguen erre que erre con el mismo marco y
la misma instrumentación, poniendo parches que nada solucionan. Para sobornar
su conciencia y aplacar nuestra iracundia los políticos y los periodistas dicen
que no todos los políticos, los sacerdotes, los economistas, los periodistas,
los arquitectos, los gestores, los alcaldes, los concejales, los jueces, los
notarios o los empresarios son iguales. Faltaría más. Si así fuese ¿no podría
haber país más monstruoso.
No obstante, cuando se dice que este país es una
guarida de ladrones y de sinvergüenzas es porque en cada profesión o empleo más
o menos institucional hay suficientes malhechores para acabar contaminando al
resto y a cada una de las actividades a que se dedican. La prevaricación al
mutilar el Estatut catalán; los infames y sistemáticos saqueos de las arcas
públicas; la burda o sofisticada ingeniería financiera para el lucro individual
o grupal y la inmensa evasión fiscal; los indecentes comportamientos por acción
o por omisión al callar lo que se sabe o se ve y no se denuncia; la rapiña
generalizada; la falta de ética y honestidad del monarca y sus familiares; el
mezquino y obsceno abuso de un presidente del tribunal supremo... y un largo
etcétera que se nos atraganta sólo al intentar enumerarlo, hacen de este país
seguramente el primero en corrupción masiva del mundo en comparación con la de
otros donde se ve como normal en el sátrapa del lugar.
No puede uno imaginar países del sistema tan plagados
de ladrones, de cínicos y malvados. Este vasto y plural territorio está
literalmente ocupado por frenéticos codiciosos de dinero y de poder.
Nos produce tanta indignación y tanta repulsión este
estado de cosas, de las que se nos da noticia cada día, que no nos extrañan las
reacciones más o menos desproporcionadas de las masas ni la represión
sanguinaria de las revoluciones, las sublevaciones y las insurgencias que
periódicamente tienen lugar en la historia. Cuando las leyes no condenan
severamente las conductas delictivas de los jerifaltes, no se hace justicia
porque la ordinaria no las castiga aplicando atenuantes o eximentes arbitrarias
o se hace cómplice archivando o sobreseyendo, o el gobierno de turno indulta a
torturadores porque estos pertenecen al sistema represor, una atmósfera
enrarezcas recorre el país de un extremo a otro. ¿Quién confía ahora que de esa
lluvia de millones llegada de Europa, no irá a parar una buena parte de ella a
los bolsillos de los banqueros jubilados prematuramente?
Y es que las mayorías absolutas pueden ser tan
peligrosas como la tiranía.
Cuando el poder descarga su peso sobre los más
desfavorecidos relegando la asistencia social a la caridad y a la filantropía
particulares, burla los derechos humanos y constitucionales e incurre en grave
abuso de poder asimilándose al poder tiránico.
Quizá diga alguien, la ley o la justicia frecuentemente
prevaricadora que mis alegatos hacen apología de la violencia. Como si sólo
hubiera una clase de violencia. Como sí no fuese mucho más grave la violencia
moral y la coacción de normas pensadas para favorecer a los más acomodados,
como sí esa clase de violencia no terminase percutiendo la violencia material
por la simple ley física de acción y reacción.
Porque no sólo los abstractos "mercados" que
no tienen rostro ni alma son los culpables. Sus gestores políticos, con nombre
y apellidos, están llevando con sus recortes a la miseria a millones de
ciudadanos. El Estado, los gobiernos y los alcaldes han traído la desgracia a
través de la rapiña y expolio permitida y propiciada. Ahora mismo, sin ir más
lejos, no tienen empacho en consumir, con el dinero público, millones de
kilovatios de luz en pueblos y ciudades a cuenta de fiestas de una tradición
prácticamente a extinguir: fiestas cuyos personajes históricos o míticos jamás
aprobarían, dadas las penosas condiciones en que se encuentra la cada día más
numerosa nómina de ciudadanos que sobreviven exclusivamente gracias a la
filantropía particular y no en virtud de la justicia social.
No queremos bienaventurados en el siglo XXI que sólo
podrán saciar su hambre y sed de justicia en la otra vida. Queremos justicia en
ésta y que sacien su hambre y su sed en ésta. La historia o alegoría que dicen
representar esos ya ridículos adornos y luces callejeros no hacen más que
evocar a cada momento el primitivismo y la estupidez de jefes de tribus que
recurren a abalorios y espejuelos que sólo usan ya grupos humanos que siguen
instalados en el paleolítico.
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